Capítulo 27

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Mentalizo los movimientos que el hombre negro le indica a Marcus. Llevo días, incluso semanas, haciendo lo mismo, luego cuando llego a la celda los intento hacer, aunque no me salen igual.

Veo que el hombre le da una cuerda al chico, éste la toma, escucha las indicaciones que le da y comienza a saltar rápidamente, luego cambia y solo lo hace con un pie. Así sucesivamente. Tengo que conseguir una cuerda, sin embargo, jamás lograré saltar a la comba de ese manera tan rápida.

Cuando la alarma suena voy a la celda desganada, no quiero verle la cara a Blake. Hemos estado sin hablarnos hasta día de hoy, pese a mis intentos por entablar una conversación y averiguar qué es lo que le ocurre.

Se negaba rotundamente, no me miraba y miento si digo que no me duele que tenga ese comportamiento conmigo.

Quiero al chico cariñoso de vuelta, que me arrope con sus brazos en las noches, que me coja por la cintura y me haga estremecer, que me bese hasta dejarme atontada.

Y para colmo, Dylan tampoco me dirige la palabra ¿Qué demonios les he hecho? Porque si lo supiese haría algo para arreglarlo, ya que ellos, aunque no lo sepan, son importantes para mí.

He vuelto a empezar de cero. Vuelvo a estar más sola que la una y de eso también se han encargado las demás presas, que no han pasado por alto la situación actual con Blake. Está claro que no se aburren, parece que presencian una telenovela con tantas idas de venidas de nosotros dos.

Ahora está tumbado en la cama de arriba con ese libro de empresariales que llevaba mucho tiempo sin tocar. Suspiro.

—Hola —le digo, casi en un susurro.

Me he arriesgado a sabiendas de lo que voy a recibir. Y tal como predigo, lo hace : Gruñe en desaprobación.

Niego con la cabeza decepcionada.

—Hope, tienes visita —me dicen. Echo una última mirada a Blake y salgo cuando el guardia me abre la puerta.

Me pone las esposas y caminamos por los pasillos que llevan a las habitaciones de visa vis. Estoy ansiosa por ver a mis amigos y despejarme durante una hora. Cuando llegamos a la puerta, la abren y entro junto al guardia. Sonrío al ver a Andrea, a Max, a mi padre y a Yoa

¡Yoa!

Por el amor de Dios ¿Qué hace aquí? Había estado tanto tiempo intentado adaptarme y enamorándome de esos ojos mieles, que me se me había pasado por completo que llevaba sin ver a Yoa un año cuando, supuestamente venía a la cárcel a los tres meses de estar ingresada.

En cuanto el guardia me quita las esposas y cierra la puerta, el primero que viene abrazarme es mi padre. Le correspondo y no puedo evitar que una lágrima salga. Desde el juicio no lo había sabido de él.

—¿Cómo estás,mi niña? —me dice, y empieza a darme besos en la mejilla. Río.

—Ahora, muy bien —se separa de mí y se seca las lágrimas. Yo hago lo mismo —. No llores, papá.

Hacía muchísimo tiempo que no veía a mi padre llorar, desde la muerte de mi abuela para ser exactos, y eso ocurrió hace siete años.

—Ya, ya. Es la emoción del momento, cariño. No sabes lo difícil que esto para mí —sonríe y vuelve a secarse las lágrimas que le brotan de nuevo.

—No te preocupes, yo estoy bien y tú también tienes que estarlo -le tranquilizo con otro abrazo.

—Señorita, creo que tienes que contar muchas cosas -me separo de mi padre y veo a Yoa, con las manos en las caderas, una ceja alzada y una sonrisa de oreja a oreja.

Mi compañero de celda ©  Where stories live. Discover now