— E-es... —balbuceó encontrándose con la mirada del escuálido hombre sobre ella.

— Un montaraz hermana, un humano. —Silwen dejó que sus ojos se humedecieran, casi podía alcanzar a padecer el sufrimiento de este. 

Unos cálidos ojos miel la contemplaron, bajo un espeso manto de rizos castaños. El prisionero parecía tener únicamente ojos para ella. Tumbado sobre su propio charco de sangre, intentó alzarse con su brazos. Pero estos, delgados y plagados de profundos cortes, flaquearon golpeándose duramente la cabeza contra el suelo de la celda.

— Abre la celda hermano. —rogó clavando su vista ahora en el nombrado.

— ¡¿Aún no lo entiendes!? —gruñó con rabia.— ¡Así es como terminará tu insolencia! —frotó con desesperación su sien y suspiró segundos después dejando algo desconcertada a la elfa— Debes escoger Silwen, y debes hacerlo ¡ahora! —enfatizó señalando con desprecio la lúgubre celda y con su otra mano el angosto pasillo que la llevaría de nuevo al comedor. Silwen siguió ambas direcciones con su vista de forma intermitente.

— Mi decisión fue tomada hace tiempo, hermano. —arrancó las llaves del cinturón de él y abrió la celda de forma apresurada, ignorando el dolor que le provocaban sus propios grilletes. Vencida por el pesar que le infligían los gemidos de dolor del montaraz, dejó caer su cuerpo junto al de él. Lo ayudó a recomponerse, apoyando su espalda contra la resbaladiza pared plagada de humedad. Con delicadeza, retiró los largos mechones que ocultaban el rostro del hombre, buscando visibles heridas que sanar. — ¿¡Porqué?! —rugió con rabia hacia su hermano al ver como su rostro, estaba igual de ensangrentado que sus brazos.

— Un grupo de orcos lo encontraron a él y a otros cinco montaraces, cerca de nuestra frontera. —contestó con desgana recostándose en los barrotes.

— Nuestra frontera. —remarcó con una sonrisa carente de humor— ¿Desde cuándo eres parte de ellos? —rasgó su andrajosa camisa para vendar una de las heridas más sangrantes del prisionero.

— Cuánto tardaras tú en darte cuenta, que no hay más opción que aceptar el destino que nos ha tocado. —intentó separarla del hombre, alzándola bruscamente del suelo, pero esta vez Silwen opuso resistencia zafándose de él. —Siempre fuiste la más obstinada de los dos. —bufó con desprecio dejando que su hermana terminara el vendaje.

— Y tú una vez fuiste el más honorable. —Lómion apretó su mandíbula ocultando el dolor que le provocaban las frías palabras de ella.

— Tan solo no deseo perderte. ¿Ambiciono acaso demasiado? —dijo entredientes sin retirar sus ojos de los estudiados movimientos de ella. Contempló con cierta admiración como Silwen trataba las heridas del hombre. Oyó que murmuraba una desconocida lengua mientras rodeaba con sus manos las heridas del montaraz, quien poco a poco recobraba el color en sus mejillas.— ¿Qué idioma es ese? —Silwen se mantuvo en constante silencio y cuando terminó por apaciguar el sufrimiento del prisionero, lo dejó descansar sobre la fría piedra de la celda— ¿Es el silencio una nueva forma de odiarme? —cuestionó cuando ella cruzó por su lado para salir de allí. Silwen extendió las llaves frente a él, quien las guardo nuevamente en su cintura.

— Yo no te odio. —contestó dándole la espalda.

— Pero tampoco soy de tu aprecio. —suspiró él ascendiendo tras ella por las escaleras. Silwen se giró de forma súbita tras sus palabras.

✓ DAMA DE PLATA ⎯⎯  ʟᴇɢᴏʟᴀꜱOnde histórias criam vida. Descubra agora