17.

80 7 1
                                    

XVII.

Pasaron días, y luego semanas. Savannah le escribía  su hermana insistentemente sin respuesta alguna. Los episodios habían regresado, como si dijeran “revancha” y esta vez eran más potentes. Dos semanas después del episodio en la casa de Noha, Savannah sentía que la impaciencia, la angustia y la desesperación iban a acabar con ella. Algo malo estaba pasando con su hermana, pero ella no sabía de qué se trataba.

Savannah caminaba cabizbaja en dirección al comedor. Fijaba su mirada en las piedras del camino mientras repasaba todas las ideas posibles que se le habían ocurrido acerca de la situación de Samantha. Puede que se le haya dañado el celular, o simplemente Georgina se lo quito. Pero… ¿Y si la secuestraron? ¿Si esta tirada en un potrero fuera de la ciudad? Si esta… ¡¿Muerta?! Las ideas eran infinitas, y a pesar de que intentaba ser optimista, sus ideas no apuntaban hacia el mejor camino.

Savannah sacudió la cabeza, era mejor ahuyentar las malas ideas.

— ¿Cómo está mi pelirroja? —Noha la abrazo por la espalda desapercibidamente haciendo que Savannah se desconcentrara de sus pensamientos.

Savannah sonrió ocultando la verdad —Mejor, ahora que me abrazas. Comienzo a sentir el frio del otoño.

Caminaron juntos hacia el comedor, llenaron sus platos con comida y se sentaron en una mesa.

— ¡Savannah Collingwood! —Annette golpeo la mesa con sus manos fuertemente— ¿Qué te sucede? —la interrogó en un tono más pasible sentándose en una de las sillas.

— ¿A qué te refieres?

—Nos evitas. A Megara y a mí.

Después de lo que había hecho Megara en la discoteca, Savannah prefería no compartir mucho tiempo con ella y por lo tanto, con Annette. A demás, a eso se sumaba su preocupación por su hermana, lo cual consumía su tiempo.

Savannah no respondió.

—Megara se disculpó contigo, no sabía que actuarias así. Y yo no tuve nada que ver con eso.

—Te creo —Respondió Savannah tomando un sorbo de jugo —Solo no me pidas que vuelva a confiar en ella.

Ese miércoles, Savannah salió del instituto y se dirigió a la academia para practicar ballet y tomar sus clases de piano tal cual como venía haciendo desde que la habían admitido. Tal vez Evelina tenía cierta razón: Cuando hacia ballet se desestresaba, se liberaba, y sentía más autocontrol; a pesar de que los episodios cada vez eran más continuos y prolongados, ya no hacia levitar las cosas como antes.

—Arriba y abajo —les indicaba la profesora a las bailarinas mientras seguían sus instrucciones con ayuda de las barras.

Fortalecer las piernas duele.

El salón de ballet era en parquet, con luces indirectas, barras movibles; ambientado con música clásica y rodeado por espejos. Las barras formaban hileras paralelas para que las chicas tuvieran espacio de hacer sus ejercicios. A Savannah se le dificultaba un poco aun recuperar su elasticidad, flexibilidad y fuerza, a cambio de la mayoría de las demás chicas que hacían todo sin ningún esfuerzo.

—Vuelvan a bajar, manténganse y suban.

Mientras Savannah flexionaba sus piernas y bajaba, escucho la puerta del salón abrirse a sus espaldas. Todas giraron su cuello para ver quién era y regresaron a sus ejercicios.

— ¿Señorita Collingwood? —Savannah giro su torso fijándose en quien la llamaba.  Era uno de los profesores de música.

¿Qué hace aquí? Ya tuve clase hoy.

The redheadWaar verhalen tot leven komen. Ontdek het nu