Capítulo 22 maratón 2/2

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El agente judicial sale de sala y llama a mi padre, que habrá esperado fuera hasta este momento, le hace pasar y le indica que se sitúe en el centro de la Sala, en pie, entregando a la Secretaria el Documento Nacional de Identidad.

Tiemblo. El corazón se me desboca.

—¿Jura o promete decir la verdad? —le dice el Juez a mi padre.

— Sí, juro/ prometo decir la verdad.

Por su gesto de tocarse la barbilla, sé que está nervioso, siempre hace eso.

Comienzan las preguntas. Yo me remuevo incómoda, me va a caer una larga condena, ellos van a por todas, me quieren hundir y lo van a conseguir. Diez minutos después, deseo salir corriendo de este lugar, se me está haciendo eterno y el suspense cada vez es más intenso. Desvío la mirada de mi padre hacia Andy y Max, que escuchan atentamente cada palabra que mi padre dice. Nuestras miradas se encuentran, les digo con la mía que estoy muy asustada y ellos me responden haciéndome un gesto para que tome aire y lo expulse. Claramente, lo hago. Aun así, no logro tranquilizarme, me da a dar un ataque si sigo así.

— ¿Y usted que le dijo al respecto?

—Que yo también lo haría.

«¿¡Qué!?» ¡Madre mía! Me estoy quedando a cuadros, mi padre me está defendiendo. Está haciendo que se me vea más vulnerable aún. Desde luego, estaba equivocada, no querían machacarme. Han venido a ayudarme. Suelto lágrimas silenciosas de felicidad, por saber que aún me apoyan; al menos mi padre.

Escucho un gruñido, y sé que es de parte del abogado. Esa mirada cómplice se ha esfumado.

—Señoría, no tengo más preguntas —y se va a su sitio.

El Juez asiente con la cabeza y dice, dirigiéndose a mi padre:

—Ahora, responda a las preguntas del abogado defensor.

—No tengo preguntas, señoría —contesta, rápidamente Tomas. El Juez asiente con la cabeza y se vuelve a dirigir a mi padre:

—Puede salir de la sala. Llamen al siguiente testigo, la Señora Rose O'donell —añade.

¿O'donell? Ese es el apellido de soltera de mi madre ¡Oh, no! Esto me huele a chamusquina. No puede ser. Repiten el mismo proceso que con mi padre, mi madre ni si quiera me mira cuando pasa por mi lado y le entrega el D.N.I a la Secretaria.

Se pone de pie, en el mismo sitio en el que estaba mi padre. El Juez le hace la mismas preguntas y ésta vez, se levanta Tomas para comenzar con las preguntas. En primer lugar, confirma mis sospechas: Se ha divorciado de mi padre. En segundo lugar, debo decir que no todo iba a ser de color de rosa: Mi madre me pinta como el ser más frío y calculador del mundo, lo cual eso provoca satisfacción al abogado y los defensores de la familia McAdams. Sinceramente, no tengo ni idea de qué pasará. Finalmente, acaban con las preguntas y dan paso a un descanso de cinco minutos, los cuales Tomas aprovecha para hablar conmigo. Resoplo, cansada, exhausta, llevamos como dos horas aquí, estoy agotada mentalmente y tengo mucha hambre.

—¿Y mi padre? ¿Le van a acusar de complicidad? Porque ha dicho...

—Tú padre no va a ser acusado de nada, ha hecho lo que tenía que hacer, Annie. Sé que es mentira lo de la nota, pero lo que ha querido hacer con eso, es demostrar que confía plenamente en ti —me interrumpe.

Asiento con la cabeza y coge mis manos para darme un apretón y hacerme saber que tengo que tranquilizarme. No quiero pensar en cómo va acabar esto, pero por lo menos me voy a ir con la cabeza bien alta. He superado a mis demonios y sé que no estoy sola. Tengo a mi padre de mi lado y eso me conforta.

El corazón me late desbocado cuando el Juez vuelve a entrar en la sala. Ahora mismo no hay nadie a mi alrededor, solo estamos aquel hombre, que me va a juzgar, y yo. Muero de los nervios.

—Según el Artíulo ciento treinta y ocho: El que matare a otro será castigado, como reo de homicidio, con la pena de prisión de diez a quince años. Según el Artículo ciento treinta y nueve: Será castigado con la pena de prisión de quince a veinte años, como reo de asesinato, el que matare a otro concurriendo alguna de las circunstancias siguientes:

Aprieto los dientes, nerviosa

—Primero: Con alevosía. Segundo: Por precio, recompensa o promesa. Tercero: Con ensañamiento, aumentando deliberada e inhumanamente el dolor del ofendido.

Madre mía, tengo los nervios a flor de piel, el corazón choca con fuerza contra mi pecho y mis costillas. Me va a dar algo ¡Que termine ya por Dios!

El Juez continúa:

—La señorita Annie Hope, será condenada a una pena de dieciséis años por Homicidio con alevosía.

Cierro los ojos, sintiendo las lágrimas amontonarse debajo de mis párpados. Estoy condenada a más tiempo que al principio. Me voy a pudrir en la cárcel, me van a comer viva. Menuda mierda, todo lo que he dicho no ha servido para nada.

Abro los ojos, Tomas se ve arrepentido pero él tampoco tiene la culpa. Yo soy la que hizo aquello, él solo hace su trabajo. Me encojo de hombros y evito llorar, me tengo que acostumbrar de una vez por todas de que a partir de hoy, mi vida está en la cárcel; intentar sobrevivir en ese lugar.

Me guían hasta fuera, todo el mundo está apelotonados y entre toda la gente, veo el pelo rubio de Andy, que intenta hacerse paso para llegar hasta a mí.

Llora y me abraza. Me mantengo firme. No voy a llorar. Ya no más. La tranquilizo, en estos momentos me precoupa más ella que yo misma, yo tengo mucho más tiempo para superar todo esto. Dice cosas ininteligibles en mi hombro durante varios segundos y en un momento dado, pronuncia su nombre: El de Blake, provocando que llore con ella, me he dicho que no iba a llorar, pero ha mencionado su nombre y no puedo con la idea de saber que dentro de unos meses él saldrá y me voy a quedar sola allí. Me ha prometido que irá a verme, pero dieciséis años es mucho tiempo y el conocerá a otra persona que pueda tocar, besar y ver a sus anchas. Conmigo no tendrá ese privilegio.

Se despide de mí ya que me obligan a avanzar, sin embargo, no podemos ya que hay un pelotón que nos impide avanzar. Afuera me espera una tremenda. Cuando logramos salir, todos los flashes vuelven a chocar contra mi cara. Mierda.

Los guardias me empujan y comienzo a caminar hacia el furgón, dejando a mi mejor amiga atrás.

—¡Venid a verme! —grito, girando la cabeza.

—¡Iremos Annie! ¡Te quiero!

Agacho la cabeza, no quiero que sigan haciéndome más fotos. Llegamos al furgón a toda prisa, haciendo caso omiso a todas las preguntas que me hacen. Paso de ellos, seguramente puedan contestarse ellos sus propias preguntas, han estado viendo el juicio en directo.

Cuando llegamos a la cárcel, bajo del furgón y vuelvo a ser custodiada por tres guardias. Entramos, todas me miran. Hacen un ruido horrible contra los barrotes con artilugios ¿Qué les pasa? Están locas. Sacudo la cabeza. Tengo que acostumbrarme a esto ya. Ahora esta es mi casa por un muy largo tiempo.

C?

Mi compañero de celda ©  Where stories live. Discover now