Capítulo 14: El que ríe último, ríe mejor (Parte II)

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–Las celdas están subiendo, segundo piso.

–Entonces llegando a lo alto encontraremos salida –dijo Angelina, pensativa–. Porque no sé si aguante seguir este pasillo hasta el infinito.

–¿Y cómo llegaste acá?

–Yo misma entré.

La muchacha miró sin comprender a Angelina, la que se largó por el pasillo, tomó de la mano a Helen y la tiró con fuerza, en un trote rápido y silencioso.


Pasillos – noche

Susana caminaba firme y rápido por el pasillo, Tania la seguía tomada de su mano un poco más atrás. Ambas dieron vuelta en una esquina y llegaron a una escalera que daba a un pasillo iluminado. La modelo tomó el arma entre sus manos y caminó muy lenta y serena, luego se asomó. Había un guardia de espaldas junto a una puerta blanca, con una pistola en el bolsillo. Susana observó buscando cámaras.

– Espérame acá – murmuró a Tania.

Susana caminó sigilosamente, apoyando con sumo cuidado sus pies en cada paso que daba. Cuando estuvo a no más de un metro del hombre, que al parecer escuchaba música con un estéreo personal, ella presionó el gatillo sobre su cabeza. Él gritó de dolor, sus cabellos ardieron en llamas en un santiamén y desesperado se largó a correr por el pasillo, con sus ropas encendidas. El escándalo hizo que Tania saliera de la escalera y el pasillo se llenara de hombres de blanco, algunos en sus manos tenían jeringas, otros tijeras, algunos la capa manchada con sangre. El guardia incendiado cayó al suelo y sus gritos comenzaron a apagarse lentamente. Susana se apoyó en la pared y miraba hacia ambos lados, con el mismo rostro de incertidumbre que los hombres de blanco miraban a ella. Susana tomó lentamente a Tania en brazos y caminó. Ninguno de los doctores se movió de su sitio, todos miraban desde las puertas incrédulos.

–No se acerquen o soy capaz de dispararles –amenazó Susana.

–No se altere, pase –dijo uno de los doctores.

–¿Por dónde queda la salida? –preguntó Susana, poniendo el arma en el pecho de quien le habló.

–No lo sé –responde el doctor con toda la calma del mundo.

El resto de los hombres de blanco entraron nuevamente a sus habitaciones. Tania abrazó a su madre muy nerviosa, mientras ella tiritaba al apuntar.

–Responda –exigió nuevamente Susana–. ¿Qué es esto?

–Un laboratorio de pruebas, o al menos eso nos dicen –respondió el hombre, luego se acercó a ella y le murmuró–. Si quiere salir, hágalo ahora, corra, van a encontrar luego el cuerpo del guardia y estará perdida.

–¿Y por qué no me matan? –Susana bajó el arma–. ¿Por qué ustedes no me hacen nada?

–Porque llegamos acá igual que usted, igual que el hombre que tengo amarrado en esa silla –dijo él, abriendo la puerta y mostrando a un adulto de unos cuarenta años, que tenía el brazo lleno de cortes–. Tienen todo bajo control... no sé cómo llegó usted acá.

–Escapé –dijo ella.

–Entonces corra, porque apenas se den cuenta que uno de la lista está fuera, la van a perseguir hasta matarla. Si logra salir, váyase lejos del país, porque la van a seguir –dijo él–. Permiso.

Susana dejó a Tania en el suelo, se acercó al guardia y sacó la pistola que tenía en su bolsillo. El hombre todavía estaba agónico, con la espalda quemada, la ropa pegada a la piel y algo de sangre pegajosa en todo su cuerpo. Luego se acercó a su hija, tomó su mano y se largó por el pasillo corriendo.

(Terror, Suspenso) Llave al InfiernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora