De repente, todas se quedan mudas. Seguramente atentas a lo que pueda pasar, porque esta mujer no tiene cara de tener, precisamente, buenas intenciones.

-¿Perdón? -tartamudeo. La mujer anterior se inclina para acercarse a mi cara. Demasiado diría yo.

Trago saliva duramente, recelosa.

-Te has atrevido a sentarte en mi mesa... ¿Chicas que creéis que debería ser su castigo? -añade, con una sonrisa burlona mirando a sus amigas.

Bien Annie , un mes aquí y ya te estás metiendo en problemas ,me reprendo.

Veo las sonrisas cómplices entre ellas y mi temor por lo que me puedan hacer, aumenta.

-Preciosa... Por ser la primera vez, no voy a ser tan cruel -me dice de una manera maléfica. Lleva su mano hasta mi bandeja y coge el vaso de zumo, el cual está lleno, no lo había tocado,

Abro los ojos como platos al sentir como el frío líquido cae por mi pelo y mi cara. Sigue así hasta que ha vaciado el vaso.

Hija de la gran...

-¡Fuera! -me grita y mi cuerpo tiembla por completo, a la vez que siento ese nudo en la garganta por aguantarme las ganas de llorar -. La próxima vez que te vea aquí te haré algún apaño, eres realmente hermosa y las jovencitas como tú, me encantan -acaricia mi cara. Después se inclina más y lame mi mejilla.

Muerta del asco, de rabia y de miedo, me levanto y ando a paso rápido hasta fuera.

Un guardia me frena, me levanta las manos y me pone las esposas, lo cual me hace fruncir el ceño. ¿Por qué demonios me esposan?

Con la cabeza, me insta a que me vaya de ahí, ya que me he quedado mirándolo como una completa idiota sin pronunciar palabra.

Voy de vuelta a la celda, pues es el único lugar dónde me siento más refugiada, aunque no sea de ese modo.

Como no puedo subir a mi cama con facilidad, porque llevo las esposas, me tumbo en la cama de mi compañero, mirando hacia la pared, observo lo deteriorada que está y me permito llorar, ya que parece que representa mi vida en estos momentos. No sé si voy a ser capaz de acostumbrarme a este sitio, aquí todo lo que hay es malo, sólo existe la crueldad y yo, no pertenezco a eso. De donde yo venía era feliz, siempre había altibajos en los que pensaba que se acababa el mundo, pero eso no es nada comparado con estar aquí encerrada entre cuatro paredes, donde los abusos tanto sexuales como verbales abundan.

Ese maldito accidente me jodió la vida, le dije a James que no lo hiciese y a él como la adrenalina y la velocidad lo tenían fascinado -lo volvían completamente loco-, me convenció de que no pasaba nada, que subiese al coche y que disfrutara con él. Como tonta lo hice, y acabó siendo todo un maldito desastre del que ninguno hemos salido bien parados.

-¿Qué mierdas haces ahí? -su voz me provoca escalofríos -. Largo. -escupe las palabras.

Me seco las lágrimas dispuesta a levantarme pero antes de que lo haga, me coge de la parte trasera del cuello de mi mono y me tira al suelo. Gimo por el dolor en la espalda que el golpe me ha provocado, e intento levantarme apoyando las dos manos unidas en el suelo.

-No me has respondido -dice con veneno en las palabras. Otra vez, me digo internamente.

-No podía subir con las esposas a mi cama -respondo con la maldita verdad. Su cara está muy tensa y en su cuello puedo ver una vena inflada, sus manos están hechas puños y me mira con odio y contención, como si quisiera golpearme.

-Me la suda -su semblante tan serio y aborrecido, me hace tragar saliva con dificultad-. No quiero ver otra vez que te has tumbado ahí -asiento lentamente mientras las lágrimas, silenciosas, vuelven a brotar de mis ojos.

Mi compañero de celda ©  Donde viven las historias. Descúbrelo ahora