CAPÍTULO 3

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Estaba esperando que Brian, mi paciente de 7 años, llegara al consultorio. Brian era un niño que el colegio creía que necesitaba una consulta psicológica debido a que estaban casi seguros que robaba los materiales de sus compañeros y los vendía en la calle. Lo sé, cuando escuché eso del director creí que estaban exagerando y que era algo más lo que estaba pasando.

Al principio estaba muy nerviosa de atenderle porque siempre estaba en juego eso de lograr que él me permitiera conocerle y que me diera acceso a todo lo que le pasaba, así que fingía ser la adulta buena onda que no lo presionaba, pero había caído en una especie de interrogatorio en el que quería que me confirme o no si robaba. No funcionó. Era un niño duro y yo una desesperada por respuestas. Como sea, después de tranquilizarme y no forzarlo logré que me hablara de un amigo que tenía.

Cuando me dijo que su amigo era adulto mi alarma se activó y quise saber más sobre eso, temía que me confesara que algo malo le estaba haciendo ese amigo, pero no. Me contó que este su amigo vivía en una construcción a medias y que no salía de la oscuridad, que cuando él iba a verlo el amigo le pedía gatos muertos, así que Brian se los llevaba y luego se encargaba de sacar los huesos que el amigo dejaba. También me contó que hacía una estrella en el piso y otros amigos más grandes llevaban velas negras...

Cuando me contaba todo eso en mi cabeza solo podía pensar "¿no podía tener un niño más normal?" porque ahora mi trabajo era probar si eso era real, si lo sacaba de alguna película, si lo creía real, o cualquier cosa. Hasta que me preguntó si me asustaba.

Y cuando te pregunta eso tu paciente tienes que aplicar la vieja y confiable: devolverle la pregunta.

— ¿Te asusta a ti? — pregunté intentando no delatarme.

— No, nada me asusta. — respondió el niño con una expresión de orgullo.

Bueno, el punto aquí es que ésta era mi sexta entrevista con él. Ya habíamos logrado hablar de otras cosas, de su familia, del curso... casi nada del amigo come gatos, así que supuse que eso era solo un intento de llamar mi atención.

Brian entró sonriendo al consultorio y se sentó en la silla junto a mí.

— ¡Hola! —saludé emocionada de verle tan feliz de estar conmigo, eso era un gran paso, eso significaba que estaba haciendo bien mi trabajo.

— He traído algo. — me dijo poniendo su mochila en la mesa y buscando algo.

¡Aún mejor! Ya estaba compartiéndome sus cosas, eso sí era un gran trabajo de mi parte. Me emocioné y acerqué mi cabeza para ver qué había traído. Él buscaba afanosamente, moviendo sus cuadernos de un lado a otro.

Hasta que lo sacó.

Y yo no pude evitar dar un salto y golpearme la cadera contra un mueble que estaba cerca de la mesa.

"Mierda, mierda, mierda" pensé mientras veía al niño con una enorme sonrisa mirándome y sujetando un ratón plomo en su mano.

— Mi tío me lo compró. — dijo mirándome y apretando el ratón que se esforzaba por liberarse. Estaba en un dilema, me daba asco, pero también me daba pena al pensar que el pobre animal estuvo en su mochila todo el tiempo, y que eso a él no le importaba. — ¿Quieres tocar?

Debo admitir un error que cometí en una de mis entrevistas cuando volvimos a hablar del miedo. Él me preguntó a qué le tenía miedo, yo le devolví la pregunta y el niño me contestó que sólo me diría si yo le contaba el mío. Y cedí, se lo dije, y ahora él lo estaba poniendo frente a mí.

— ¿Tiene nombre? — pregunté intentando que mi voz no revelara el miedo y asco que estaba sintiendo, y que él olvidara mi acción previa.

— No, mi tío me lo compró el domingo. — Era jueves, y en todo ese tiempo no le puso nombre, eso podía servirme para analizar. — ¿Quieres tocar?

