08. reminiscent.

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Horacio despertó entre besos y caricias junto a un Víktor que agradecía al más allá. Observó su compañero de los pies a la cabeza; la mitad de los colores que lo llenaban se habían esfumado, aunque todavía conservaba remotos reflejos en algunas zonas específicas. Luego se miró a sí mismo: su cuerpo ya no era blanco, tal y como había creído al caer inconsciente.

De hecho, ahora se asemejaba más al de Víktor. Mitad colorido, mitad blanco. No tuvo que darle muchas vueltas para adivinar que él había decidido compartir sus colores con el fin de mantener su vida. Sonrió.

Víktor, por su parte, se derrumbó al momento, cayendo al suelo en mil colores. El corazón le dio un vuelco cuando observó a Horacio abrir los ojos, y aún tenía el miedo en el cuerpo por lo que era incapaz de dejar de sollozar.

—No te quiero perder—musitó Víktor, roto en llanto, escondiendo el rostro en su pecho.

—No lo harás—Horacio acarició el dorso de su mano con profundo cariño, cuya inscripción continuaba vigente—Ahora somos libres, nada nos ata a este mundo: ¡vayámonos lejos, Volkov, escapemos de aquí!

Y no necesitaron intercambiar más palabras pues, como si fueran capaces de leerse el pensamiento, juntos pusieron rumbo a escapar de aquel cruel mundo que les había dado la vida. Ambos ansiaban ir más allá de las colinas que les impedían la vista de otras galaxias lejanas y, por fin, estaban preparados para dar el paso definitivo.

Entusiasmado, Horacio echó a correr hacia el horizonte. Víktor le seguía casi pisando sus talones. Se acercaba el final de la historia.

Huyendo hasta los límites de la lejana cordillera que ponía fin al incompleto valle en el que había pasado toda su existencia, Volkov sentía en la cabeza un ardor que le hacía creer que estaba flotando en el espacio, alzándose aún más con cada paso, y pudiendo jurar que palpaba las tupidas nubes cuando ni siquiera había levantado los pies del suelo.

Su felicidad había alcanzado un éxtasis absoluto, y concluyó que estaba haciendo lo correcto al confiar en Horacio.

En medio de todo aquel delirio, Víktor logró distinguir en el horizonte lo que parecía tratarse de un jardín de ensueño, colmado de frescos y vivos árboles que asemejaban naranjos, construido sobre inmaculadas losas de albo mármol y ornamentado con todo tipo de decoraciones. Horacio lo cruzó de largo, sin apenas prestarle un mínimo de atención.

Más allá de donde se tocaban con la mano los bermejos frutos de los naranjos, Víktor descubrió a través de sus ramas el elegantísimo ángulo de un colosal templo, esculpido en blanco marfil resistente al paso de las décadas. Juzgando el exterior de su fachada, se podría adivinar que aquello no era menos que una iglesia de perfecto estilo gótico, de gentiles ojivas y esbeltas agujas que infundían en el ánimo, en medio de aquellas abandonadas ruinas, arrogantes ideas de inmortalidad.

Ignoraba el hecho de que jamás supo de la existencia de semejante coloso, suponiendo que se trataba de otro acontecimiento mágico de los muchos que habían tenido lugar desde la llegada de Horacio a su vida.

Este último ya se estaba encaramando a los escalonados muros de la iglesia, y parecía que buscaba trepar hasta la cumbre del edificio; Víktor lo observaba con el corazón en un puño, rezando para que no se resbalase ni perdiera el equilibrio.

Sin embargo y para el asombro de este, Horacio llegó hasta la cúspide con pasmosa rapidez y se situó en el magno campanario que coronaba la belleza del paisaje. Volkov no pudo evitar preguntarse cuál era el origen de toda aquella agilidad, y mentiría si dijese que no le sorprendía su destreza a la hora de escalar.

໒ㅤ𝘣𝘭𝘢𝘯𝘤𝘰ㅤ  𓂃ㅤvolkacio.Where stories live. Discover now