Capítulo dieciocho.

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Describir la manera en la que me sentía era indescifrable. El beso me había dejado aturdido y no podía dejar de pensar lo malditamente bien que se sintió. Pero la realidad me golpeó, recordándome que yo no era lo suficientemente bueno para una persona dulce y cariñosa como Megan. Ella merecía alguien mejor que un estúpido idiota lleno de odio y rencor por dentro. 

Después de que Jay y Derek dejaran de observarnos, decidimos regresar a la fiesta que seguía con la misma intensidad. Sophie y Amy la apartaron de mí y suspiré con frustración. Esas chicas parecían hacerlo a propósito.

―No voy a creer ninguna excusa sobre lo que vi hace un momento ―Jay se acercó con una sonrisa y rodeé los ojos.

―Jay, no empieces a molestar ―me di la vuelta, sintiendo sus pasos detrás de mí y me fui directamente a las bebidas. Necesitaba un trago.

―¿Dónde está tu chica? ¿Acabas de besarla y luego huyes? ―se puso a mi lado, sacudiendo la cabeza y cogió una lata de cerveza.

―No estoy huyendo, sus amigas aparecieron ―había varias botellas de whisky vacías y por suerte encontré una intacta entre todo el desorden de frituras, cigarrillos y latas de cerveza.

Lo escuché resoplar.

―¿Y? Debiste decirles que necesitabas hablar con tu querida Megan.

―No hay nada de qué hablar ―mentí, en un intento de no aclarar las cosas.

―Dominic, deja de actuar como un puberto orgulloso y dile de una vez lo que sientes ―su voz firme me irritó.

―Ese es el puto problema, no sé qué diablos siento por ella ―di un profundo trago y cerré los ojos al sentir el líquido rasgarme la garganta.

Jay suspiró y negó la cabeza.

―Derek tiene razón.

―¿Qué quieres decir? ―fruncí el ceño.

―No quieres reconocer tus sentimientos por Megan y simplemente te niegas hacerle frente a la situación, exactamente como un cobarde lo haría ―lo golpearía por haberme llamado cobarde, pero tenía razón, era el mayor de los cobardes. 

―¿Dónde está Derek? ―desvíe el tema al instante.

―Por allá ―señaló con la barbilla y lo encontré entre la multitud, hundiendo la lengua en la boca de Cecy. 

Aparté la vista, recordando los suaves labios de Megan sobre los míos. Diablos. Me gustaría volver a sentirlos.

(...)

Cuando llegó la hora de irnos, Jay ya estaba en su moto con Sophie. Ambos iban a continuar la fiesta en otra parte al igual que Derek y Cecy. Oh, también Amy y su arrogante novio, Kyle; por algo era amigo de Josh, quien por cierto, no lo había visto. Daba igual lo que estuviera haciendo.

Así que, Megan y yo nos quedamos en silencio cuando todos se fueron. Subimos al auto y empecé a conducir. Sabía que tenía que tocar el tema y hablar sobre ello. Pero para ser sincero, tenía miedo de cómo podrían terminar las cosas. Cuando menos pensé, ya habíamos llegado a su departamento.

Abrió la puerta y salió sin decir nada. Maldita sea, debía estar molesta y no la culpaba. Le di un golpe al volante, tratando de calmar mi ansiedad y bajé del auto. La seguí, dando zancadas y estaba por entrar al departamento, la tomé suavemente del brazo y giré su cuerpo hacia a mí. Se sobresaltó pero se recuperó, manteniendo una postura relajada.

―Lo siento, yo... ―¿Qué diablos iba a decirle? Estaba empezando a perder la cabeza. Suspiré y tomé su mano sobre la mía―. Voy a ser honesto contigo, Megan. No quiero que nuestra amistad se vea afectada por mi reacción. El beso fue bastante bueno, créeme. Pero no estoy acostumbrado a sentir ese tipo de emociones y me asusta de una manera extraña.

La miré y asintió con una débil sonrisa.

―Entiendo, y no te preocupes, seguiremos siendo amigos.

Mientras la veía, me di cuenta que era la chica más hermosa y dulce que había conocido. 

―Me gustas, Megan. Mucho. Me encantaría tener algo serio contigo, pero no quiero lastimarte. Estoy jodido, tengo una mente cerrada la mayor parte del tiempo y no quiero verte sufrir por mi culpa ―me odiaría por toda la eternidad si eso pasara.

