Inevitablemente la rubia sonrió al saber que su reto había sido aceptado, pero el sentimiento le duro tan poco, que, para cuando el enorme Parto comenzó a correr hacia ella, con tanta velocidad y sapiencia en el uso de esa hacha, la adrenalina le lleno las venas. Se sentía, eufórica una vez más, llena más de ira que de valor, dando marcha a su propia carrera sin ninguna contemplación de sus capacidades, haciéndola creer, que era más ligera incluso que de costumbre, era como si su escudo fuera de fino cobre, que su armadura tan negra como la noche, fuera nada más que tela bordada, y que su espada, la que impactaba en ese instante con el hacha de guerra de su enemigo, era de delgada madera, todo a su alrededor fingía estar en perfecto orden, excepto por sí misma.

Estaba tan fuera de lugar, de hecho, que su propio cuerpo, se erizaba de miedo por mero instinto de supervivencia, su delgado cuerpo, que fue derribado por la energía del primer choque, enviándola lejos de ese falso control. La rubia había sido engañada una vez más, por si misma, y esa mujer que la hacía creerse tan exitosa, pero al mismo tiempo fracasada, y ahora era tan irremediablemente tarde, que el filo del hacha cortaba demasiado cerca su piel, rompiéndole en trozos la armadura, abriéndole la carne de los brazos y las piernas, en medio de los gritos de festejo de los Partos, y el silencio de muerte de su gente.
(Mi amor, mi salvadora)

Gritos que, a pesar de todo no evitaron que oyera, esa voz perfectamente clara únicamente para los oídos de la general, clara y llena de reproche por sus acciones descuidadas, como muchas veces antes lo había sido, dándole la posibilidad de rodar por el suelo varios metros del hacha que había sido dispuesta para cortarle la cabeza, haciendo que esta quedara anclada al suelo, dándose el valor y el tiempo suficiente para ponerse de pie y centrarse en la batalla que estaba luchando, aun cuando no podría ganar con fuerza, podría ganar con su habilidad, ella ya había conquistado males cientos de veces antes junto a su reina, y nada le impediría que pasara de nuevo.
(No se atreva a morir señorita Swan, no puedes dejarme sola una vez mas)

-No lo hare Regina. – murmuro la rubia entre sus dientes manchados de sangre, en respuesta a una petición que nadie a excepción de ella podía escuchar.

El Parto, que aun trataba de desencajar el hacha del suelo, creyó que la pérdida de sangre le había afectado de tal modo a la rubia que ahora estaba hablando sola, algo que le alentaba a creer que su victoria estaba cerca, sin embargo, cuando la general, comenzó a reír sonoramente, arrastrando la punta de su espada por la arena, levantando lo que parecía una pequeña tormenta de polvo, el hombre pensó, que esa mujer no era nada más que una cobarde, que buscaba la forma más simple de huir, así que, uso toda su fuerza para terminar con su labor, y se lanzó hacia la densa capa de tierra, agitando sin cesar el filo de su hacha, apuntando a un enemigo que ya no podía ver.

-Cobarde. – grito el corpulento Parto, al verse frustrado. - ¿correrás ahora a ocultarte entre tu villa en Roma?

Pero no hubo una respuesta que se pudiera oír, solo la manifestación de lo que parecía una sombra en medio del polvo, que le corto la espalda sin que pudiera defenderse, alertando un cambio en la general que nadie pudo haber previsto. Frustrando nuevamente al hombre, que agito nuevamente el hecha en todas direcciones sin atinar con éxito alguno a la sombra, que cada vez más cercana, le había hecho profundos cortes en todo el cuerpo, ya no era una lucha de fuerza, sino de ventaja y el, la estaba perdiendo, por lo que, abandono la pesada arma y se concentró en la espada que llevaba en el cinto, lo que le permitió sostener finalmente un ataque de la general, que ahora estaba a tan solo un palmo de distancia de su rostro, impulsando su espada contra su cuello.

Los ojos de la rubia habían cambiado totalmente a un verde muy vivo, el Parto podía notarlo a pesar del polvo que comenzaba a caer, cubriéndolos a ambos, y por primera vez sintió miedo, pues la mujer frente a él, era mejor, con la espada que cualquier hombre que hubiera conocido, y su determinación a engañarlo para que se cansara, había dado frutos, ya no podía sostener más aquel filo de la espada romana, que poco a poco le cortaba la garganta y lo ahogaba con su propia sangre, mientras dejaba salir un hilo final de voz hacia la general que lo había vencido, "¿Quién eres?"

La Serpiente Del Nilo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora