II

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Al fin la lluvia y su agonía se detuvieron.

— ¿Puedes levantarte? —Ese tono afable acarició sus entumecidas extremidades. Aun con los párpados pesados, intentó responder al desconocido. Este portaba una azulina capa de franela, adornada con fina pedrería y lazos oscuros. Ropas tan elegantes y acogedoras. Ropas que un lugareño como él jamás vestiría. —Intenta no moverte, niño.

Un delicado rubor cubrió sus mejillas. Sintió las tibias manos de su salvador, protegidas con oscuros guantes, sobre su abdomen y una esfera de luz resurgió de ellas. Anonadado, parpadeó dos veces por lo que sus ojos contemplaban. La esfera se extendió hasta entrelazar arabescos iridiscentes, los cuales rozan con delicadeza su piel y cicatrizan sus ultrajadas heridas.

¡Magia auténtica!

Un obsequio que solo florece en almas únicas y él, un niño bastardo, observaba su retorno a Picas. Agradeció a las deidades por su infinita generosidad al concebir que un alma impura toque la fuerza ancestral de Cardverse.

— ¿Duele? —La luz de los arabescos presentaba una gama de azules y violetas. Su centelleo molestaba un poco su vista y comenzó a lagrimear. --Avísame si llega a doler.

—No, señor— Replicó con ímpetu. Apenas discernía un indoloro cosquilleo que bajaba y subía por su diafragma, brazos y piernas, similar a una espumante ola—Gracias, señor.

—No es necesaria tanta formalidad. —Espetó incómodo por el sobrenombre. Inconscientemente arrugó la nariz, apretó los labios y unos pliegues traslucieron en su frente.—Además, tampoco soy tan mayor.

Aclaró el sujeto, ignorando que las orejas del infante enrojecieron. A través de sus enguantadas manos, las cálidas partículas de luz retornaban a él como niebla hasta evaporarse. La magia atemporal retemblaba dentro de todo su ser y en cada gota de sangre.

— ¿Cómo acabaste aquí?

Deseó saber el desconocido, sosteniendo con delicadeza sus hombros y apoyándolo contra su tórax para ayudarle a erguirse. Con sigilo, el pequeño escudriñaba sus rasgos faciales, ensimismado ante la primaveral mocedad de su salvador. Empero, a diferencia de otros adolescentes, él parecía una persona demasiada reservada y fría.

Oculto tras esas oscuras pestañas y flequillos dorados, se reflejaba un maduro color verde. Si consiguiera atrapar esos gélidos orbes, los guardaría en un cristalino frasco tan solo para retener su belleza.

Su mirada determinaba un presagio, una serendipia, un ignoto sino.

—Por hambre. —Reconoció un fragmento de su crimen. Todavía percibía como esa niña de ojos castaños se retorcía debajo de su abdomen, recordaba sus manos estrangulando aquel frágil cuello y el miedo retratado como vibraciones placenteras. —Toda Picas muere de hambre, señoría.

Recordó al difunto gato, los rodillazos contra el estómago y la caída hacia la pendiente. De qué culpa podían acusarlo esos indiferentes ojos, si los nobles jamás afrontarán las murrias que él había recorrido desde que nació.

Aquella pendiente...

Un estremecedor temor lo impulsó a levantarse, pero apenas avanzó dos pasos y se volvió a caer. Bajo la palma de sus manos sentía un pavimento construido con finas piedras y no húmeda tierra del bosque. No obstante, lo que observaba contradecía toda lógica de a dónde se había caído.

Dos elegantes caballos reposaban a tres pasos adelante. Sus hermosos pelajes lucían un magnético tono oscuro, al igual que las prendas de su misterioso jinete. Los atalajes, puertas y ruedas presentaban ornamentos dorados, sedosas banderas ondeaban el carruaje berlina y dentro de este aguardaba una agraciada mujer.

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⏰ Last updated: Aug 21, 2020 ⏰

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