—Se ve que le gusta caminar, ¿siempre estuvo en tu mochila?

Por favor, por favor, no insistas

— Si, todavía no le compro su jaula.

— Ah, le tienes que comprar una jaula bonita para que sea su casa... ¡Me olvidé, Brian! Traje unos dibujos de Dragon Ball, ¿quieres pintarlos?

Por favor, di que sí, por favor di que sí.

Él aceptó, pero decidió poner a la ratita sobre la mesa y yo veía cómo el animal caminaba de un lado a otro, y cuando quería bajarse Brian estaba listo para agarrarla y ponerla en mi lado. Intentaba no ver sus patitas, su colita, sus ojos... intentaba porque de otra forma me iba a poner a llorar frente a mi paciente.

Luego, cuando parecía que nos olvidábamos de la rata, Brian agarró todos los lápices y los metió en una caja y luego metió a la rata y dejó la caja cerrada sobre la mesa. Sentía que estaba sudando y que las gotas de sudor iban bajando por mi cuello.

— ¿Me podrías pasar el color rojo? — dijo él mirándome con una sonrisa.

Maldito niño.

Tenía que abrir la caja y tocar a la rata para poder sacar el color rojo.

— Hay varios tonos de rojo, ¿cuál quieres?

Brian abrió la caja, sacó a la rata y la agarró con dos manos, con una mano sujetó la cabeza y con la otra la parte trasera y me mostró su lomo.

— Tócala, no hace nada.

— No...

— ¿Tienes miedo? — preguntó antes de que yo pudiera inventar alguna excusa para no tocarla.

— No tengo miedo, es tu mascota...

— Entonces tócala, no te va a hacer nada.

Más sudor, ni siquiera podía fingir una sonrisa incómoda. Estaba aterrada, y seguro era más que evidente. ¿Qué opción me quedaba? Quizá si tocaba a la rata, el pequeño perversillo me dejaría en paz. Esto era lo que significaba estar entre la espada y la pared. Entre la rata y mi nota.

No lo hagas, Liv, no lo hagas.

Vi cómo en cámara lenta mi mano se extendía y luego un dedo se alargaba para tocar el lomo de la rata.

Noooooooooooooooooooooo.

Tan pronto como mi dedo hizo un corto movimiento que podía representar una caricia alejé mi mano. Brian guardó la rata dentro de su mochila y volvió a colorear en silencio.

Desinfectante, ponte desinfectante.

Pero si lo hacía sería muy obvio. Quería llorar, sentía cómo mis ojos se llenaban de lágrimas y me aguantaba para no ponerme a hacer un drama allí.

— Ya quiero irme a clases. — dijo el niño, poniéndose la mochila al hombro.

— ¿Por qué?

Maldito niño, no puedes irte sin hablarme después de lo que hice.

— Ya me aburrí, quiero irme.

— Pero no me contaste qué hiciste el fin de semana.

— Nada.

Eso era todo. No iba a lograr que me dijera nada, y si lo retenía lo podía perder para posteriores encuentros. Accedí y le dije que le esperaría la siguiente sesión. Él se salió sin decir nada y apenas cruzó la puerta aproveché para ponerme desinfectante en el dedo y frotarlo. Intenté recomponerme para que en la dirección del colegio no notaran que algo pasó.

Solo cuando mis pies tocaron la calle empecé a lagrimear sin poder contenerlo más. Me sentía asquerosa. ¿Por qué me pasaba esto a mí? ¿Qué probabilidad hay de que tu paciente trajera tu fobia y te obligara a tocarlo?

Esta era como la versión apta para todo público de esas películas en las que el paciente busca a su psicólogo o psiquiatra para matarlo.

¿Qué diría en mi clase? Molty me destrozaría cuando diga que yo fui la que le dijo al niño qué me asustaba, y me lo tenía bien merecido. 

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⏰ Última actualización: Sep 07, 2020 ⏰

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