7. Un corazón alegre

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El lunes por la mañana Jeremías trataba de sacarme del horno, yo no quería mostrar mi cara, estaba destruído. Hacía dos noches que no dormía más de tres horas, me quedé casi toda la madrugada pensando en cómo había llegado a darme cuenta que me pasaban cosas con Camilo. ¿Por qué no me había pasado antes con otro pibe? ¿Lo gay a uno se le despierta así de la noche a la mañana? ¿Tengo un retraso sexual? ¿Eso existía? 

—Dale, culiado, qué mierda te pasa. Polomenos prende el horno si queres suicidarte, necesito meter las facturas antes de que vuelva el profe. —me reclamaba Jeremías sin mucha empatía que digamos.

—¿Y ahora qué le pasa al cuis-cuis? —inquirió otro de nuestros compañeros, reconocí su acento de inmediato, era el santiagueño—. Pero salga de ahí, hombre. 

—No quiero, me quiero morir, me duele la cabeza. —dije con voz llorosa.

—Tomate un ibuprofeno, gil. ¡Dejame usar el horno! —volvió a ordenarme, aunque ahora más enojado que antes. Por las dudas, decidí salirme y volver a mi lugar en la mesa de trabajo. Creo que quería pegarme. 

—Eh, chango, tan linda que es la vida y vos te queres matar. ¿Qué pasó? —volvió a insistir Dario, el santigueño de cabello castaño oscuro y ojos claros —. Saca lo que sea que tengas adentro. 

—Gracias por ser mejor amigo que ésta mierda. —mencioné mirando al pelinegro que fingía no escucharme —. Todavía no puedo contarte, no puedo contarle a nadie, lo que me está pasando es muy raro y no lo entiendo del todo. —me sincere más conmigo mismo que con el santigueño. Sabía en mi interior que ellos no tendrían problemas con mis nuevos… ¿Gustos? Pero era difícil explicarse, necesitaba tiempo.

—Bueno, cuis-cuis, cuando estés listo. —me dijo palmeando mi hombro —. Igual no venía a saber de tus dramas existenciales, quería invitarlos a una propuesta irrechazable. —nos comentó haciendo énfasis en lo de “irrechazable”. 

—¿Involucra escabio? —inquirió rápidamente el cordobés. 

—Si, obvio, Mishquila. 

—Entonces si es irrechazable.

—Vamos a ir el fin de semana a mi rancho en Tramo 20, después nos vamos para La Banda y compramos de paso algarroba y chañar o el bolanchao que tanto les gusta a ustedes. —nos dijo con esa sonrisa pacífica tan característica de él. Ambos asentimos con nuestras cabezas más que entusiasmados, sería bueno desconectarse un poco.

—¿Puedo llevar a alguien? —pregunté para sorpresa de los dos; no, era para sorpresa de los tres, lo había dicho sin pensar. Últimamente pensaba tanto que cuando realmente necesitaba hacerlo, se caía el sistema.

—Si, chango, obvio. Mientras entremos en la camioneta, todo bien. 

—¿Y a quién pensas llevar? ¿Una mina? Nada de coger eh —me advirtió Jeremías cruzándose de brazos. ¿Coger? Ahora no podría dejar de pensar en eso. 

—No te adelantes, boludo. Voy a llevar a un amigo nuevo, ustedes no lo conocen, es un chileno que conocí por casualidad. —me expliqué antes de que siguieran pensando giladas —. ¿Nos vemos el viernes a la noche entonces? ¿Voy a tu casa o me pasas a buscar? 

—Yo paso con la chata, quédense tranquilos —nos dijo a ambos con esa voz de cantor folklórico pasado de copas —. Bueno, changos, nos volvemos a juntar el finde. —agregó antes de retirarse a su mesa. 

Jeremías aprovechó que me encontraba distraído pensando en que había hecho planes con el Camilo sin siquiera consultarle, y me pegó con el palo de amasar de plástico, era mucho más liviano que el de madera, pero aún así era doloroso. Me di la vuelta dispuesto a matarlo, pero entró el profesor y fue a mí a quién le gritaron. No negaba que hacía más de una hora que estaba al pedo, pero no merecía la exposición pública de un mal estudiante. 

Un sabor a dulce de lecheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora