Capítulo 1: Llave al Paraíso

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Terreno de la construcción – Noche

Los obreros de la constructora "Vergara" se encontraban en el turno nocturno. Recientemente habían terminado de emparejar la tierra, y tan sólo quedaban algunas pocas piedras y varias montañas de materiales amontonadas una junto a la otra. En el lugar, desde la grúa más alta, José Lillo, el jefe de obra, daba algunas órdenes iluminando con una potente linterna a los agotados trabajadores que descansaban encima de los materiales.

–¡Ya pues muchachos, falta poco para que termine el turno! –ordenaba el hombre desde lo alto.

Los doce hombres que componían el grupo se levantaron de sus lugares, y siguieron en sus labores, principalmente ordenando los materiales para comenzar la construcción de las ca­sas. Al terminar de hacer sus trabajos, cada uno de los trabajadores volvió en silencio a bus­car sus cosas a la pequeña cabaña donde guardaban las mochilas y ropas, pero un brutal gri­to interrumpió todo. Los hombres salían corriendo del lugar, mientras que José Lillo se levantaba de la grúa, iluminando con su linterna el lugar, intentando observar lo que sucedía allí.

–¿Qué les pasó ahora? –preguntó él–. ¿Qué espectáculo están dando?

–¡Auxilio! –gritaban desde el interior de la casucha algunos trabajadores, mientras otros huían despavoridos del lugar.

De la destruida caseta se vio una extraña sombra que salía y tomaba a cada obrero del cuello, y lo apretaba hasta que sus huesos cedían en una profunda fractura que les quitaba la vida. A Ernesto, el más joven de todos, la sombra se le acercó sigilosamente. El chico estaba escondido entre las malezas del lugar, sollozando del miedo, pero la bestia pudo verle. La incógnita sombra se puso delante del muchacho, el cual no alcanzó a huir, lo tomó por el cuello, mientras el chico suplicaba por piedad, la silueta le aprisionaba los huesos con más y más fuerza, hasta que, luego de un horrendo crujido, el cuerpo ensangrentado cayó al suelo sin su cabeza, la cual quedó en la mano del extraño ser.

–¿Quiénes son? –preguntaba el hombre preocupado–. ¡Dejen a mis hombres tranquilos! ¿Qué hacen?

El lugar de la construcción colindaba con un frondoso bosque, muchos de los hombres eran llevados a ese lugar, donde sus gritos se perdían entre el sonido del viento y las hojas. José no dudó en bajar a ver qué sucedía, pero lo único que se encontraba en el camino eran más y más cadáveres destruidos. Cabezas, brazos, y muchos rostros completamente desfigurados. El jefe de aquellos obreros no podía ocultar el horror, mirando el escenario donde los gritos ya se habían desvanecido, y sólo quedaban los cuerpos despedazados y sin vida de los que eran sus trabajadores.

–El próximo voy a ser yo –dijo acongojado–. ¡Auxilio!

José apuntaba hacia todos lados con la linterna, completamente desesperado. Miraba hacia adelante y hacia atrás, y avanzaba rápidamente dando vueltas hacia la camioneta de la empresa. Cuando se alejó completamente de la decena de cadáveres, comenzó a correr, pero se vio interrumpido y cayó al suelo fuertemente al tropezar con algo que se perdía entre la oscuridad de la noche.

–¡Auxilio! –gritaba desesperado–. ¡Les doy lo que quieran pero no me maten!

–Esto nos pertenece –dijo una rasposa y grave voz, esforzándose por producir el habla–. No es de ustedes.

–¡Les prometo que les doy esto, hasta les dejo la camioneta pero por favor, no me mates! –suplicaba José, entre lágrimas.

–Los humanos son seres mentirosos –dijo la voz.

Varias siluetas se acercaron al hombre, y comieron de su cuerpo mientras José gritaba del dolor. Abrieron su estómago y quitaron las vísceras en una bestial carnicería. La cabeza por un lado, los brazos por otro, y el tronco completamente abierto, con las tripas hacia afuera, quedó tirado en la mitad del terreno. Los extraños seres se alejaron y volvieron al bosque. 
Aferrado a la grúa había un trabajador, Víctor Zárate, el cual miraba todo completamente shockeado.         

(Terror, Suspenso) Llave al InfiernoWhere stories live. Discover now