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CAPÍTULO I

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MANTENTE A SALVO. MANTENTE SANA.

Un infierno.

Según la vieja y empolvada biblia de mamá, ese era el lugar a donde iban las almas de los condenados, de las personas que morían en pecado o de aquellos que no sentían remordimiento alguno por las faltas que cometieron mientras vivían, sometiéndolos a un castigo eterno. Yo no podía entender como unos ojos tan angelicales me habían arrastrado hasta esto.

Quienes tenían la fortuna de conocer a los tres, los llamaban «la santa trinidad» por la increíble belleza que poseía cada uno de los hermanos; un encanto que parecía obra de la divinidad y un inimaginable poder para intimidar a cualquiera que los observara fijamente a los ojos por más de diez segundos.

¿Crees ser una persona difícil de intimidar? Intenta ponerte delante de uno de ellos y mantener la cordura cuando sus cristalinos ojos claros analicen cada centímetro de tu rostro. Te sorprenderías de lo frágil que es el cuerpo humano ante una mirada de los Bogdanov.

A pesar de todo, el sol seguía apareciendo en las mañanas para calentar las sábanas de mi cama. El viento aún soplaba con fuerza por las noches y al calendario no le importaba un comino su ausencia. Mi mundo estaba en pausa, pero el de los demás no y eso era lo que hacía que todo se tornara más difícil. No podía mantener el ritmo de vida de los demás porque mi corazón latía lento, pendiendo de los latidos del de Auro.

Había pasado cerca de un mes desde que descubrimos todo lo que nos había hecho Mason; para ser más exactos, tres semanas. Tres semanas desde que habían lastimado a Auro, dejándolo en una cama de hospital y desde que mi cerebro había colapsado por toda la información para procesar.

Mi antigua mente murió aquel día.

Pasé noches enteras sin dormir o comer ni un poco. Mis pesadillas se hicieron más recurrentes hasta llegar al punto de no querer cerrar los ojos. Mi peso disminuyó notablemente, aunque de una manera para nada sana. Mi cara parecía sacada de una película de terror y mi cabello ya comenzaba a verse tan opaco que asemejaba las canas de una anciana.

—Está bien, haz lo que tengas que hacer, pasaré la noche en el hospital —dije sosteniendo el teléfono entre mi mejilla y mi hombro mientras con las manos preparaba mi maleta de ropa.

Escuché a Matthew suspirar con fuerza del otro lado de la línea y aunque no estaba viéndolo podía asegurar que había rodado los ojos.

—Zoe, no quiero sonar como un idiota porque sé que no la estás pasando bien, pero... También tienes una vida qué atender. Llevas veinte días viviendo en el hospital esperando que a Auro se le apetezca mover un puto dedo para dar señales de vida. Te estás olvidando de tu propia salud. No me malinterpretes, eres linda pero últimamente pareces uno de esos vagos que duermen afuera del hospital y te quitan tu comida cuando sales.

—Él va a despertar, Matthew. Quiero estar ahí cuando lo haga y decirle que saldremos adelante juntos. No voy a dejarlo solo.

—Y si lo hace, lo primero que verá es a ti con esa apariencia de zombie y entonces querrá volver a entrar en coma —un corto e incomodo silencio se hizo presente en la llamada. Yo continuaba doblando mi pijama para meterla en la maleta hasta que escuché su voz de nuevo—. Quédate esta noche con él, pero promete que te enfocarás más en ti a partir de mañana. Yo me quedaré a cuidarlo el resto de la semana junto con Tara.

Desde que declararon a Auro en estado de coma, mi cabeza solamente podía enfocarse en él y en que despertara. Estaba consciente de que me había dejado a mí misma en segundo plano, pero era necesario. Auro me necesitaba. Él no merecía pasar por todo eso después de llevar una vida tan difícil desde su niñez. Le prometí que yo le daría el amor que nunca había tenido, y así sería. Me rehusaba totalmente a pensar que no despertaría, incluso conociendo los malos diagnósticos médicos.

DAMIEN [#2] ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora