Capítulo 13-Amor.

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La vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida ¿Alguna vez lo escucharon?.

—Victoriano...—Murmuraba agitada, él comenzaba a bajar con besos húmedos por todo su cuello.—espera...—Aunque la razón le decía que debían parar, cerraba los ojos disfrutando de los besos y las manos traviesas que acariciaban sus piernas.—estamos en la cocina.

Victoriano suspiró contrariado, olió su cuello y pegó la frente a la de ella unos instantes.

—Te deseo Inés.—Besó sus labios con pasión.—quiero hacerte el amor.—Se restregó contra ella haciéndole sentir su abultada entrepierna, ella jadeó ante el contacto.—necesito sentir tu piel, hacerte mía.

Volvió a besarla y esta vez ella se dejó llevar, estaba excitada, cerró los ojos olvidandose de todo a su alrededor, sintiendo como sus pezones se endurecian contra el pecho de Victoriano, quizás era una locura pero ella también desea que le hiciera el amor, ahí mismo si era posible, sin embargo era muy arriesgado.

—Vamos a otro lado...—Logró decir entre besos candentes.—Vamos a mí habitación.

Él mordisqueo sus labios y negó con la cabeza.

—Esta muy lejos.—Tomó los senos de Inés por encima de la tela y los apretujo con suavidad.—y yo estoy muy cerca de volverme loco.

Inés apretaba los dientes para no gemir, entre abrió los labios mirándolo a la cara, tenía las pupilas dilatadas y un corazón que latía muy rápido en su pecho.

—Hazme el amor, quiero que lo hagas pero aquí no, es muy arriesgado alguien puede vernos.—Insistio una vez más, se bajó de la mesa y lo tomó de una mano.—Si nos apuramos nadie se dará cuenta.

Victoriano la beso una vez más, miró a todos lados y la jaló para que caminarán lo más rápido posible hasta la habitación de Inés, todo el trayecto se le hizo una eternidad, cuando cerró la puerta estampó a Inés contra la misma.

—No te vas a salvar de mi.—comenzaba a deshacer los botones de la blusa de Inés con desesperación.—me tienes loco.

Ella se remojó los labios, tiro la prenda al piso y su corazón dió un vuelco, Victoriano la miraba con deseo, de una manera que le hacia vibrar cada parte del cuerpo, como un depredador a su presa.

—Soy tuya Victoriano, yo te pertenezco.—Dijo con la voz cargada de deseo, de ese que te cala hasta los huesos.

Él no necesito de más para atrapar su boca entre la suya, besándola con desesperación, sus lenguas danzaban a la par mientras que con sus manos retiraba la ropa restante del cuerpo de Inés, bajo hasta el valle de sus senos y se metió uno a la boca, ella gimió cerrando los ojos, era como estar en la gloria, lo chupó y lo mordisqueo por algunos segundos, amando cada vez más la suavidad de su piel y de lo bien que se sentía tenerlos en su boca, hizo lo mismo con el otro hasta que la escucho soltar un gritito ahogado, su entrepierna iba a reventar. Comenzó a quitarse la ropa sin dejar de mirarla, ella era la mujer que más había amado en el mundo, lo era todo y lo sería hasta el día en que muriera.

Inés miraba su pretuberancia  respirando con dificultad, aún no se acostumbraba a mirarlo sin ropa.

—Maldita sea Inés, no me mires así...—La tomaba entre sus brazos sin nada que se interpusiera entre los dos, todo su cuerpo estaba acalorado y deseoso de fundirse en el interior de esa mujer sin ningún tipo de contemplacion.—¿No vez que me haces perder el control?.

Ella solo lo miró fijamente a los ojos, sin ninguna palabra coherente en su boca y más que deseosa de que el se fundiera en su interior, y como si él leyera su mente, comenzó a besarla, primero con suavidad, permitiéndose saborear su boca, la tomaba con fuerza de la cintura pegandola a el completamente, retrocedió con ella hasta el pie de la cama y el beso tomó más fuerza, Inés solo tenía la ropa interior, era lo único que cubría su cuerpo, Victoriano hizo que se sentara sobre el colchón y le abrió las piernas de par en par, ella tragó en seco pero no dijo nada, sabía lo que pasaría lo veía reflejado en su mirada traviesa.

—Victoriano...

Él le sonrió y le sacó la ropa interior sin dejar de mirarla a los ojos, los mejillas de Inés se sonrojaban notoriamente, se sentía tímida ante él y eso de cierta forma le encantaba. Se agachó hasta estar a la altura de sus piernas, besó sus rodillas y se vió hipnotizado por la vértice entre las piernas de la mujer que amaba, Inés no dejaba de mirarlo, tomaba las sábanas entre sus manos como si su vida dependiera de ello, lo vio hundirse al final de sus muslos y supo lo que vendría a continuación, ese hombre sabía cómo hacerle perder la razón.

Abrió la boca involuntariamente ahogando un fuerte gemido, Victoriano la estaba deborando, cerró los ojos mientras esa sensación de placer la recorrían de pies a cabeza, lo tomó de los hombros arqueadose contra él, los jadeos salían de su boca sin control alguno, su cuerpo estaba completamente descontrolado.

Victoriano la saboreo por última vez y subió ubicándose entre sus piernas, la besó en la boca con pasión haciéndole probar sus propio sabor, quizás era algo afrodisíaco pero todo era distinto cuando venía de los labios del hombre que amaba en cuerpo y alma, la miró a los ojos y de una sola estocada se fundió en ella, los dos entre abrieron los labios ante la sensación tan alucinante de sus cuerpos al estar unidos íntimamente, Inés lo besó invitando a que se moviera en su interior, cosa que el no dudó en hacer.

—Estas tan estrecha Inés.—Dijo con la voz cargada de deseo.

El golpeteo de sus pieles al chocar no se hizo esperar en toda la habitación, Inés trataba de callar sus gemidos pero era algo que no lograba controlar, no podía, Victoriano la estaba elevando hasta los más alto, así quería estar, junto a él por lo que les quedaba de vida, entre sus brazos, él se movía con desenfreno en su interior, besándola cada que podía en los labios, tratando de callar cada uno de sus jadeos, si fuese por el no le importaría que toda la hacienda los escuchara, pero no era la manera en que quería dar a conocer que Inés era la mujer a la que amaba y por la que lucharía hasta el final. 

Cuando la liberación sacudió sus cuerpos él se aferró a ella, mientras que pequeñas gotitas perladas bajaban por toda su espalda.

—Te amo, Dios no sabes cuánto te amo.—Besaba su frente repetidas veces.—deseo tenerse así toda la vida.

Inés sonrió tratando de recuperar un poco de aliento.

—¿Así desnuda, debajo de ti?.—Le acariciaba el rostro con ternura, su corazón aún latía como loco.—Yo también te amo Víctoriano, siempre lo he hecho.—Él le sonrió.—Debemos irnos, no sé cuánto tiempo llevamos haciendo el amor.—Murmuró contra sus labios.

Él salió de su interior e hizo que reposara en su pecho.

—Pero no el suficiente.—La apretaba entre sus brazos.—quiero estar así contigo.

Ella cerró los ojos alejando todo lo malo de su cabeza, amaba estar en los brazos de Victoriano, sentirse protegida por él, pero como bien dicen, no todo es color de rosa y aunque no se quiera, a veces hay que abrir los ojos y seguir en una realidad que aunque no nos guste tenemos que aceptar.




Minutos después los dos estaban listos para salir de la habitación, Victoriano le acariciaba el rostro a Inés mientras que ella le sonreía enamorada, con la promesa de que pronto serían libres, sin tener que seguir escondiendo lo que sentían el uno por el otro, porque el amor no se juzga y menos cuando dió inicios desde tantos años atrás.

—¿Lista?.—Tomaba el pomo de la puerta.

Inés asintió con la cabeza, estaba nerviosa, no entendía que le sucedia pero tenía algo raro en el pecho, como una especie de mal presentimiento y aunque no quería, estaba presente en ella.

Victoriano abrío la puerta y los dos salieron de la habitación, Victoriano con una gran sonrisa e Inés con el Jesús en la boca.

—¿Mamá?.

El corazón de Inés se detuvo por un segundo, era Emiliano, lo más preciado que tenía y por la expresión de su rostro sabía que en su mente maquinaba lo peor.









«Porque somos fuego, y aún así amamos la lluvia.»

El Hubiera 💜Donde viven las historias. Descúbrelo ahora