Ejecución

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No había parte de su cuerpo que no doliera. La camisa estaba manchada de sangre, el rostro cubierto de moretones, y la mente nublada por los golpes y el hambre. Ese era el estado de Connor Kenway mientras era trasladado en aquella oscura carreta para prisioneros directo a su propia ejecución. Lo habían lanzado allí cual si no fuese más que un saco de papas, y en esa posición se quedó, ya sin fuerzas en el cuerpo para ponerse en quizás una posición más cómoda. El calor lo estaba sofocando, lo podía notar en el charco de sudor que se estaba formando bajo su magullada mejilla.

¿Cuanto más duraría aquella tortura? Lo único que quería en esos momentos era venganza. Eso, y volver a los brazos de su querida francesa. Olvidarse del dolor, del hambre, de la injusticia. Pero sabía que eso no iba a suceder. Quizás ese era el último día de su vida. Quizás lo último que sentiría sería el terrible apriete de una cuerda en su cuello y no suaves mantas y el susurro callado de la muerte en la vejez. ¿A quién engañaba? Era un asesino del credo. No había forma de que su muerte fuese pacífica. Ya casi ni le importaba a estas alturas. Sólo quería ver a Jeanne de nuevo.

El carro paró. Kenway fue separado de sus oscuros pensamientos con un jalón en sus ropas. Luz solar. Pedregullo contra su rostro y pecho. El clamor de un cúmulo grande de personas cercano.

-¡Hola Connor! ¿Pensaste que me perdería de tu "fiestita"? Hasta el mismo George está aquí. —Thomas Hickey saludaba al indígena con una sonrisa ladina, volviendo a levantarlo jalándolo de las ropas. Lo sostuvo en su lugar, hablándole tan cerca que resultaba desagradable. Tenía la voz empapada de sarcasmo.— ¿Sería una pena que le pasara algo, no?

-Dijeron que iba a haber un juicio. —La voz de Connor se veía falta de aire. De esperanza. Llena de ira. Si no estuviese tan desamparado y débil ahorcaría al irlandés allí mismo.

-Bah, ¡no hay juicio para traidores! Charles y Haytham se ocuparon de eso. ¡Tú vas directo a la horca! -Rió.

Por un momento, no había debilidad en los músculos del indígena. Estaba parado recto, y sus ojos oscuros centelleaban con una extraña y aterradora intensidad. Las palabras que salieron de su boca sonaban como el vaticinio de la verdad en vez de una amenaza.

—No voy a morir hoy. —Sentenció observando directo al alma de Hickey.— Pero no puedo decir lo mismo de ti.

Hubo un momento de silencio. Las miradas del europeo y el indígena no se separaron. La tensión parecía hielo en el aire.

-¡Muévete!- Gritó otro guardia, cansado de aquel drama para empujar a Connor a que caminase.

La plaza donde se llevaría acabo la ejecución estaba cerca. La multitud chillaba.
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Jeanne se movía entre las personas con dificultad. Estaba vestida de campesina, para no llamar la atención de los guardias que rodeaban la plaza. Sus ojos seguían gritando pirata a los cuatro vientos. Seguían gritando asesina. Esperaba que los templarios no se dieran cuenta. Se trasladó, empujando con firmeza a los presentes hasta que se encontró frente a la horca, un nudo en el estómago que le susurraba el hecho de que cabía la posibilidad de que Connor muriese aquel día. De Belleville jamás creyó en Dios, y sin embargo en esos momentos rezaba para sus adentros, con las manos temblorosas. Se relamió los labios con nerviosismo, recordándose el hecho de que escondía cuchillos bajo sus ropajes, enumerándolos por décima vez esa mañana.

Entonces empezó el verdadero jaleo. Connor había entrado en la plaza, rodeado de guardas carcelarios, además del petulante Thomas Hickey. La gente se amontonaba en la línea más próxima al falso traidor, insultándolo, lanzándole con piedras e intentando golpearlo con palos de escobas y bastones. Jeanne quería llorar. Quería pedirles que se detuviesen. Quería matarlos a todos con aquellos cuchillos que portaba. Pero no podía. Debía pasar desapercibida. Gritó junto a los demás. Le llamó por nombres que jamás pensó tendrían que escapar de entre sus labios. "Es por su bien" Se dijo a sí misma, con una angustia que la ahorcaba peor de lo que cualquier cuerda podría hacer. "Es por su bien."

