Capítulo 11

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Tras un merecido baño de burbujas estrené el albornoz con mis iniciales bordadas. Era extremadamente suave y cómodo. Puse una lista de reproducción en el ordenador y aproveché para usar la loción corporal que me había regalado Sara el último San Valentín. Así lo celebrábamos, intercambiábamos regalos de los rincones más cursis la una a la otra. No había respondido a mis mensajes, así que la llamé, pero saltó el aviso de teléfono apagado o fuera de cobertura. Podría haberme preocupado, pero la conocía demasiado bien.

Me embadurné al ritmo de Nightwish. The Prety reckless y Beer and Bleach sonaron mientras peinaba mi cabello y Miley Cyrus en el momento de maquillarme.

Mi móvil vibró. Saludé sin mirar y en inglés, ya acostumbrada.

Hello stranger, ¿ya no te acuerdas de hablar español?

—¡Ey, desaparecida! —respondí, feliz de escucharla—. ¿Qué le ha pasado a tu teléfono esta vez, Sara?

—Se cayó en el váter de un garito. Hazme caso, no quieres saber más.

—Seguiré tu consejo y me abstendré de preguntar. —Reí al imaginar la escena—. ¿Alguna novedad?

Estuvimos hablando un buen rato. Estaba trabando mayor amistad con el grupo de la academia y comentó orgullosa que notaba un gran progreso en su forma de dibujar, sobre todo perfiles. Me envió algunos de sus últimos trabajos y estuve de acuerdo.

—Demasiado sobre mí y muy poco sobre tu vida a lo Gossip Girl. ¿Ha ocurrido algo que quieras contarme? Detecto nerviosismo, dudas. Te escucho. —Si alguien me conocía era ella, podía advertir mi estado anímico incluso vía telefónica.

—Por dónde empiezo.

Hice alguna actualización, aunque omití ciertas cosas, entre ellas mis visiones. La conversación terminó con algunos cotilleos de mi antigua ciudad.

—Ahora he vuelto, así que mantenme al día, tu vida parece una serie de Netflix. Igual te hago una visita prontito.

—Eso espero, Sara. Esto no es lo mismo sin ti.

Antes de ponernos tontas, decidimos colgar. Por mucho que quisiéramos ocultarlo, éramos unas sensibleras.

Puesto que desconocía los planes para aquella tarde, tampoco sabía qué ponerme.

Bajé las escaleras y entré en la cocina. La abuela se había levantado temprano para ir con mi madre de compras. Me serví un trozo de tarta, el aroma a manzana y canela me hacía la boca agua. Justo estaba lavando el plato cuando sonó el timbre de la calle. Me asomé a la ventana. Bastian había retrocedido para saludar desde abajo.

Pulsé el botón del viejo telefonillo y el portón de entrada se abrió. En menos de un minuto se personó en la puerta de arriba.

—Una elección de vestuario atrevida —dijo mirándome de arriba abajo.

Recordé que aún llevaba el suave albornoz y comprobé que estaba bien cerrado.

—Ya, bueno, combina con todo. —Sentí mis mejillas arder—. Estaba a punto de...

Me silenció con un beso. 

—¿Vas a invitarme a entrar o monto guardia en el rellano hasta que te cambies?

—Perdona, adelante.

Cruzó el umbral con una radiante sonrisa en el rostro.

Mi padre permanecía enfrascado en el montaje de la mesa de diseño, cuyas piezas se esparcían a su alrededor.

Los IniciadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora