Capítulo siete.

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Puebla

*****Xóchitl*****

—Niña Teodora, ya está el desayuno— dio dos suaves golpes a la puerta de la pelirroja.

Nadie contestó.

— ¿Niña Teodora? ¿Está ahí?

Silencio.

— Qué extraño. Quizá ya bajó— musitó—. Oh, bueno. Iré a levantar a los demás.

Menuda decepción se llevó al saber que nadie contestaba. Bucó en todas las habitaciones, bajo los muebles, entre los estantes... ¡Nada!

— ¿Don Andrés? ¿Alebrije? ¿Alguien?— soltó un bufido—. ¿Dónde se habrán metido? ¿Y si salieron?

Se acercó hacia la entrada, y por un momento creyó encontrarse en las calles de Puebla... Cuando un choque eléctrico la lanzó al suelo.

— ¡Ay, chirriones! ¿Y eso que fue?

Volvió a intentarlo. Misma respuesta.

— ¿P-pero qué es esto? ¿Estoy encerrada? ¿Cómo...?— la vela se prendió en su cerebro—. Oh, claro. Alebrije y su magia... Voy a volverlo mole cuando lo vea. ¿Pero por qué?

Fue cuando un nombre sonó en su cabeza.

— Leo... ¿Tiene que ver con Leo? ¡Claro que tiene que ver con Leo! De lo contrario no me habrían encerrado.

AL parecer la creyeron tonta, pero no era así. Si no fuera por Leo, no la habrían dejado enclaustrada en su propia casa. Sabían lo que ella sentía por él.

— Pedazos de...— la energía en su cuerpo se transformó en calor. No debieron haber hecho eso.

Voló a la biblioteca a buscar respuestas, no sin antes dejar un agujero en la puerta de la cocina con sus poderes.

Ya iban a ver.

A más de ocho horas de Puebla.

***** Kubo*****

Las horas se habían hecho largas conforme avanzaban por el empedrado camino. A Kubo, quien pese a que en Japón se la pasaba caminando por horas desde su hogar en la montaña hasta el pueblo, las piernas le decían "no más". Quizá era la intensidad de los rayos del sol lo que lo tenía flaqueando. Se preguntó sorprendido como es que los otros dos, personas que a simple vista carecían de un físico de combate, podían marchar sin ninguna gota de sudor resbalándose en sus caras.

"Combatí a monstruos de ultratumba" "Me fui a pata al ejército" "Entregamos panes por toda Puebla" le respondieron.

Tenía pinta de ser medio día. Hora de almorzar. El dúo de novohispanos sacó de una bolsa tres panes dulces y le tendieron uno a Kubo. Él agradeció y le hincó el diente. Sabroso, como el que degustó la noche anterior. Ahora entendía porque la señorita Dionisia le decía que podía comerse cuantos quisiese.

Se sentó en una piedra gigante a comer. Leo lo acompañó y entre mordiscos le sonrió. El azabache sintió sus mejillas en su punto de ebullición. ¿Por qué demonios el Charro le había mandado a "secuestrar" a alguien tan lindo? ¿Lindo? No, no dijo lindo...

— Eh— el castaño lo llamó con la boca llena—, te quería preguntar algo.

—Dime— respondió, pasando de largo aquel gesto de pocos modales.

— Pues... Yo quería saber que hace alguien como tú acá... Ya sabes... ¿Por qué estás en México y no en Japón?

Kubo lo miró: Leo rezumaba curiosidad por todo su cuerpo. Se había encorvado ligeramente hacia su persona, con sus ojos diciéndole "cuenta".

Lo Que El Charro Nos Dejó (Hiatus).Where stories live. Discover now