❈•≪18. Una melodía tierna para un corazón en pena≫•❈

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—¿Cómo están yendo tus conversaciones con el rey Eiji?

—Bien.

—¿Has solucionado algo?

—Llegamos a un pequeño acuerdo.— respondió MinGi en un suspiro, luego de pensar en todas las palabras que había intercambiado con el monarca nipón—. Accedió a no cobrar impuestos de más a aquellos coreanos que compren autos en su país y decidan trasladarlos de regreso a Corea.

MinGi oyó más que vio a su madre dejar su taza de té sobre la pequeña mesa de cristal frente a ella. El moreno dejó de pasar páginas al percatarse de esto y de qué significaba: una disputa se avecinaba.

—¿Es todo lo que conseguiste?— un tono de voz calmo que estaba lejos de ser amable. Todo lo contrario, había incredulidad y exasperación entremezclados.

—Teniendo en cuenta que sus consejeros gustaban de hacerlo ir sobre temas irrelevantes, sí. Es todo lo que conseguí, su majestad.

—¿Y qué sucede con nuestro convenio económico?

—No existe.— respondió con supuesta indiferencia, continuando el pasar de hojas—. No tenemos lazos que avalen un favorecimiento económico de ambas partes.

—¿Y no has insistido por crear uno?

—La tensión entre ambos países no puede ignorarse, su gente siente rechazo por la nuestra y viceversa. Agradezca a la guerra.— comentó con más sarcasmo del esperado. Obtuvo una mirada crítica de su progenitora pero prefirió fingir que no la sentía quemando la parte poco visible de su rostro y continuó hablando—. Y si bien uno de sus consejeros señaló los puntos favorables de una unión económica entre nosotros, el hombre se negó de manera implacable. No siente especial afecto por mi persona o futuro mandato por lo que encontré apropiado no insistir.

—¿Y crees que fue la decisión correcta?

MinGi evitó chasquear su lengua, el tono decepcionado de la mujer no debería de afectarle en este punto de su vida. Mucho menos irritarle.

—Conseguí un acuerdo, en mi opinión, justo y digno. No tengo porque codiciar más.

—Un acuerdo económico habría sido más digno.

—Entonces debería viajar a Japón, su majestad. Y expresarle al rey personalmente su opinión respecto a dicho acuerdo no conseguido.

—Deberías de cuidar tus palabras, MinGi. Estás hablando con tu reina.

El advertido apretó sus labios y afianzó su agarre sobre los documentos que sostenía, arrugando el borde de uno de ellos sin ser del todo consciente.

¿En qué momento pensó que sería buena idea revisar los documentos que el ministro de salud le mandó en la sala, con su madre y abuela en ella?

«Bravo MinGi, siendo estúpido sin siquiera notarlo».

El moreno tragó el repentino nudo atascado en su garganta y alzó la mirada, fijándose en el ver impasible de su abuela. Tan severo como su mente bien recordaba. Desvió su mirada hacia su madre y evitó resoplar, realizando una reverencia desde su posición.

—Disculpe mi atrevimiento, su majestad.

—Ni siquiera obtienes el cargo de rey todavía y ya supones tener la autoridad suficiente para pasar por encima de tu madre, esas no fueron las enseñanzas que se te brindaron.

«Como si pudiera saberlo», pensó en la comodidad de su mente cada vez más alterada. Volviendo a fijarse en su abuela por unos segundos efímeros. La impasibilidad en su rostro era inquietante.

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