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Soy consciente de que, para una persona que no tiene un hábito de ejercicio en su vida, es complicado empezar desde cero

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Soy consciente de que, para una persona que no tiene un hábito de ejercicio en su vida, es complicado empezar desde cero. Creo que tengo suficiente solo con sentir los dolores musculares al día siguiente de tener la clase de Educación Física y no me imagino cómo será de doloroso cuando haga una rutina de pesas y máquinas en el gimnasio. Ya puedo idealizar mis piernas, temblando como gelatina cuando termine de entrenarlas. No podré subir ni bajar escaleras. No podré sentarme con normalidad y más cuando quiera usar el baño.

Qué incómodo.

Sin embargo, ya he tomado una decisión: mañana iniciaré la vida fit. Y así le cerraré la boca a todos los que en algún momento opinaron sobre mi cuerpo. Especialmente a Christhoper, quien se tragará sus palabras y nunca más me volverá a llamar «Puro Hueso».

Por la tarde, regreso a casa para descansar un poco. Normalmente, luego de almorzar me da sueño y más si es un día caluroso como hoy. Cualquiera que me conociera diría que llevo una vida perezosa y sedentaria: no ejercito, consumo comida chatarra, descanso luego de almorzar... En fin, creo que mi vida es similar a la de un koala cuando en realidad debería de ser como la de un águila. No obstante, las aves no me gustan y les tengo fobia, así que, me quedo con los koalas.

Después de ingresar en mi habitación, intento crear un espacio cómodo y fresco para sobrellevar el calor de los mil infiernos que hace afuera. Es obvio que, acostarse a tomar una siesta en una tarde de verano no es una buena opción, pues despiertas empapado de sudor. Así que una de las alternativas es encender el aire acondicionado y abrir la ventana para que pueda entrar un poco de ventilación.

Me acerco a ella y después de abrirla de par en par, me dispongo a regresar a la cama para colocarme los audífonos y dejarme llevar por el sueño, sin embargo, el sonido de unos chapuzones que se oyen a lo lejos, roba mi atención.

Con una mirada ceñuda, me incorporo desde el marco de la ventana y, al no lograr tener una vista completa de la piscina que se encuentra en el jardín trasero, pongo un pie en el tejado y salgo hacia él.

Mi instinto protector se activa en cuanto recuerdo que estuve a punto de caer desde aquí la otra noche. Es por eso que, con sumo cuidado, me siento sobre las losetas y trato de avanzar, arrastrando mi trasero sin importarme de que mis pantalones se estén ensuciando. 

«No es miedo, es precaución», me digo cuando comienzo a sentirme cobarde por no caminar en el tejado como siempre lo he hecho, pero siendo sincero, no volveré a ver este tejado como otra cosa que no sea un escenario perfecto para «estirar la pata».

Desde aquí obtengo una vista privilegiada del jardín trasero y la piscina. En una de las sillas aledañas a esta, se encuentra mi hermano acostado, con los ojos cerrados y su cuerpo expuesto por completo al sol. Concluyo que está bronceándose de nuevo, cosa que no le queda para nada mal, solo que a veces se le escapa un poco de las manos y suele terminar como camarón rostizado.

Solo de los dos, Christhoper © [Completa ✔️]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora