2. Mates y tostadas

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—Sí, mi viejo es muy aventurero, rara vez pasábamos las vacaciones de invierno o verano en casa. Él agarraba la chata, cargaba un par de cosas, le pedía a mi vieja que haga unos sanguches de milanesas y nos íbamos para cualquier lado. Incluso muchas veces tuvimos que acampar, porque no teníamos plata para un hotel, pero igual la pasábamos muy bien y éramos muy felices —respondí mientras preparaba el mate.

—Bacán... —susurró sin dejar de ver detenidamente cada una de las fotografías que había de mí y mi familia.

—¿Vos viajabas en tu país? —le pregunté para seguir la conversación en el mismo tema cebando el primer mate.

—No, yo... —intento darme una respuesta, más pude notar que en aquel instante su rostro perdía un poco de luz.

Miró a un costado y pareció buscar en mi ventana otro tema de conversación, supe que no era recomendable insistir en aquello, al menos hasta que entre nosotros hubiera una considerable confianza.

—Weón... —dijo volviendo su mirada sobre mí, una que había vuelto a brillar, me ahogué con el mate y el soltó una carcajada por ello, estaba nuevamente feliz como hacía unos minutos atrás. No entendí porque en aquel momento me pareció lo más hermoso que mis ojos nunca antes habían contemplado. Aclaré mi voz y sonreí para darle entender que me encontraba bien para que continuara hablando—. Desde que estoy en Argentina, esta es la primera vez que voy a tomar mates —me confesó casi como quien le confiesa a su madre haber dado su primer beso.

—¡¿Qué?! ¡¿Cómo vivís sin este regalo de dios?! —pregunté con exageración alzando el mate hacia el techo, él me dedicó una mirada de confusión y vergüenza ajena, aunque no dudo en preguntarme a qué me refería con lo de "dios"—. Bueno, es una leyenda popular, me la contaron en el campo. Se dice que fue dios, convertido en viajante, el que le regaló la yerba mate a un humilde gaucho que le dio comida y cama para que descansara antes de continuar su viaje —respondí frunciendo el entrecejo. Me costaba recordar una historia que me habían contado de muy pequeño.

—¡Oh, ustedes tienen lindas leyendas! —exclamó tomando entre sus manos el segundo mate que cebaba, ya que el primero siempre es para el que ceba.

—Si, pero en realidad es una infusión que viene de las tribus nativas que vivían por esa zona, así que lo otro no es más que un cuento entretenido de blancos —aclaré.

Al entregarlo me quedé mirándole expectante a la espera de su devolución, el chileno parecía darse cuenta de ello y se tomó su buen tiempo para saborearlo. Jugaba con mi paciencia. Para no aburrirme o no gritarle que el mate no era micrófono —frase popular de del pueblo—, me puse a preparar unas tostadas con manteca y dulce de leche.

—No está mal esta wea —respondió finalmente con una maliciosa sonrisa, sabía que en realidad le había encantado, pero como todo extranjero, era muy orgulloso para reconocerlo.

—Toma y cashate —le ordené al acercarle una tostada con manteca y dulce de leche, aunque me frustré por el acento que se había escapado entre mis palabras. —Se me salió el porteño —me quejé untando otra tostada para mí. Camilo siquiera me escuchó, la tostada era más importante que yo y cualquier otra cosa.

—¡Está la raja, weón! —gritó luego de probarla.

Se me escapó otra carcajada por su infantil entusiasmo, pero no pareció molestarle, continuó comiendo como si nada allí hubiera pasado y pronto estuvo a la espera de que la preparara otra.

—Gracias, el dulce de leche casero es mi especialidad, aunque puedo decir que no me sale como el de mi mamá, porque, viste, la es la .

Un sabor a dulce de lecheWhere stories live. Discover now