Capítulo 3: En la avenida de los libros y el teatro. Parte 2

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Estamos en un bar, a unas cuadras de la radio.

—No puedo creer lo malos que eran —comenta Gustavo y se ríe, antes de dar otro sorbo de su pinta.

—Perdoname, es mi culpa. Al menos te ligaste cerveza gratis.

Gustavo tiene la camisa arremangada y puedo ver sus brazos grandes, cubiertos de pelo. Miro su barba y su cabello, regados de canas en distintas partes, y empiezo a sentir un cosquilleo en todo mi cuerpo.

—Una cerveza, nada más —asegura, levantando el dedo índice—. Vos vas por la tercera. Deberías pagarme varias, para compensar lo que me sangraron los oídos. Agradecé que entro en turno, si no...

—Si no, ¿qué? ¿Qué me ibas a hacer? —Las palabras salen atropelladasde mi boca.

No puedo creer lo que acabo de decirle. Estoy más borracho de lo que pensaba. Su mirada se vuelve vidriosa y sus pupilas se dilatan.

—Me quedaría, Tobi. Pero tengo que irme... —Su tono es tierno, ¿o me parece?

—Ya sé... Te acompaño. —Me levanto y siento que todo me da vueltas. Gus se para y me ataja con sus manos grandes y fuertes.

—Naaah. Es mejor que te lleve hasta la parada de colectivo —asegura, y vuelve a reírse.

Me quedo observándolo unos instantes, con los ojos bien abiertos. Mis piernas se vuelven como de gelatina y, durante un segundo, creo ver sus mejillas enrojeciendo, antes de que corra la mirada y me suelte.

—Bueno... vamos —le digo.

Cuando llegamos, se quiere quedar conmigo, pero ya es tarde y le digo que vaya a la radio. Justo viene mi colectivo y me subo. Lo saludo por la ventana y él se va sonriendo hacia el trabajo.

Cierro los ojos y me dejo caer en la silla del colectivo. Me toco la barba y me concentro en el perfume de Gustavo, que me quedó impregnado cuando lo saludé. Estoy por dormirme...

—Ey, Tobi —escucho y abro los ojos.

Veo a un hombre rapado y pecoso, de ojos pardos, que lleva un bolso cruzado. Está parado junto a mí. Es algo panzón y viste una camisa leñadora verde. Lo conocí esta semana. Trabaja como movilero en otra radio y siempre me pasó data copada.

—¿Qué hacés, Javi? —Lo saludo contento, y se sienta a mi lado—. ¿Cómo estás?

—Bien, todo bien —me cuenta, sonriendo, pero luego de pone serio—. Che, ¿recién estabas con Gustavo Mallimaci?

—Sí, es mi jefe. ¿Lo conocés?

—Eh... sí. —Su expresión se vuelve sombría.

—¿Qué pasa, boludo? Contame.

—Dicen cosas raras de él...

—¿Qué es gay? —consulto, con el pulso acelerado.

—Eso lo escuché, aunque lo vi con un par de minas hace muchos años —contesta y se me estruja el corazón—. Igual, me refería a algo distinto. Dicen que es un tipo oscuro.

—¿Oscuro cómo?

—Fue editor en diarios muy importantes, todo mientras trabajaba en radio. También produjo noticieros de tele e hizo muchísima guita. Logró conseguir notas prácticamente imposibles y, en cuanto entraba a un medio nuevo, la competencia sufría alguna desgracia. —Javier frunce el ceño y sacude la cabeza—. No sé, es un rumor medio estúpido, pero...

—Contámelo.

—Decían que engualichaba a la gente. Que la embrujaba. —Habla con timidez, como si alguna fuerza o maldición pudiera despertar al escucharlo—. Y que después, todo eso se le vino en contra, por eso se quedó en esa radio medio pelo en la que trabajan... sin ofender.

Te rescataré del InfiernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora