07. because i love you.

215 38 7
                                    


—¿Por qué...?—inquirió Víktor con los ojos cargados de cristalinas lágrimas. Mil veces le ofreció perdón a su cuerpo por arruinar la vida ajena buscando una vanidad falsa, mas todo en vano—¿Por qué haces esto?

Sus manos, su vestuario, su cabello; todo en su apariencia comenzaba a adoptar diferentes matices de colores que rotaban entre ellos hasta situarse en el tono adecuado. El porcelánico y fino cutis de su cara tenía un matiz azulado, sombreado por la proyección de sus cabellos, cuya belleza grisácea y terrosa no era comparable sino a la intensidad grácil de sus ojos oscuros que habían adquirido una muy marcada expresión de desesperación.

Contemplaba con horror como su cuerpo se inundaba de color a la par que el de Horacio se vaciaba, quedándose inservible, inútil, inerte.

—Te quiero...—musitó Horacio con las escasas fuerzas que le quedaban, mientras continuaba transfiriendo los colores de un cuerpo a otro.

Varias veces había repetido su deseo acerca conocer los detalles más curiosos de la plana vida de Víktor, ver su rostro en cercanía y no a través del doloroso cristal que se sentía como siete mares completos, pues con palabras cuyo secreto sólo él poseía, había expresado la íntima dulzura del amor que ambos necesitaban y por el que habían esperado tanto tiempo.

Ahora tenía frente a sus ojos la oportunidad de hacer feliz a aquella persona que le había enseñado a apreciar sus posesiones, y no pensaba desperdiciarla. El peligroso amor que sentía se placía envenenando ufano su existencia, siendo su perdición aquello que le dio la vida.

—Escucha, Víktor;—abrió la boca para calmar los ruegos de su compañero—sabes cuanto te amo y cuanto te adoro, sabes que me siento otro cuando me envuelve tu mirada, cuando sorprendo en ella una centella de amor... sin embargo, nada conseguimos viviendo en dimensiones y planos diferentes...

—Por favor, para.

—... es por eso que prefiero soñar con otra mirada tuya y morir dichoso para que, algún día, un rayo de orgullo pueda brillar en tus ojos y, por más egoísta que suene, dijeses un día al mundo señalando mi cadáver: ¡mi amor ha muerto compartiéndome su felicidad!

Víktor se resquebrajó en llanto, golpeando el cristal con fiereza—¡No quiero tus colores si eso implica perderte a ti!

—En ocasiones, los sacrificios son necesarios—Horacio sonrió mientras sentía como sus pulmones se vaciaban poco a poco. Y mordiéndose los labios con delicada discrección, susurró—Te amo.

Sus colores se debilitaban, fluyendo a cataratas de su fiel recipiente y masacrando su cuerpo hasta darle una apariencia límpida, translúcida, casi diáfana. Totalmente blanca, como en un origen a Víktor le correspondía.

La falta de aire ejerció sobre Horacio una borrosa sensación de desvanecimiento e, incapaz de sostenerse en pie, cayó al suelo para poner punto y final a su estado de conciencia, amargando su espíritu un vano sinsabor.

Lleno de rabia y de dolor, el pecho de Volkov se encendió en cólera y su boca se lamentaba a gritos encarnizados. Unos sentimientos de revelación que, sin pensarlo, explotaron en forma de múltiples puñetazos furiosos contra el vidrio que los dividía.

Al instante, una corriente de grietas y quiebras se extendió cual carrete de hilo por toda la superficie del cristal. Víktor se sorprendió por el efecto que sus golpes ocasionaron, mas continuó su tarea, buscando romper por completo la barrera para poder auxiliar a su compañero.

El agudo clamo de una fractura ensordeció sus oídos. Con la respiración agitada, observó como el cristal acabó cediendo y cayendo en pedacitos frente a sus ojos, vulnerable a su desesperación. Cruzó a través de sus ruinas, los pocos restos de vidrio que quedaban en pie; su mente estaba tan nublada y centrada en socorrer a Horacio que ni siquiera cayó en la cuenta de que estaba había cumplido uno de sus sueños.

Ahora, el cristal que los separaba había desaparecido.

Se arrodilló desesperado frente al cuerpo inconsciente, y en un gesto que imploraba clemencia, lo abrazó y se apegó a él. Sumido en un desesperado propósito, Víktor le hablaba inmóvil con los labios secos y los ojos inundados de llanto, causando que el pecho de Horacio se colmara al momento de cientos de lágrimas, que danzaban ajenas de un lado a otro, como si se burlaran de su dolor.

Poco importaba ahora rasgar sus vestimentas con el filo vidrioso, cortar su piel con los pedazos descompuestos de la barrera. Poco importaba ahora la rotura de su voz, que se quebraba aún más con cada aullido de súplica, ensangrentada. Estaba al límite: Horacio desfallecía en sus brazos, y con él, se marchaba cualquier rastro de ilusión que albergara el corazón de Víktor.

Sentía que podía desmayarse allí mismo a causa de la presión. Colmando su rostro de infinitas caricias y besos, Víktor no sabía si la humedad que se posaba en sus mejillas se debía a la reciente lluvia que quiso unirse a sus súplicas desesperadas, o a la ansiedad que expresaban sus propias lágrimas al acumularse en sus ojitos, los perlados frutos de la desesperanza.

Amparado por un bravío tumulto de arpegios, escalas cromáticas e imitaciones, oía el descenso de sus latidos a pasos de gigante, huir, descoyuntarse y hacerse pedazos... Víktor creyó entonces que todo iba a concluir para Horacio, sentía que el mundo se le venía encima, pero un soplo de reacción atravesó la escala entera del piano.

Los fragmentos dispersos se juntaban, se reconocían, uniéndose los huesos de un mismo esqueleto en el juicio final, y de nuevo el tono agudo se presentaba de nuevo triunfante como cosa resucitada y redimida. No llores, Víktor, él saldrá adelante. Y tú también lo harás.

El corazón de Horacio se detuvo.
Y arrancó de nuevo.

໒ㅤ𝘣𝘭𝘢𝘯𝘤𝘰ㅤ  𓂃ㅤvolkacio.Where stories live. Discover now