Capítulo 2

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Sin darse tiempo para arrepentirse, Canuto echó a trotar a toda velocidad. Enseguida alcanzó a Bellatrix que se desplazaba por el bosque con rapidez. Ella no se detuvo y él continuó correteando a su vera.

-¿Qué pasa, perrito, no tienes casa? –preguntó con desinterés- Nah, por lo flacucho y despeluchado que estás seguro que no. Te habrán abandonado.

"¡Anda que tú estás para echarte un polvo aquí mismo!" pensó Sirius ofendido. Aunque tenía razón, ambos tenían razón: estaban hechos un desastre. Su forma humana también lucía la melena oscura larga y despeinada y la piel, cubierta de tatuajes, pálida como la cera. "¡En lo que ha quedado la noble y ancestral casa Black!" se rió internamente el animago.

Se preguntó a dónde iban. Se hallaban ya a casi dos horas del lugar del ataque, margen de sobra para aparecerse. La morena caminaba con agilidad y sigilo, pero no parecía tener prisa. Sirius pensó que su animago sería una pantera: siempre atenta, siempre al acecho. O una serpiente extremadamente venenosa. O un cuervo de los que te picotean los ojos hasta sacártelos.

Su prima contemplaba el paisaje con cierta admiración y de vez en cuando paraba a recolectar moras silvestres y algunas bayas. Entonces lo entendió: podría haberse aparecido, pero ella también añoraba la libertad. Llevaba apenas un par de semanas fuera de la cárcel y tras catorce años encerrada sentía la necesidad de disfrutar de aquel lugar que era vida en estado puro. Sirius tenía que respetar eso. Por mucho que la odiase, Azkaban seguía pareciéndole un castigo desproporcionado e inhumano. Así que siguieron andando durante lo que fácilmente fue otra hora. "Ojalá ser un chihuahua y que me llevase en brazos" pensó el animago que empezaba a cansarse. Pese a su abundante pelaje, el frío lograba colarse entre sus huesos.

-Bueno, perrito, es aquí –murmuró la morena al fin.

Levantó la vista y no vio nada. Seguían en el bosque, en un pequeño claro entre pinos y secuoyas junto a un lago que servía de espejo a la luna. Pero nada más. "Si es que está zumbada, pobre mujer", pensó Sirius casi con lástima, "Debería llevarla a San Mungo y que habiliten una planta para ella...". Pero antes de que pudiera hacer nada, la bruja sacó la varita y realizó un complicado movimiento. En el lugar que antes parecía vacío apareció una casita de piedra. Era más grande y recia que una cabaña, pero con el encanto y el aspecto hogareño de una. Se hallaba bajo el encantamiento fidelio y varios maleficios protectores para que nadie pudiera encontrarla.

A Sirius le entró pánico por primera vez. Que su prima tuviese una casita en el bosque para pasar el invierno sonaba demasiado estrambótico. Seguro que dentro almacenaba cadáveres o muggles vivos y torturados. ¿Y por qué iba sola y no con su marido? "¡Por Merlín, igual es su nidito de amor con Voldemort!" pensó horrorizado. Sacudió esas ideas e intentó tranquilizarse: ni detectaba olor a descomposición, ni se imaginaba a Voldemort acurrucado junto a la chimenea mientras le acariciaba el pelo a Bellatrix.

La mortífaga entró en el perímetro que se hallaba bajo el encantamiento ocultador y se giró hacia el can:

-Bueno, perrito, hasta la próxima, que te vaya bien –se despidió abriendo la puerta también con su varita (esa mujer debía usar la varita hasta para remover el té).

¡Ah, no! Sirius no contemplaba la opción de quedarse en la calle. Sobre todo porque en cuanto pusiera una pata fuera del perímetro, dejaría de ver la casa y no podría informar a los aurores. Ni siquiera sabría cómo encontrar el sitio: habían caminado durante horas por bosques que no conocía, le llevaría días dar con ese lugar. No, si se separaba de ella no podría detenerla. Así que antes de que cerrase la puerta, empezó a gimotear y a mirarla con expresión triste intentando infundir lástima. No funcionó:

¿Vienes a buscarme, perrito?Where stories live. Discover now