Parte 1

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19 de diciembre de 2011

Aquél debía de ser el día más bonito en lo que iba de la primavera, pero Micaela ya no podía verlo bien a causa de las lágrimas. Los árboles y las casas se habían transformado en manchas borrosas, como fantasmas coloridos que flotaban entre el cielo claro y la calle gris. Afuera se escuchaba el ruido del tráfico más los cantos de las aves; dentro del coche, sin embargo, reinaba un silencio aplastante. Micaela enjugó las lágrimas con un pañuelo de papel, tomó aire, y recién entonces se atrevió a girar la cabeza para mirar la cara de Horacio en el espejo. Él tenía el ceño fruncido y los labios apretados, y rehuyó todo contacto visual, concentrándose más bien en el semáforo en rojo al que estaba por llegar. Eso no podía ser bueno.

Aprovecharía para pedirle que acercara el auto al cordón de la vereda, pensó ella. Tenía que bajarse. Ya no soportaba la tensión entre ambos, que parecía a punto de romperse como una banda elástica. De todas maneras, había tomado una decisión, ¿no? Menos mal que llevaba dinero para el autobús.

No llegó a abrir la boca. La luz acababa de pasar al verde y Horacio no disminuyó la velocidad, de tal modo que una camioneta, cuyo conductor había acelerado al ver la señal amarilla, se abalanzó sobre ellos y los chocó por la izquierda. El pequeño auto azul no era rival para aquella mole, y antes de comprender lo que estaba pasando, Micaela sintió que el mundo entero daba vueltas a su alrededor, en un estrépito de cristales rotos y metal retorcido. En ese instante sólo atinó a cerrar los ojos y a envolver su cabeza con ambos brazos, y si acaso gritó algo, ni siquiera se dio cuenta de ello. El coche se detuvo segundos después. El aturdimiento de Micaela duró bastante más, pero al fin volvió a ponerse en movimiento y abrió los ojos. Entonces la invadió el pánico, mas no por ella misma sino por el hecho de que ya no podía ver a Horacio: su lado del coche era una ruina y él estaba ahí, atrapado en aquel amasijo lleno de bordes cortantes. Tras una breve lucha con el cinturón de seguridad, Micaela salió del auto por la puerta derecha y le dio la vuelta. Por el camino quiso articular un pedido de auxilio, pero tenía la garganta bloqueada y su voz le salió como un graznido. Luego consiguió distinguir a Horacio, y entonces sus piernas también estuvieron a punto de fallarle porque a primera vista parecía muerto, sepultado bajo el metal y los fragmentos de vidrio, sin moverse en absoluto.

No, no está muerto, dijo una voz dentro de ella, la voz fría de la doctora que planeaba ser en el futuro. Mira bien. Los muertos no sangran así. Ahora haz algo o se morirá de verdad.

La voz tenía razón: de un corte profundo en el cuello del muchacho manaba la sangre como sólo podría hacerlo con un corazón latiendo. Pero era mucha sangre. Demasiada sangre. Sin pensárselo dos veces, ella se quitó la camiseta y la usó para taponar la herida, pensando en el siguiente paso: conseguir ayuda. Miró en derredor hasta que sus ojos vieron a alguien, un hombre de mediana edad que contemplaba la escena con expresión aturdida.

—¡Eh, usted! —le gritó Micaela, feliz de haber recuperado el habla—. ¡No se quede ahí parado, llame a emergencias! ¡Deprisa! ¡Dígales que hay un herido con hemorragias graves y posibles lesiones internas!

El hombre dio un respingo y obedeció la orden, aunque todo ese tiempo permaneció con la vista clavada en el torso de la chica, desnudo salvo por el sostén. Ella no se dio cuenta. Se había volteado una vez más hacia Horacio, temiendo que en cualquier momento su respiración, que ya era muy débil, cesara por completo.

—No te mueras —dijo ella en voz baja, y él abrió los ojos, que estaban llenos de confusión y dolor—. ¿Me oíste? No te mueras. Te lo prohíbo. Mírame. Mírame hasta que venga la ayuda.

Al igual que el transeúnte, Horacio también obedeció. Mantuvo la mirada en el rostro de Micaela como si de ello dependiera su supervivencia, quieto, aguantando en silencio, y aún tenía los ojos abiertos cuando a lo lejos se oyó la sirena de una ambulancia.

En el auto azulDonde viven las historias. Descúbrelo ahora