Capítulo cinco.

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Nando.

Por segunda vez en esa misma noche, salió de aquella pequeña habitación inundada de incienso. Le volvió a desear buenas noches a la matriarca, quien simplemente asintió y volvió a cubrirse con las cobijas.

Fernando soltó un suspiro lleno de fracaso. En la media hora que habló seriamente con su abuelita, no había logrado convencerla de dejarlos cometer "una semejante locura sin explicación ni coherencia", como ella lo tildó.

"Ni muerta voy a dejar que ustedes dos le pongan precio a su cabeza de nuevo. Pensé que nunca los volvería a ver después de que ambos se marcharan" fue lo que le dijo.

Él prefirió no discutir y retirarse. Comprendía a la mayor; nunca se aseguraba a si mismo de sobrevivir durante la milicia, y mucho menos con la última misión de su hermano. Sin haber cumplido los dieciocho años, pensaba que ya había vivido un miedo más grande que el de cualquier adulto promedio.

Sin embargo, la conversación que tuvo con Leo antes de mandarlo a dormir lo dejó pensando. Él tampoco quería irse. No soportaba la idea de separarse de su hogar. De su abuela, de Dionisia y (aunque no lo admitiera abiertamente) mucho menos de su hermano.

Y por eso, cuando vio al extraño japonés, tuvo un mal presentimiento.

Su historia más.

Y el hecho que el idiota de Leonardo pensara en ayudarlo empeoró las cosas.

Era sincero: no confiaba en Kubo. Tenía perfectas razones para sospechar de él:

· Uno: en Puebla todos se conocían. Era "¡Eh, xxxx! ¿Qué tal?" o "¡Buenas, Don/Doña xxxx! ¿Cómo va la familia?" o "¡Xxxx, tiempo que no te veía! ¡Hace tiempo que no pasas por acá!". Mínimo se le conocía el nombre a la persona, sino algún familiar o el trabajo. A los únicos a los que no se les trataba con esa cercanía era a los realistas. Como él y su familia no habían visto al japonés, suponía que el resto de la ciudad menos.

· Dos: Kubo llegó, literalmente, de la nada. Simplemente se apareció inconsciente en la puerta del local. ¿Raro? Bastante.

· Tres: ¡El condenado tenía una katana! ¡UNA MALDITA KATANA! Nando no necesitaba saber de armas blancas como para entender que si te atacaban con esa cosa resultarías, por lo menos, atravesado. Para que un niño de la edad de Leo poseyera una de esas cosas... No tenía una explicación racional para eso.

· Cuatro: su historia le parecía poco creíble. Después de lo que pasó con ese anciano (que bien todos saben resultó siendo el Charro Negro), ya le valía tres kilos de pan las historias mediocres de cualquier pejelagarto que se le cruzara en su camino.

· Cinco y más importante: ¡EL MAMERTO DEL CHISGUETE YA ANDABA PENSANDO IRSE A LA CAPITAL CON ÉL!

Descargó sus molestias en el sofá de la salita de estar. Le quedaban muchísimos años de vida como para darles fin de una vez.

Bueno, no. Tal vez estaba exagerando. De pronto Kubo solo cayó de la nada en Puebla y realmente necesitaba volver a su hogar.

Y realmente Leo sugería ir con él SOLO para conseguir los remedios de su abuela.

Y quizá él solo aceptó acompañarlo porque le daba miedo perderlo.

Y hasta...Hasta... Hasta de pronto sintió una extraña conexión entre Leo y Kubo. Como si entre ambos muchachos existiera un vínculo nunca antes imaginado.

"No, no, no. Al diablo. El Chisguete sigue babeando por Xóchitl. La llegada de la Kubeta no cambia nada, ¿Verdad?".

Apretó su cara contra una almohada hasta que el cansancio le ganó. El siguiente día sería uno nuevo, y hasta de pronto podría convencer a su abuela de dejarlos ir. Pero por ahora, unas cuantas horas de descanso y sueños eran lo mejor que le pudo haber pasado.







Lo Que El Charro Nos Dejó (Hiatus).حيث تعيش القصص. اكتشف الآن