Parte 4

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1 de junio de 2011

Horacio se desvió a los cinco minutos en el camino de ida a la facultad. Anticipando la pregunta de Micaela, dijo:

—No te preocupes, no llegaremos tarde. Un amigo me pidió que lo recogiera.

—Es tu auto, haz lo que quieras —respondió ella, encogiéndose de hombros—. En el carpool, cuantos más pasajeros, mejor.

Ernesto se hallaba justo donde había dicho que estaría, y a Horacio le alegró que así fuera. Había dejado muy claro que debía ser puntual, y no sólo por él mismo sino también por Micaela, quien coincidía en su preferencia por los asientos al frente del salón de clases.

—¡Eh, hola, Horacio! —saludó Ernesto, y no perdió un segundo en subir al auto. Le echó una mirada de arriba abajo a Micaela... y luego le pasó su bolso deportivo—. ¿Puedes poner esto ahí atrás? Gracias.

—Ella es Micaela, una compañera de la facultad —dijo Horacio—. Micaela, él es Ernesto, un amigo del liceo. Hoy jugará un partido de fútbol cerca de la facultad.

—Mucha suerte —le dijo ella al nuevo pasajero.

—¡Gracias! —replicó Ernesto, y fueron las últimas palabras que le dirigió a la muchacha en todo el viaje. Después de preguntarle a Horacio qué haría en su cumpleaños, se dedicó a su pasatiempo favorito después de jugar al fútbol: hablar de fútbol. Como a Horacio también le agradaba el tema, por un rato se entretuvo con la conversación, hasta que recordó que había tres personas en el auto. De pronto le pareció de mala educación haber excluido a Micaela de la charla, y la miró cada tanto para asegurarse de que no estuviera incómoda. La chica, sin embargo, parecía concentrada en sus apuntes de clase, excepto cuando Ernesto levantaba la voz, en cuyo caso Micaela fruncía el ceño o enarcaba las cejas. Obviamente no le interesaba el fútbol, y mucho menos Ernesto. Eso Horacio podía entenderlo, pero la indiferencia de Ernesto se le antojó un poco más extraña. Micaela iba vestida de un modo muy sencillo, cierto, pero no era fea. Para nada. De hecho, tenía unos ojos de color castaño rojizo inusualmente bonitos, y aunque el cabello no le pasaba de los hombros, siempre lo llevaba limpio y bien arreglado. Quizás fuera verdad eso que había dicho sobre ser invisible la mayor parte del tiempo, aunque no dejaba de ser una lástima. Si la chica se maquillara un poco y usara blusas en lugar de camisetas con personajes animados...

Entre descripciones de jugadas y partidos enteros, llegaron al centro de la ciudad.

—Es ahí —dijo Ernesto, señalando su destino, y Horacio detuvo el coche. Micaela le pasó el bolso a su propietario sin decir palabra, y el muchacho lo recibió de igual manera—. ¡Deséame suerte! —le pidió a Horacio.

—¡Suerte!

—¡Gracias! ¡Y no olvides invitarme a tu cumpleaños!

Ernesto se fue corriendo. De nuevo en marcha, Horacio le dijo a Micaela:

—Espero que no te hayamos aburrido a muerte.

—No te preocupes por eso. Como te dije una vez, soy capaz de desconectar el ruido de fondo. Es... algo así como un superpoder especial de los cerebritos.

—Ah. Bueno. Entonces te ofrezco una disculpa por parte de mi amigo. Creo que fue descortés. No es mala gente, sólo un poco...

—¿Monotemático?

—Mmm, sí, algo como eso. A veces hasta yo me canso de escucharlo.

Habían llegado a la facultad. Micaela tomó su mochila, se apeó del auto y dijo:

—Nos vemos a las dos en la biblioteca para el repaso de histología.

—Sí, claro —respondió Horacio, y la muchacha se alejó a paso rápido.

3 de junio de 2011

Esa tarde fue una de las pocas veces que llegaron al auto al mismo tiempo. Acababan de salir de una clase teórica, y Horacio todavía contemplaba a Micaela como si se hubiera prendido fuego en medio del salón.

