Sus ojos comúnmente grises se encontraban de un tono violáceo con el iris reducido a niveles microscópicos, simulando un color único y uniforme que solo podían encontrar en su mirada.

En cuanto el oxígeno encontró camino a su sistema, el tono fue desapareciendo hasta regresar a la normalidad grisácea, su respiración comenzaba a ralentizarse hasta que recordó el llamado de auxilio que la había hecho volver en sí. Buscó a Summer con la mirada, sabiendo que se encontraba en una de las camas de a lado, mas lo que vio fue una de las pesadillas que la seguiría diariamente a partir de ese momento.

La pelirroja, considerada como su hermana más cercana estaba sobre el colchón de a lado, envuelta por completo en un cubo de hielo que parecía hacerse más fuerte conforme pasaba el tiempo. Winter giró la cabeza en busca de sus otras dos hermanas quienes se encontraban congeladas al borde de formar su propia sepultura de hielo como la rizada.

—¡Mamá! ¡Mamá! —gritó desesperadamente comenzando a llorar de una manera incontrolable. Copos de nieve comenzaron a llenar la habitación mientras sus sollozos aumentaban, su poder comenzaba a salirse de control tras el dolor de la pérdida y la culpa.

Dea llegó haciendo un nudo en su bata de dormir, deteniéndose en seco bajo el marco de la entrada al presenciar la escena. Para ese momento, la peli blanca estaba rodeada de pequeñas montañas de nieve, con lágrimas de cristal, arrodillada en el suelo.

—No quise hacerlo, mamá. Te lo juro que no quise hacerlo... —Repetía Winter con un poco de hipo en cada palabra tras no poder parar de llorar—. Las maté, mamá. Se murieron por mi culpa.

La madre se acercó con premura al analizar la situación, alzando a la ojo gris en brazos, meciéndola brevemente mientras la pequeña se aferraba gritando.

—Escúchame Winter, no están muertas. Puedes remediarlo, eres mi niña fuerte... —Dea hacía lo que podía por explicarle a una niña de cinco años cómo podía salvar a sus hermanas. Aunado al hecho de que se trataba de sus hijas, fuera por el motivo que fuera, las quería; lo que se demostraba ante su voz cortada y alterada, sin embargo, sabía que no podía expresarse como quisiera, la estabilidad era su deber y no tenía permitido causar algún desastre mundial por sentir dolor—. Estarán bien, tú puedes mi pequeño copito, solo necesitas desearlo. Por favor, solo respira conmigo y piensa en que el frío se vaya.

La luz se fue por un momento cuando lágrimas involuntarias surcaron las mejillas de Dea, quien sabía quedaba poco tiempo para actuar, pero solo Winter era capaz de remediarlo.

—No puedo, sigue nevando —sollozaba la pequeña extendiendo su mano temblorosa a los cubos de hielo.

—Vamos copito, piensa en tus hermanas y que para verlas necesitas abrir una puerta.—La pelinegra la bajó de sus brazos mientras le susurraba pues comenzaba a sentir que no iba a poder controlar sus emociones por más tiempo—. La puerta es el hielo, solo ábrelo.

La última nacida se acercó a pasos titubeantes, aún con el hipo de sus sollozos y las lágrimas secas en sus mejillas que intentó borrar con el dorso de su mano. Cerró los ojos recordando el día que salvó a Spring, los libros de Autumn y el grito desesperado de su hermana aliada: Summer. Pensó en que ella resguardaría la naturaleza del frío si tan solo las dejara tranquilas. Una corriente de aire le movió el cabello blanquezco, su piel se volvió más pálida como la luna misma y sus ojos al abrirse volvieron a adquirir el tono violeta por un segundo.

Las hermanas Season © Where stories live. Discover now