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I.

Cuatro Meses después… 

Savannah se levantó de un brinco de la cama, había tenido una horrible pesadilla. Respiro profundo hasta controlar su respiración, perezosamente se colocó sus pantuflas y salió de la cama. Al abrir las cortinas el sol la cegó e ilumino todo su cuarto, tenía la inmensa vista de la ciudad que le permitía tener el pent-house del piso diecisiete. Se sentó de nuevo en su cama y detallo su habitación: la puerta de madera, las paredes blancas, las repisas con sus colecciones de piedras que recogía en el lago de su vieja casa y algunos de sus libros favoritos. Un móvil de pájaros colgando del techo, un columpio ratán, un armario repleto de ropa, su desordenada cama con edredón café y un baño personal. Savannah tenía todo, pero no estaba satisfecha con esto.

Se deshizo de su pijama y se miró en el espejo de cuerpo entero que había en su habitación restregándose los ojos azules con una mano. Su piel estaba demasiado blanca, solía tener más color cuando daba caminatas por el bosque o iba al lago a nadar, cepillo su rojo y liso cabello y con un metro se lo medio desde la coronilla hasta el cabello más largo. 35 centímetros. Una complaciente sonrisa se asomó en su pecosa cara, se había cortado el cabello ella sola impulsivamente por la muerte de su madre hacia 4 meses, ya lo tenía largo otra vez.

Después de un relajante baño, se colocó un vestido de flores y se apresuró a salir de su habitación por el pasillo hasta la otra esquina en dirección a la habitación de Samantha, pero al llegar allí ella no estaba. Regreso por el pasillo y bajó por las escaleras de caracol hasta el primer piso, la sala de muebles en cuero estaba vacía, al igual que la cocina hecha en acero, su hermana no parecía estar por ningún lado. Camino hasta la habitación de su padre donde parecía estar sonando un televisor, al empujar la puerta encontró a Samantha debajo de las cobijas de la cama King comiendo galletas con mermelada y viendo un tv show.

— ¿Qué haces aquí? —la cuestiono Savannah desde la puerta con tono autoritario.

— ¿No es obvio? Veo televisión —Samantha mordisqueo un pedazo de galleta—. No sé cómo pudimos vivir dieciséis años sin una TV en nuestra casa, que desactualizadas.

Savannah entro en la habitación y se sentó junto a su hermana, cogió una galleta y mordió una esquina mientras se fijaba en una fotografía en sepia de sus padres que había sobre la mesa de noche.

—Sabes que así era como ellos querían educarnos, lejos de tecnología distractora —le recordó Savannah.

Samantha agacho su cabeza y bajo la galleta. —Lo sé pero… Creo que no era el mejor método, algún día saldríamos a la realidad y nos estrellaríamos con la vida tecnológica, las actualizaciones y la modernidad.

—Insinúas que lo que hacía mamá por nosotras, su forma de educarnos y todo lo que nos enseñó… ¿no sirvió de nada ni valía la pena? —Reprocho Savannah.

—No dije eso, Savannah. Somos lo que somos por mamá, y no cambiaría eso jamás—.

¿En qué momento Savannah y Samantha habían comenzado a enfrentarse de esa forma? Ellas eran más unidas que la uña y la mugre. Savannah retrocedió un poco en el tiempo intentando recordar en que momento todo había cambiado. Desde la muerte de su madre, Savannah y Samantha se habían mudado a la ciudad con su padre quien creía que estarían más seguras que en el bosque; dado que su trabajo no le permitía pasar mucho tiempo en casa y la casa del bosque quedaría para pasar las vacaciones. Posteriormente, Savannah se sentía infeliz, todas sus actividades que llevaba haciendo durante 16 años como cabalgar al lago, trotar en las mañanas, devorarse la biblioteca… ya no podía hacerlas.

Durante los anteriores 4 meses las gemelas habían dejado de recibir sus clases y muy pronto entrarían a la escuela que su padre había creído “apropiada” para ellas. Savannah seguía practicando Gi Gong pero había perdido el control sobre sus emociones y se exaltaba con rapidez, a diferencia de Samantha quien parecía acogerse los cambios con bastante optimismo y buena cara.

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