— ¡No lo sé! —Grito exasperada—. Lejos. Lejos de ti, tu prepotencia y tus palabras hirientes.

— Pensé que me habías perdonado —comenta. No digo nada—. ¿Amy? —me quedo en silencio, con la cabeza baja, soy incapaz de mirarle—. Muy bien, tú lo has querido.

En cuestión de segundos, me toma por las caderas y me carga en sus hombros.

— ¿Qué haces? —pataleo—. ¡Daniel, bájame!

Agradezco que sea la suite presidencial, de lo contrario seríamos los protagonistas de un gran espectáculo.

El maldito cierra la habitación con llave antes de bajarme.

— ¡¿Por qué no puedes dejarme en paz?! —le reprocho.

— ¡¿Por qué no quiero?! —responde en el mismo tono—. ¡No quiero dejarte ir!

Enmudezco de repente.

>> Soy un idiota —admite.

— Finalmente estamos de acuerdo en algo.

— Pero nada de lo que dije es cierto —continúa—. No me arrepiento de nada. Nuestras citas en el ascensor han sido lo más divertido que he hecho jamás.

<< ¿Divertido? >>

Voy a interrumpirle, pero me detiene colocando un dedo en mis labios.

>> Acostarme contigo ha sido lo mejor que he hecho en mucho tiempo. Llevarte a mi apartamento ha sido la mejor decisión que he tomado jamás. Y tus labios —los delinea lentamente con sus dedos—, han sido lo mejor que he probado en toda mi vida —solo puedo mirarle. Las palabras han terminado por abandonarme—. Si acostarme contigo ha sido el mayor error de mi vida; cometería el mismo error, una y otra vez.

Trago con fuerza el nudo que se ha formado en mi garganta.

— Esos han sido muchos mejor —logro encontrar mi voz; aunque no la reconozco; suena aguda, forzada.

— La verdad, Amanda —admite—, es que desde que te conozco, no pienso en nada o nadie más. Lo que antes me atraía o fascinaba, ahora carece de sentido. No he podido dormir bien un maldito día, desde que nos peleamos.

Mi boca corre a tomar la suya de un impulso, sin poder controlarlo. Después de eso, él toma el control.
Sus manos van hacia mi espalda baja, mi trasero: en cuestión de segundos, mis piernas se encuentran rodeando sus caderas. Me aferro a él con todas mis fuerzas. Sus corbata y saco caen al piso minutos después. Mi camisa de magas no tarda en seguirles. El rastro de ropa en el suelo traza el camino hacia la habitación principal.

En ningún momento dejamos de besarnos; nuestros labios se han aferrado a los del otro, al igual que nuestros cuerpos.

Si este es el peor error de mi vida, pues asumiré las consecuencias.

— ¿Sigues cuidándote? —por unos instantes, no comprendo su pregunta—. Tengo condones, por si acaso.

Al comprender, la pregunta me cae encima como un balde de agua fría.
Si tan solo supiera…

— Tranquilo —respondo—. Embarazo no deseado es algo que nunca sucederá.

<< Ni deseado tampoco >>, añade mi subconsciente.

Alejo esos pensamientos y me concentro en el Dios del Olimpo que me acaricia sin piedad.

— ¿Lista para mí? —Inquiere.

— Siempre.

De una estocada entra en mí y por primera vez, hacemos algo más allá del sexo. Algo a lo cual, no quiero ponerle nombre… aún.

Seduciendo a mi JefeWhere stories live. Discover now