En los tejados, asesinos de la orden comenzaban a matar guardias en completo sigilo.

Ya era hora.
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La cabeza gacha, las manos atrás, su cuerpo ya no reaccionaba al golpe de las piedras. Ni a los insultos. Ni a los empujones de los guardias. Sus pies ya casi tocaban la plataforma de madera en donde iba a ser colgado.

-¡Traidor!-Le gritó una mujer de la multitud, acercándose lo suficiente para golpearlo fuertemente en el rostro. Cayó de rodillas, donde la misma lo escupió. El tiempo se congeló. Ya no le importaba lo que sucediera. Solo podía pensar en que los asesinos deberían de estar protegiendo a George, y no a él. Él era prescindible. Pensaba también en Jean, y si lo lloraría cuando muriese. Esperaba poder llevarse unos cuantos bastardos antes de que eso sucediese.

Antes de poder volver a levantarse, notó a alguien arrodillado ante él, aprovechando el hecho de que los guardias estuviesen muy ocupados dispersando a la embravecida multitud del otro lado; Achilles.

"No estás solo, Connor. Danos una señal y te sacaremos de aquí." Susurró el anciano de piel oscura, sosteniéndose en su bastón.

"No. ¡No hay tiempo! ¡Deben detener a Hickey, va a..!" —Sus palabras fueron detenidas por el mismo irlandés, que lo levantaba del suelo para empujarlo hacia la plataforma.

Connor solo esperaba que el anciano lo hubiese escuchado.

"¡Arriba, perezoso! ¿No quieres llegar tarde a tu propia ejecución, no?" Se mofó Hickey, la misma sonrisa de siempre, burlona, en sus labios. "Tenías que jugar al héroe, ¿Uh? Tú y Georgie. Ya verás, lo único que sacarán de esto es una caja de pino para sus cuerpos y poco más."

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Connor había comenzado a subir las escaleras hacia la horca. Jeanne, quien se había movido hasta la primera fila de espectadores, seguía rezando para sus adentros como si eso fuese a ayudar en algo. Temía lo peor. Connor no iba a llamar por ayuda. Se iba a dejar matar. No. Él no iba a morir solo, al menos. Si eso llegase a ocurrir, se lanzaría al escenario para matar a tantos guardias y templarios como pudiese. Jeanne de Belleville planeaba morir luchando junto a la persona que más amaba en ese mundo.

"Hermanos y hermanas. Patriotas. Hace unos días nos enteramos de un plan. Uno vil, retorcido. Uno tan retorcido que incluso repetirlo me perturba." Charles Lee era el hombre en aquel escenario. Cabello oscuro, ojos del más claro y frío celeste. El espeso bigote tapaba su sonrisa temblorosa. La mano de Jeanne se tensó en la empuñadura de uno de sus cuchillos. "¡El hombre ante nosotros intentó asesinar a nuestro amado General! ¿Qué oscura locura lo llevó a llevar acabo tales actos? ¡Quién sabe! El hombre ha decidido no defenderse."

Mentiras. Pensó Connor. Mentiras.

"¡Y tampoco demuestra arrepentimiento! A pesar de que le hemos suplicado por la información que él posee, ha mantenido un silencio... De muerte." El templario avanzó hacia el indígena, cubriendo su rostro con una bolsa que había estado portando en una mano.  "Si no confiesa, si no se arrepiente, ¿qué otra opción nos queda salvo esta? Él nos quiso entregar al enemigo. Ahora nos toca a nosotros entregarlo a la muerte."

Las masas chillaron, como un sólo grito de crueldad y violencia. No había compasión que quedase en sus gargantas.

"Que Dios se apiade de tu alma."

La tabla de madera que soportaba el peso del indígena cedió. Connor caía directo a su muerte.

Sobre todos los gritos se escuchaba el más alto de todos; El de Jean.

Respira. El aire quema su garganta. No entra. Los dedos de sus manos se retuercen. Las piernas dan patadas. De repente, todo se vuelve negro.

Y cae.

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⏰ Last updated: Dec 13, 2016 ⏰

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No querría despertar de otra maneraWhere stories live. Discover now