Culpapilidad y miedo.

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28/01/2020.



Acostado sobre su cama el chico de azules cabello miraba el techo con seriedad, buscando calmar su agitado corazón. Estaba allí para descansar, pero al parecer era imposible.
Soltaba suspiros frustrados y se movía de un lado para otro en el colchón sin encontrar una posición cómoda.

Estaba en la habitación de Pacifica pues la rubia organizo en su casa la fiesta de cumpleaños de les Gleeful, él también ayudo a prepararla, según por ayudar a su amiga, pero la verdad era que algo de él esperaba ver a cierto castaño.
No fue así.
Dipper no había ido y ahora ese hecho lo ponía triste.

Por eso William Cipher estaba de flojo en vez de ayudar con los invitados.
Preguntándose si así de enojado estaba el Gleeful con él.

Se sentó en la cama para mirarse en el espejo que la rubia tenía en su cuarto, tenía ojeras y había descuidado su tratamiento facial.
Hizo un puchero al observar su reflejo estando incómodo con él.

Quería llamar a Dipper y hablar, pero su celular se dañó en un accidente. Aunque no era necesario, él se sabía el número de Dipper de memoria, el tema estaba en que era un cobarde que no se atrevía a marcarle o ir para su casa.

—Eres un verdadero idiota —se dijo a sí mismo.

Después de la pelea se quedó en su casa esperando que Dipper fuera así sea una vez. Esperaba que tocara a su cuarto, por muy cursi y fantasioso que fuese.
No podía llamarle porque su celular murió, pero aun podía ir...
Bill y Phill le dijeron que Dipper debía dar el primer paso, así que él decidió esperarlo... pero no llego.
Se quedó en su habitación y nunca escucho la voz de Dipper tras su puerta.

Aun así quería oír su voz, eso sería suficiente para calmar su corazón.

Ajeno a su lastima mental, alguien entro a la habitación con muchos ánimos.
Bill abrió la puerta sin tocar como si fuera su casa y sonrió a Will, quien seguía sentado en la cama.


— ¡Willcito! ¿Qué haces aquí? —Preguntó y el nombrado solo se encogió de hombros—. Todos están afuera.


—No todos... —susurro y miró sus pies.

Bill hizo una mueca ante esto, sintiéndose culpable.
Negó con la cabeza y fingió una sonrisa.


—Will, por favor... No vino. ¿Y qué? —se acercó al mayor y lo tomó de los hombros para moverlo—. ¿Por qué le pones tanta atención?

Aquel comentario le pareció extraño a Will, miró a su hermano esperando que se explicara, el rubio solo sonrió nervioso.

—Solo, vayamos afuera, ¿sí? No estés triste por un estúpido así, diviértete.


—Basta, ¿sí? —Pidió—, me duele la cabeza, sabes que no soy fan de las fiestas.


—Pero...


Alguien tocó la puerta, Bill gritó un «adelante» y la rubia dueña de la habitación entro despacio.
Era extraño, Bill actuaba como dueño de la casa y la dueña de la habitación parecía la invitada.

Tras la rubia se vio a un chico de cabellos rojos con raíces amarillas entrando detrás de ella.
Phill y Pacifica sonrieron mientras cerraban el primero cerraba la puerta.

— ¿Cómo estás? —preguntó la chica hacia su mejor amigo.


—Bien... me duele un poco la cabeza —empezó con suavidad—, creo...


— ¡Es por ese estúpido! —Exclamó Phill con molestia—, ese idiota te tiene así, deberías solo olvidarlo.


Will viró los ojos y Bill miró incomodo a su gemelo.
Pacifica solo suspiro, no quería darle más estrés al de cabello azul.


—Estaremos abajo, llámanos si necesitas algo. —Fue lo único que dijo antes de darle un abrazó a Will—. Vamos —ordenó antes de que ambos chicos empezaran a quejarse.


A regañadientes los chicos salieron. Will de nuevo disfrutaba de su soledad para reflexionar mientras de nuevo miraba el techo.
Recordando aun la pelea como si fuera ayer, sintiéndose culpable por hacer al castaño llorar.
Aun así pensaba que su reacción era exagerada, ¿o quizá no? Su mente divagaba.
Sabía que Bill y Phill no eran fáciles, que sus bromas eran muy pesadas, pero, ¿tanto así como para que Dipper les hablara así? Bill y Phill eran como sus hijos, él los crio desde que sus padres murieron, así que quería que fueran los más felices del mundo.
Quería que tuvieran una vida feliz.


¿A costa de qué?

—Ah...


Tapo su rostro avergonzado y sin poder evitarlo empezó a llorar.
Dipper tenía su derecho a enojarse, era a él a quien le hacían las bromas, a quien grababan y humillaban.
Esto llevaba años sucediendo y aun así el castaño se lo guardo, y cuando por fin lo hablaron...

—Yo vine y los defendí —completó en voz alta.


Sollozó sintiéndose culpable.
¿Por qué era tan irracional y egoísta? Debía hablar con Dipper, solo que no sabía dónde o cómo.
Empezó a temblar, le aterraba la idea de que Dipper le odiara.

No. Seguro lo odia. ¿Cómo Dipper podía amar a un chico como él? El castaño debe estar molesto, seguro si va y le habla lo sacara a patadas.
Su corazón se apretó mientras la culpa y miedo lo carcomían. 

Era el culpable, y además, un cobarde.

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