Hice una pausa, pensando que había dicho demasiado. Lo confirmé cuando sus ojos se abrieron sorpresivamente. Ni yo mismo creía haber expresado lo que desde hace semanas me inquietaba.

―Tal vez no lo sepas, pero eso fue muy tierno de tuparte ―miró nuestras manos enlazadas por un instante―. También me gustas, Dominic. Estoy dispuesta a ser paciente y ayudarte. 

Parpadeé, creyendo estar alucinando. No estaba alejándose de mí como pensé que sería. Mierda. Eso era totalmente un alivio para mis músculos tensos. Me tomó desprevenido cuando se inclinó hacia a mí y depositó un beso en mi mejilla. Cuando se alejó, sus mejillas estaban sonrojadas.

―Buenas noches ―se despidió, dejando el frío en mi mano cuando la soltó.

De un movimiento rápido, levanté su barbilla y le di un beso corto en los labios. Tenía la necesidad de sentir la textura suave de nuevo.

―Buenas noches ―susurré cerca de sus labios.

Sonrió con el rostro ruborizado y la vi alejarse mientras entraba por la puerta. Dejando salir un suspiro, volví al auto y llegué a mi departamento. Luego de ponerme cómodo, me recosté en la cama y miré el reloj a mi costado. Faltaba poco para las dos de la mañana y yo aquí, repetiendo una y otra vez la escena del beso en mi mente, y pensando en lo bien que se sentía estar a lado de Megan. Era como si absorbiera esa parte mediocre de mí para convertirla en tranquilidad. No entendía cómo una persona podía hacerte sentir de esa manera. Básicamente dependía de ella para estar en paz conmigo mismo aunque fuera por un momento.

(...)

Logré dormir algunas horas, lo supe porque cuando desperté estaba sudando y con la respiración agitada. Había tenido una variedad de pesadillas, las mismas de siempre. Todas me atormentaban. No podía borrar de mi memoria el rostro agobiado de mi madre cada vez que mi padre la golpeaba y yo no podía hacer nada para evitarlo. 

Me levanté de la cama y me di una ducha fría, intentando desaparecer esos fragmentos de mi cabeza. Luego de vestirme, pensé en enviarle un mensaje de buenos días a Megan, pero aún eran las seis de la mañana así que decidí esperarme a una hora considerable.

Dado que era domingo, me di la libertad de ir al cementerio. El lugar estaba vacío y desolado, tal y como me gustaba. Recorrí los pasillos de concreto y tierra hasta que localicé el pequeño ángel de cemento que se encontraba encima de la lápida de mi madre. El nudo en el pecho aún seguía asfixiándome los pulmones, recordándome lo inútil que fui por no haber detenido a mi padre. 

Respiré hondo y me puse de rodillas frente a la lápida. Ella no debió morir de esa manera, tenía mucho por vivir todavía. En lo más profundo de mí, sabía que no descansaba en paz. Aún podía sentir su mirada sobre mí, diciéndome lo importante que era mantener unida a la famila. No había nada de unión en la nuestra y el resultado fue éste, su muerte. 

Me costaba respirar mientras sentía el vacío en mi interior. La extrañaba tanto que la espina que seguía clavada en el corazón, me dolía como brasas de fuego. Un sollozo salió de mi boca sin previo aviso. Odiaba lamentarme cuando pudo haber una solución. Cerré las manos en puños contra la lápida y con el dolor, bloqueando mis sentidos, lloré como un maldito niño desolado.

No sé cuánto tiempo pasó después de que pude controlar las lágrimas. Me quedé arrodillado hasta que las que las rodillas me quedaron adoloridas. Al cabo de unos minutos, me puse de pie. Saqué el teléfono de los bolsillos y le mandé un mensaje a Megan. Eran las nueve y media de la mañana. Pasé dos horas aquí y aún no podía sentirme un poco mejor. 

La ira y la tristeza corrían por mis pensamientos mientras conducía. Podía sentir un agujero en el pecho, punzando cruelmente. Bajé del auto y toqué la puerta con desesperación. Después de unos segundos, Megan apareció en mi visión y no dudé en atraerla bruscamente hacia a mí. La abracé con fuerza y apreté los ojos, recibiendo su calor.

No sabía qué me ocurría, pero por alguna razón, la necesitaba.

Heridas Ocultas ✅ | editando |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora