━ 𝐋𝐗𝐈: Hogar, dulce hogar

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Ambas mujeres se atrincheraron en una zona no muy transitada y desde donde poseían una vista panorámica de los drakkars que ya habían echado amarras.

Con las manos en el pecho y la congoja empañando sus rasgos, Kaia observó cómo desembarcaban los primeros guerreros y escuderas. Algunos de ellos protagonizaban emotivos reencuentros con los familiares y amigos que habían dejado atrás durante tantos meses. Otros, en cambio, se echaban sus fardos de tela al hombro y abandonaban el puerto a paso ligero, con la única compañía de sus pertenencias.

A medida que La Imbatible buscaba a su hija en cada skjaldmö que divisaba en la lejanía, el nudo que se había aglutinado en mitad de su garganta se iba estrechando como si fuera una soga. La ansiedad por no verla por ninguna parte, aun cuando todavía quedaban bastantes personas por bajar de los barcos, estaba causando estragos en su interior, acrecentando sus peores temores.

Los segundos parecieron alargarse hasta convertirse en algo indefinido, enturbiado por la desazón que la corroía por dentro y que le impedía pensar con claridad. En un rapto de desesperación se puso de puntillas, a fin de contar con una mayor visibilidad, pero por más que buscara, no lograba dar con Drasil.

Procuró adoptar una expresión serena e imperturbable, pero ya no se sentía la dueña de su cuerpo ni de sus emociones. De pronto, un pánico visceral se apoderó de ella, abotargándole la mente y obnubilándole el juicio. Sus manos se cerraron en dos puños apretados y sus uñas se hundieron con brutalidad en sus palmas, creando pequeñas muescas en la piel. Un ramalazo de dolor se extendió por sus brazos, pero no le importó y siguió ejerciendo presión. Sus nudillos se tornaron blancos como la nieve recién caída y pequeñas heridas con forma de media luna se fueron abriendo en la carne.

A su lado, Hilda pareció reparar en la inquietud que la atenazaba, por lo que posó una mano en su hombro y se lo estrechó con cariño, tratando de infundirle algo de seguridad y confianza. Kaia no la miró, pero su cuerpo se relajó mínimamente ante su contacto.

La seiðkona le frotó la espalda con suavidad en un vano intento por apaciguarla, por hacerla sentir mejor. Sin apartar la vista de los navíos, la escudera buscó su otra mano y se aferró a ella como si su vida dependiera de ello. Hilda le devolvió el apretón e inspiró por la nariz, a la espera.

La anciana también estaba desasosegada, puesto que el regreso de su nieta también estaba en juego, pero se obligó a mantener la calma y a no ceder a esa vorágine de emociones que se había desatado en su interior. No podía permitirse perder los nervios ella también, no con su amiga en ese estado. Debía ser fuerte por las dos.

—Ten fe, ten fe... —bisbiseó Hilda.

La Imbatible quiso hacerla caso, pero el miedo la había apresado entre sus afiladas garras, subyugándola. La visión que tuvo la völva hacía ya varias lunas, aquella en la que su pequeña caía en combate y posteriormente era engullida por la oscuridad, acudió a su mente como un puñal recién afilado, junto con las palabras que le dedicó Harald el día que fue a visitarle a las barracas, cuando aún era prisionero de Lagertha. El gobernante de Vestfold había afirmado que Drasil había muerto en territorio sajón, lejos de su hogar y de su familia. Lejos de ella.

Les suplicó piedad a los dioses, rogándoles que fueran clementes y misericordiosos con ellas. No le importaba el precio que tuviese que pagar a cambio; haría lo que fuera por su primogénita, daría su vida por ella si fuese necesario. Lo único que deseaba era volver a verla, sentirla nuevamente junto a ella. La necesitaba como el aire que respiraba.

No podía perder a Drasil. A ella no.

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Fue entonces cuando una figura en particular acaparó irremediablemente su interés. Lo primero que alcanzó a vislumbrar fue una larga melena rizada, y luego... Luego esos iris esmeralda que tantos recuerdos le traían de su difunto esposo, de su amado Søren.

➀ Yggdrasil | VikingosWhere stories live. Discover now