—¿Puedo pasar? —pregunta, tímido y no respondo—. Tomaré eso como un sí.

Cierra la puerta a su paso y se acerca para sentarse a un lado de la cama. Inspecciona, curioso, mi habitación como si hubiese entrado a la cueva de un oso que lleva invernando meses. Las cortinas están cerradas y la lamparita tampoco está encendida. En efecto, estoy en tinieblas.

Me cubro con las sábanas hasta la cabeza para no tener que lidiar con su mirada.

—No me pasa nada si es lo que te han mandado a preguntar —espeto desde aquí abajo.

—No me han mandado —contesta, tratando de sonar sincero, pero estoy seguro de que ha venido con esa intención—. ¿Por qué estás así?

—Solo no estoy de humor hoy —gruño.

—¿Seguro?

—¡Vete, por favor!

Me duele tanto tratarlo así, pero es como me siento hoy. No estoy de ánimo y espero que le haya quedado claro y no piense hacerme más preguntas porque no voy a decir ni una sola palabra hasta que se marche.

Por suerte, se pone de pie y escucho que camina hasta la puerta. Me descubro despacio para ver si se está yendo, sin embargo, sigue ahí, de pie, mirándome con pesar.

Su mano toma la cerradura y antes de abrir la puerta añade:

—Si necesitas algo, solo dímelo y te ayudaré.

Me vuelvo a tapar con la sábana. No quiero responderle, aunque signifique dejar a un lado mis valores y mi amable personalidad que siempre he mantenido.

No necesito ayuda de nadie. Y no creo que nadie me pueda ayudar a traer a Christhoper de vuelta con los mismos sentimientos que tenía por mí. Desearía poder tener una máquina del tiempo para poder volver al pasado y no cometer los errores que me han llevado a terminar así.

Por otro lado, el pensamiento del «¿qué hubiera pasado?» me empieza a abordar cada que pasan las horas y me siento terrible. Si tan solo lo hubiese escuchado antes de irme a la clínica, las cosas ahora serían diferentes. No hubiésemos discutido. No habríamos cortado la comunicación. Me estaría ahorrando pasar por esta situación.

Durante los próximos días me empiezo a sentir de la misma manera, pero soy consciente de que no puedo descuidar mis estudios porque estoy a pocos meses de graduarme.

Asisto con normalidad a la escuela, cumplo con mis tareas, pero el resto del día me lo paso debajo de las sábanas, acostado en la cama.

Por suerte, mi familia respeta mi privacidad y no se acerca a mi habitación, ni siquiera a darme los buenos días. Sin embargo, hoy es diferente porque después de varios días de aislamiento, me encuentro llorando sobre el pecho de mi mejor amiga, mientras ella me abraza y me acaricia el cabello con delicadeza.

—Me preocupa el estilo de vida que estás adquiriendo y sé que es duro para ti el enterarte de que Chris tiene leucemia, pero no puedes abandonarte a ti por alguien más. Eres su pareja, tienes que ser fuerte para que estés a su lado y lo acompañes en este proceso.

Niego con la cabeza, a la vez que intento calmar mis sollozos.

—No estaré con él. Me terminó.

—¿Qué? —pregunta ella en un susurro.

—Tuvimos una fuerte discusión esa tarde porque yo tenía mucha prisa por ir a la clínica a ver a Nieve y no me di cuenta de que quería contarme lo de la enfermedad. Al final, me dijo que ya no quería seguir con lo nuestro y como yo estaba muy enfadado, acepté. Lo eché de mi habitación y le grité que se olvidara de mí.

Solo de los dos, Christhoper © [Completa ✔️]Where stories live. Discover now