»of kings and queens

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                    No era preciso el instante en el que ella retomó consciencia.

Antes se había visto a sí misma recostada sobre un altar de pieles blancas, con un vestido que jamás habría usado si hubiera podido decir algo al respecto. Había alcanzado a ver la daga y el broche acompañándola, pero en el momento en el que fue a acariciar el familiar metal de la reliquia Silverstone, solo pudo percibir oscuridad. Ahora no veía nada; nada en absoluto.

Al principio tuvo miedo, pero luego comprendió que sus ojos estaban cerrados, sus pestañas acariciando con suaves cosquillas sus pómulos en cada leve inhalación. Era difícil describir o encontrar palabras justas para lo que estaba sintiendo en esos momentos. También era extraño. Cuando antes solo percibía soledad, frío y abandono, todo eso había sido reemplazado de un segundo a otro por muchas otras sensaciones que no hacían más que diferir de lo que segundos antes conocía.

La sensación era cálida como el tierno sol de la mañana y refrescante como aquel primer viento de primavera, que traía consigo todos los aromas posibles de la estación. Era libre, descuidado y bastante efímero, justo como una vida humana. Pero también resultaba poderoso y con el paso de los segundos, se intensificó.

Solo le tomó una respiración más para comprenderlo finalmente.

Estaba viva.

Sentía cada energía y gota de vida recorrer su anatomía, renovándose con cada inhalación. Momentos antes solo había podido sentir muerte: la de sus padres y los demás clanes elementales, la de Gilbert, la de Jonathon y la suya propia. Empero ahora sentía comodidad, esperanza y vida.

Con otra profunda inhalación abrió al fin los ojos y se encontró con un alto techo de piedra que se expandía sobre ella. Al ladear la cabeza encontró columnas, arreglos fúnebres y flores a su alrededor, hasta que un color en específico llamó su atención: era un vibrante amarillo pintando los delicados pétalos de su flor preferida. Una tierna mueca se hizo presente en su rostro al recordar la primera vez que vio aquella planta. Arthur se la había obsequiado en uno de sus cumpleaños porque el rubio sabía que ella no aceptaría nada más y, tercamente, Helena conservó dicha flor hasta que solo quedaron retazos de lo que alguna vez fue.

No sentía miedo. Ya no creía que tenía algo a lo que temer.

Aunque quizá volver de la muerte sí asustaría a varias personas a su alrededor. Pero no había otra forma de dar la noticia, así que se sentó y apenas se alzó, pudo escuchar las exclamaciones de desconocidos a su alrededor.

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