—De verdad, no puedo creer que le dijeras eso al profesor —repitió él por tercera vez. La muchacha suspiró.

—Creo que alguien estaba grabando la clase. ¿Quieres que vuelva y le pida una copia de la grabación?

—Seguiría sin creerlo. De verdad, ¿qué bicho te picó?

En realidad, ni siquiera ella lo sabía. Lo que sabía era que el profesor había empezado a describir el sistema cardiovascular, y que de algún modo se había ido por las ramas hasta terminar hablando de su reciente operación de rodilla. Fue entonces que vio a Horacio dibujando en su cuaderno, y le dijo con tono severo:

—Estamos en la Facultad de Medicina, no en una escuela de arte. Se supone que debe prestar atención a la clase, joven.

Sin pensarlo, Micaela replicó en voz tan alta como para que la escucharan en todo el salón:

—Prestaremos atención cuando vuelva al tema de hoy, profesor. A menos que quiera contarnos sobre alguna otra operación suya, en cuyo caso me iré a la cantina a tomar algo hasta que termine.

Micaela nunca había visto a un profesor ponerse morado por algo que ella hubiera dicho, y el estómago se le hizo un nudo, pero sostuvo la mirada del hombre hasta que él carraspeó y continuó dando la clase. De reojo, vio a Horacio mirarla con una expresión de absoluta perplejidad, la misma que tenía ahora, de hecho.

—Te lo va a hacer pagar —aseguró el muchacho—. Lo dejaste en vergüenza frente a todo el mundo.

—No te preocupes por eso. Lo bueno de sacar notas altas es que eso te da como una especie de inmunidad. ¿Y qué estabas dibujando, por cierto?

—Bueno...

—¿Algo atrevido? ¡Uh, quiero ver!

Horacio, renuente, apoyó la mochila en el techo del auto y retiró de ahí el cuaderno. Micaela había esperado ver una caricatura... pero lo que había en la página era el retrato de una chica muy bonita, dibujado con el mismo bolígrafo azul que el muchacho usaba para tomar notas. La técnica era muy buena, y Micaela sintió admiración. Estaba a punto de hacerle un cumplido al artista, pero entonces identificó a la chica del retrato y su sonrisa se apagó. Ella la conocía: tenían el mismo horario de prácticos de anatomía, aunque no estaban en el mismo grupo de estudio. Aun así, sabía lo suficiente acerca de la muchacha como para que no le cayera nada bien.

—¿Y? ¿Qué opinas? —quiso saber Horacio. Micaela volvió a sonreír, aunque esta vez tuvo que fingir un poco.

—Es un dibujo excelente —replicó ella, preguntándose por qué se sentía mal de pronto. No tenía razones para ello, ¿verdad? Horacio no era su novio, podía fijarse en cualquier chica según le viniera en gana.

—¿En serio te gusta?

—Pues claro. Tienes talento. Si no te fuera bien como doctor, podrías dedicarte a hacer ilustraciones. ¿Nos vamos ya? Tengo hambre.

Micaela devolvió el cuaderno y ambos entraron al auto. Una vez ahí, la muchacha sacó algo de su propia mochila y se lo dio a Horacio.

—Por cierto, feliz cumpleaños.

El regalo era... una docena de bolígrafos atados con una cinta verde. Horacio pareció algo extrañado al principio, pero luego sonrió.

—¡Gracias! ¿Cómo lo supiste?

—Por lo que dijo ese amigo tuyo fanático del fútbol... aunque fue lo único que saqué en limpio de toda la conversación. Sé que no es la gran cosa como regalo, pero...

—Está bien, de veras.

—... ahora pienso que, si no los usas para escribir, podrás crear más obras de arte con ellos. ¡Y así ya no me pedirás prestado mi bolígrafo cuando estemos en la biblioteca!

Horacio rió.

—Me parece bien. ¿Y cuándo es tu cumpleaños?

—No importa, ya pasó. ¿Nos vamos?

—Enseguida, señorita Daisy.

Horacio puso el vehículo en marcha.

(Continúa en la Parte 5.)

Gissel Escudero
http://elmundodegissel.blogspot.com/

En el auto azulDonde viven las historias. Descúbrelo ahora