Hornigold

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Jean soltó un quejido de dolor, logrando apenas abrir los ojos.

Un techo de madera estaba sobre ella, y el bamboleo suave del piso le indicó que estaba en un barco. Poco le costó darse cuenta que estaba en una cama, y extrañamente, no encadenada. La sed la estaba matando.

- Eh, quietecita, Jeancita.

Jean abrió los ojos de par en par, y buscó aquella voz masculina que tanto conocía. Hizo una mueca de dolor al sentir un dolor punzante en su zona abdominal, por fin notando los trozos de sábanas blancas fuertemente amarrados a su torso. Su respiración se agitó, cuando sintió una mano cálida y callosa sobre su hombro.

-Dije, quieta, joder. Sigues siendo igual de testaruda después de tanto tiempo, ¿eh?

La capitana intentó replicar, pero la garganta le ardía terriblemente, a lo que comprendió que había tragado agua de mar. No podría hablar mucho. Incluso le dolía respirar con la terrible herida que le atravesaba el abdomen de lado a lado. Ni siquera sabía cómo había logrado sobrevivir. Por los pelos, seguramente. Como todo en su vida.

- Callate, asqueroso.

El hombre se sentó en un banco a su lado. Él era el típico pirata, quizá más cruel que la mayoría. Pero había sido, y es, un buen amigo de la francesa. Los ojos celestes le miraron con diversión, y los labios se curvaron en una sonrisa sagáz y truculenta.

-Mira cómo le hablas al que te salvó el pellejo, guarrita.-Se estaba remangando la gabardina azul y roja para servirle agua fresca en un vaso de madera, cuando notó la mirada inquisidora de De Belleville.- Ya, ya. Ya te explico. Toma agua, cálmate, y hablaremos.

Jean respondió con un bufido mal disimulado.

-¡Deja de gruñir, que ya sé que eres perra! -Rió, cuando la mujer le arrebató el vaso de las manos. Se rascó la mandíbula mal afeitada, y luego apoyó el peso de su cuerpo contra la mesa de luz, cruzando las largas piernas. El inglés era realmente alto, como lo eran casi todos los anglosajones. Aunque él siempre afirmaba ser el más alto. Y el más guapo. Y el mejor capitán pirata. Era un egocéntrico. Pero a Jean le caía bien. Quizás era porque ella también era así.

-Eres un idiota. -Graznó la otra, al haber por fin terminado el vaso completo de un sorbo.- M-Maldita sea... Sólo dime que mi nave está bien, Ben.

Entonces, casi por milagro de Dios, Benjamin Hornigold decidió adoptar una postura seria.

-Está muy dañada. Las velas quemadas, y el casco tiene varios agujeros. -Se enderezó, y alargó las piernas, por debajo de la cama en donde descanaba la de ojos dorados.- Pero tiene arreglo.

Jean se recostó, algo más tranquila, y cerró los ojos.

-Ben... No sé cómo agradecerte esto, yo... -Su voz parecía estrangulada, mientras intentaba darse la vuelta en la cama. Hornigold negó con la cabeza, y suspirando evitó con una mano que la francesa siguera moviédose. Ya de por si era difícil que sobreviviera. Pero la vida del pirata era así. Vives al borde, todos y cada uno de los días. Puedes morir por una espada, como por una ola o un tifón. Eras exepcional si llegabas a la cuarentena.

-No tienes nada qué agradecer. Hay suficiente oro en tus arcas como para reparar diez veces el daño que está hecho. -Iba a seguir con la explicación, pero supo por los ojos de Jean que ella quería saber otra cosa muy distinta a ello.- Mi flota hundió la francesa. No hubo sobrevivientes.

De Belleville sonrió de oreja a oreja, pero aún no se sentía satisfecha.

-¿Y... Mi primer oficial? -Logró preguntar.

No querría despertar de otra maneraМесто, где живут истории. Откройте их для себя