Capítulo 18: Solos en mi casa.

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—¿Qué? —me arrojó el cojín de regreso y esta vez lo atrapé —no me crees capaz. Piensas que una mujer sorda no podrá enseñarles a otros—. Alcé una ceja ante sus palabras, más aún ante la expresión desafiante en su rostro.

Nunca la había visto así, molesta. Siempre había sido dulce, tranquila, como si fuera la voz de mi conciencia, siempre correcta. Ni siquiera la vez que nos habíamos encontrado con los chicos en el pueblo ella se había molestado.

Me sorprendía al verla ahora.

Sonreí suavemente y dejé el cojín a un lado. Me incliné un poco hacia ella hasta que pude poner uno de mis brazos bajo sus rodillas y el otro en su espalda. Ella jadeó cuando la alcé fácilmente y posicioné sobre mis muslos.

—¿Qué...? —murmuró y me observó a los ojos. Sentí que estaba tensa contra mí, ella se acomodó un poco.

Tomé su rostro con mis manos y la besé suavemente. Cuando se relajó me alejé.

—Tú puedes hacer lo que desees —le aseguré —y sé que no hay nadie y nada que te lo impida—. Acaricié sus mejillas con mis pulgares. —Sé que lo harás, jamás he pensado que no— ella abrió la boca pero no dijo nada, cuando la cerró un suave sonrojo apareció en sus mejillas.

Ese simple acto causó estragos dentro de mí. La besé enseguida, con lentitud. Sin dejar de acariciar su rostro.

Fue ella la que se alejó de mí.

—No podemos...—tomó aire y me miró —si tus padres...si mi madre llega —me mordí el labio un segundo y asentí.

—Está bien —la empujé para que se levantara y lo hice un segundo después de ella —ve a la bodega —pedí. Arrugó su frente confundida. Afirmé su rostro y la besé.

—Ve, estaré allí en 5 minutos —siguió mirándome confundida cuando asintió y salió de la sala.

Sonreí un poco al ver que incluso sin saber que quería confiaba en mí lo suficiente como hacer lo que le pedía.

Me moví hacia mi habitación sin pensar mucho, solo me detuve para ver lo que hacía cuando observé el paquete pequeño de aluminio en mi mano. Maldije en seguida.

—¿Qué estoy haciendo? —murmuré y me dejé caer en la cama.

Simplemente había subido a mi habitación por un condón, como si no fuera nada. Que esperaba, ir a la bodega y tener relaciones con ella sobre el capo del viejo automóvil que había allí.

Me quejé y desordené mi cabello frustrado. No podía hacerle algo así, no de esa manera. Sabía muy bien de que si insistía Laura terminaría accediendo a tener relaciones conmigo, ella confiaba en mí para eso. Me quejé y arrojé el paquete dentro del cajón de mi cómoda.

Si lo llevaba conmigo incluso sin pretender usarlo sabía que iba terminar no siendo así. Si no lo tenía por lo menos eso iba a detenerme de intentar tener relaciones con ella.

Antes de salir de mi habitación tomé una caja de mi escritorio, el celular que había ocupado hacía unos meses atrás, y lo llevé conmigo.

Cuando llegué a la bodega y la vi agachada al lado de mi viejo bote de remo sonreí suavemente. Me quedé unos segundos allí, viendo como sus dedos recorrían el borde de este lentamente, solo que al notar los pensamientos que esto me provocaba negué y me acerqué a ella.

Puse mi mano en su hombro y la sentí tensarse enseguida. Me miró rápidamente, pero se relajó al saber que era yo.

—Me sorprendiste —alcé una ceja.

—¿Quién más podría ser? —pregunté sonriendo. Ella se levantó y se encogió de hombros.

—Tardaste más de 5 minutos.

Un Sorprendente VeranoWhere stories live. Discover now