Un poco confundido por su silencio, baje del carro cargando las bolsas con una mano y camine cauteloso hacia Lea, quien estaba a unos cuantos pasos frente a mi. Había quitado sus lentes y observaba la casa en la que habíamos compartido tantos años de nuestra niñez juntos.

"¿Es tuya ahora?" Pregunto después de unos cuantos minutos, sin aliento. Deje salir el aire que estaba contendiendo y me acerque a ella, parándome a su lado.

"Así es." Asentí y me sentí un poco culpable, por el echo de que el pasto de enfrente estaba bastante alto y descuidado. Tan sólo habían pasado unos pocos meses de la ultima vez que había dormido aquí, pero la verdad era que la casa parecía más descuidada de lo que recordaba. Lea no dijo nada mas, pero pude ver que sus ojos se habían llenado de lagrimas -nostálgicas, estoy seguro- y parecía contenta de estar aquí.

Sin pensarlo demasiado, una de mis manos voló hacia una de las de Lea, intentando tomarla.... Pero ella no me lo permitió.

Lea dio un pequeño salto cuando sintió mi mano e inmediatamente retiro la suya. Fruncí el ceño ante su reacción, pero decidí no decir nada.

En realidad, no era la primera vez que intentaba tomarla de la mano y que ella no me dejaba.

"¿Entraremos?" Pregunto ella, restándole importancia al pequeño momento de las manos. En silencio asentí.

Ambos caminamos hacia la entrada. Saque de mi bolsillo trasero mis llaves y abrí la puerta, dejando entrar a Lea primero, para después seguirla yo.

"Debe haber polvo en todos lados, lo siento." Sonreí un poco incomodo. Debí pensar antes en que la casa no estaba en su mejor momento. Demonios.

"Un poco de polvo no mata a nadie." Río Lea, pareciendo cómoda finalmente.

"Hay personas que son alérgicas y pueden morir si están rodeadas de el." Seque una ceja. Lea todo sus ojos juguetona mente y empujó suavemente mi hombro.

"Por suerte, ninguno de los dos lo somos." Sonreí.

"Tienes razón."

"¡El viejo jarrón rojo!" Grito Lea y corrió hacia uno de los muebles de la sala, en donde estaba aquel jarrón que mi abuela amaba tanto. "'Si corren a un lado de mi jarrón una vez mas...'" Gruño Lea, imitando la voz de mi abuela. Sonreí. "¿Cuando murió?" Susurro, regresando la mirada a mi.

"En diciembre serán tres años." Lea sonrío tristemente.

"¿De que?"

"Un infarto. No logro llegar al hospital." Hice a un lado aquellos recuerdos dolorosos.

"Tan solo tenias dieciséis años. ¿Servicios humanos no te instalaron en un nuevo hogar?" Inmediatamente negué con la cabeza. Lea frunció el ceño. "¿Por qué?"

"En realidad no estoy completamente seguro. Al principio querían hacerlo, pero me negué a dejar la casa y una vez que les dije que, quería unirme a la militarizada parecieron cambiar de opinión. Mandaban a una mujer cada unos cuantos días para revisar la casa y que todo estuviera en orden." Camine por la sala, acomodando unos cuantos adornos que estaban fuera de su lugar. "Solo fue unos cuantos meses. El siguiente año entre a la escuela en agosto y nunca volví a saber de ellos de nuevo."

"Mi héroe." Murmuro Lea, entre broma y en serio. Reí levemente. "Mi abuela también murió."

"Lo se. Fui al funeral." Lea abrió mucho los ojos. Parecía genuinamente sorprendida. Su abuela había muerto poco más de un año antes de que mi abuela muriera. Tenía problemas cardiovasculares. Lea no fue al funeral.

"Oh." Susurro, casi con culpa.

"¿Por qué no fuiste al funeral?" Pregunto curioso.

"Tenía trece años, vivía en Chicago y mi familia se estaba derrumbando." Hizo una mueca que no supe descifrar. "Amaba a mi abuela como a casi nadie y ni siquiera me entere de su muerte hasta unos meses después de que sucediera." Paso saliva pesadamente y fue todo lo que necesite para mandar a la mierda todo y acercarme a ella para abrazarla con fuerza.

Lea suspiro temblorosamente y se dejo abrazar con gusto, escondiendo su cabeza en mi pecho.

"¿Qué pasaba con tu familia?" Susurre contra su cabello. Recordaba vagamente que sus padres no tenían la mejor relación, pero nunca había sabido que era lo que pasaba entre ellos verdaderamente.

"No quiero hablar de eso ahorita." Yo quería hablar. Quería saber que era lo que había sufrido y poder consolarla. Fue la silenciosa promesa de haber dicho 'ahorita' lo que hizo que cerrara mi gran boca y simplemente la abrazara mas fuerte.

"Vamos a comer." No presione en el tema. Me incline para darle un suave beso en su frente y la solté, para echar a andar a la cocina.

Aunque esta estaba limpia superficialmente, estaba tan sucia de polvo como lo demás. Los estantes de platos estaban llenos, mientras que los de comida estaban vacíos.

"¿Cómo se supone que me cocinaras algo, si no hay luz?" Río Lea, sentándose en la barra. Era como ver a la vieja Lea de seis años. Ambas con el cabello alborotado y meneando sus pies de un lado a otro.

"No necesito luz para poder alimentarte." Le guiñe el ojo y Lea gimió.

"Dime que no has comprado sándwiches."

"No he comprado sándwiches. Compre los ingredientes para prepararlos." Me encogí de hombros.

"Y adiós al romanticismo una vez mas." Ro

preludio [h.s.]Waar verhalen tot leven komen. Ontdek het nu