Capítulo diecisiete

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— ¿Cómo estás? —pregunta mi mejor amiga en voz baja.

— Atacada de los nervios, pero bien —me sincero.

— Tranquila. Todo estará bien. Además —agrega—, nuestra suegra está de buenas.

— Tu suegra querrás decir —replico—. Solo tú eres la mujer de un Gold.

— Por ahora —advierte.

— Rebecca Gold —le reprendo—, si tu intención es tranquilizarme, te advierto que no lo estás logrando.

— ¡Amy! —desviamos la mirada hacia una despampanante Riley, quien baja las escaleras con la gracia de una reina—. Guau, estás fantástica. Hola hermanito —saluda a mi chico.

— Liley —el susodicho le prporciona un sonoro beso en la mejilla, mientras su hermana aprovecha el gesto para abrazarle.

En estos momentos recuerdo las palabras de Camille:

<< Con su familia es más cálido, incluso con su hermana es todo sonrisas >>

Sí. Definitivamente es totalmente diferente con su familia.

<< Y contigo >>, añade mi subconsciente.

Tengo que darle toda la razón. Cuando está entre sus seres queridos, se transforma completamente.

<< Te quiere. Daniel te quiere >>.

Sonrío inconscientemente. Daniel está enamorado de mí, y el sentimiento es mutuo.

— Gracias, Riley —intervengo—; pero tú estás mejor.

— Mentirosa —resopla con humor—. Aunque te agradezco el halago.

No lo era. La pequeña de los Gold es hermosa. Sus ojos verdes esmeralda y su castaña cabellera con mechas, en combinación con el despampanante vestido del mismo color de sus ojos que lleva puesto, la hacen ver increíble. Parece una princesa sacada de cuentos de hadas.

— Oh, has llegado —la voz de Priscila Gold interrumpe nuestra conversación—. Hola, cariño —saluda a su hijo menor con un cálido beso en la mejilla—. Amanda, estás preciosa —su calidez me toma por sorpresa. Becca tenía razón: la señora está de buenas—. Les traigo una sorpresa. Hay alguien que muere por verlos.

Todos miramos expectantes hacia la dirección de su campo de visión.

— ¡¿Dani?! —una chica morena, muy guapa corre hacia los brazos del susodicho.

La escena me deja un poco descolocada. Sin embargo, jamás habría anticipado sus siguientes movimientos: la mujer le toma del cuello para atrapar sus labios y fundirse en un apasionado beso.

Yo me quedo quieta. Contengo el aire todo lo que mis pulmones me permiten. Creo que estoy en shock.

El salón ha quedado en un completo silencio, pero soy incapaz de contemplar las reacciones de los demás.

— ¿Susan? ¿Qué haces aquí? —inquiere Daniel—. Pensé que regresabas en tres semanas.

— Así es —responde ella—, pero te extrañaba un montón y decidí regresar antes. Siete meses sin verte han sido toda una tortura. ¿Te ha gustado la sorpresa?

— Genial. Llegó la aguafiestas —a lo lejos escucho el resoplido de Riley.

— Hola, cuñadita —le saluda la tal Susan—. Supe del éxito de tu restaurante. ¡Felicidades! Lamento no haber estado para la inauguración.

— Afortunadamente para mí —replica.

— Rileyyy —advierte su madre. Esta vuelve a resoplar en respuesta.
La morena comienza a saludar a todos los presentes, mientras yo permanezco en mi sitio paralizada. Hasta que llega a mí.

— Hola. Creo que no nos conocemos —saluda—. Soy Susan, la prometida de Dani.

Sin poder controlarlo, un gemido involuntario sale de mi boca.

<< ¿Prometida? >>

<< ¿Y yo qué soy? >>

Desvío la vista hacia Daniel. Él me la devuelve perplejo, perdido.

Otra vez vuelvo a caer en la misma trampa… Rompí promesa. No puedo creerlo, me ha engañado. Sin importar cuánto intenté protegerme, caí ante su mirada radiante y sus palabras vacías.

Pero Daniel Gold no va a poder conmigo. Me ha costado mucho recoger los pedazos. Esta vez no seré humillada. No lo permitiré.

— Amanda Roldan —logro recomponerme—, la novia de Daniel —escucho gemir a la señora Priscila. Aun no me conoce bien—. Aunque el calificativo resulta demasiado absurdo teniendo a su prometida delante. Creo que tu futuro esposo te debe muchas explicaciones. Bien jugado señora Gold —en esta ocasión me dirijo hacia la anfitriona de la casa—. La felicito. Si me disculpan, debo irme. Espero que disfruten de la cena.

— Amy —Daniel me toma del brazo bruscamente.

Por lo que parece una eternidad, nos miramos fijamente.

— Dale explicaciones a tu prometida —rompo el tenso silencio—. Porque a mí ya no me interesan.

De un tirón, logro soltarme de su agarre y salgo de ese lugar embrujado. Cruzo la puerta con la dignidad bien alta, pero con el corazón por los suelos.

<< Idiota >>

<< Idiota >>

<< Eres una tonta, Amy >>

Las palabras continúan repitiéndose en mi mente una y otra vez. No existen adjetivos capaces de describir lo que siento en estos momentos.

Me ha traicionado. Todo fue mentira.

— ¡Amy! —escucho mi nombre a lo lejos. Sin embargo, continúo mi camino—. Amy —unas manos tiran de mí con fuerza—. Detente, por favor.
Es en ese instante en el que reconozco la presencia de mi mejor amiga. O al menos, a la que creía como tal.

— ¡Suéltame! —me deshago de su agarre.

— Amy, espera.

— Debe haber sido muy divertido, ¿cierto? —intenta replicar, pero la detengo—. ¡Se han burlado de mí! Me han mentido. ¡Todos! Incluso tú —agrego en un susurro, debido al dolor que me causan esas palabras. Daniel no fue el único en jugármela, la persona en quien más confiaba también se unió a esta función de circo.

— No fue así, Amy —dice en el mismo tono de voz—. Escúchame, por favor.

— Solo dime algo —hago una pausa antes de proclamar mis siguientes palabras—: ¿lo sabías?

— Pensé que habían terminado —responde—. No…

— Lo sabías —confirmo—. ¡Por Dios, Rebecca! Debías habérmelo dicho.

— Daniel me dijo… —intenta ordenar sus ideas—. Daba esa relación por terminada, Amy.

— Igual debías decírmelo. ¿Cómo fuiste capaz de ocultarme algo así? Conociendo mi historia…, mis heridas —en este punto mi voz es apenas audible—. ¿Te das cuenta de lo que esto significa? ¿Del daño irreparable que me han hecho? Me costó mucho recoger las piezas la última vez. ¿Cómo debo afrontar la situación ahora?; ¿cuando la persona que me tendió la mano y me ayudó a salir de la oscuridad en la que me encontraba, fue una de los que me traicionaron? ¿Me explicas?

— Amy, yo te juro… —Intenta explicarse entre lágrimas.

— No me jures —la interrumpo—, porque no te creo. Sé que lo sucedido no es tu culpa. Pero podías habérmelo evitado. O al menos, advertirme.

— Lo siento.

— Créeme, yo lo siento más —agrego—. Nunca podré pagarte lo que has hecho por mí. Por ello estaré en eterna gratitud contigo y tu familia —por unos instantes dejo que el silencio me envuelva—. Pero no sé si podré perdonarte esto, Becks.

Con esa confesión abandono el lugar tan majestuoso, pero igual de maldito.

Seduciendo a mi JefeWhere stories live. Discover now