Gimli, Aragorn y Legolas, esperaban en la plaza junto a los hermanos de Arwen. Había pocos residentes, pues la mayoría había partido a las Tierras Imperecederas. Los que caminaban a su alrededor eran sirvientas de la dama o soldados de Rivendell. 

Legolas se encontraba admirando la belleza del bosque. Le era tan mágnifico, el olor, los sonidos, las primeras luces del alba que cubrían las hojas. Apreció la melodía del agua, que rodeaba las rocas y se movía libre entre la tierra. Añoraba su hogar, Eryn Lasgalen, pero para el elfo la belleza se podía alcanzar en cualquier lugar de la Tierra Media. Era por ello que amaba viajar y recorrer todo tipo de senderos. Pues él, hallaba paz al contemplar imágenes tan hermosas como aquella. Algo lo sacó de su ensimismamiento, más bien, alguien. Aragorn golpeó su hombro buscando su atención, y a regañadientes y soltando un suspiro lastimero, retiró sus ojos del bosque. 

La sonrisa socarrona de su amigo y su fija mirada en el horizonte, le hizo seguir el rumbo de esta. Y de nuevo, Legolas había sido un ingenuo. Pues lo que hacía palpitar su corazón de forma descontrolada, estaba ahí, justo frente a él. Se quedó sin aire, palideció ante la ilusión de Silwen. Su vestido acentuaba esas curvas que ocultaba siempre tras su armadura. Y su pelo... ¡Oh, por Eru! se lamentó el elfo. Su cabellera cenicienta caía sobre sus hombros, formando suaves ondas que recordaban al movimiento de las olas. Pero ella no era tan solo una ola, era el mismísimo mar. Debía surgir del océano, se dijo él. No alcanzaba a encontrarle otra explicación. Ella lo era todo, cielo, aire y tierra. Abarcaba toda la belleza de Arda para Legolas.

¿Recordaís mis palabras? príncipe de Eryn Lasgalen, hijo de Thranduil.

Legolas vislumbró la figura de Galadriel tras la bella imagen de Silwen. La voz de la dama resonó en su mente y no pudo evitar asentir sin despegar sus ojos de su tan ansiado anhelo. Pensó en el mensaje que le dio Gandalf en su día. A pesar de que él tenía muy presentes aquellas palabras, pues siempre intentó descifrarlas sin encontrar respuesta alguna, la voz de la dama volvió a retumbar repitiéndolas.

Legolas Hojaverde, mucho tiempo bajo el árbol en alegría has vivido. ¡Ten cuidado del Mar!

Si escuchas en la orilla la voz de la gaviota, nunca más descansará tu corazón en el bosque.

Y como el primer día que escuchó aquellas palabras, se mantuvieron de nuevo como un enigma para él.

Es demasiado pronto para que lo entendáis. No aún...

Legolas vio como la dama sonreía aún a espaldas de Silwen. ¿Qué he de entender? se preguntó con el ceño fruncido.

Vuestro corazón ya ha escogido, joven elfo. Esperemos que el mar no os aleje de vuestra dicha.

Legolas suspiró derrotado y admiró de nuevo a Silwen sin alcanzar a entender la magnitud de las palabras de Galadriel. Era tan hermosa por dentro como lo era por fuera, se dijo a si mismo sin evitar suspirar por la elfa de cabellos cenicientos. 

Era un necio, un iluso, si creía poder resistirse a los propios deseos de su alma. Quiso acercarse a ella, besar su piel como llevaba tanto tiempo añorando. Cuando dio un paso al frente, con el corazón acelerado y las manos sudorosas, gruñó al ver como alguien ya se le habían adelantado.

— Espero que sea de vuestro agrado, mi señora. —Elladan besó el dorso de su mano— En cuanto lo vi, supe que erais vos únicamente quien debía portarlo. —la admiró de arriba a bajo con una dulce sonrisa en su rostro— Y no me equivoqué.

Silwen respondió con una sonrisa, aunque su corazón acababa de sufrir una enorme decepción. Pues no fue Legolas quien la había obsequiado con aquel presente. Silwen tenía la esperanza de que el sindar la hubiera perdonado al fin, pero no parecía ser así. Pues con el pasar de los días, las palabras que Legolas le dirigía seguían igual de cortantes y frías, como la hoja de su propia espada, y aquello, era algo que afligía a su eterna alma sin poder remediarlo.

✓ DAMA DE PLATA ⎯⎯  ʟᴇɢᴏʟᴀꜱDonde viven las historias. Descúbrelo ahora