PEBLO II UNA HISTORIA EN CUARENTENA LA VENGANZA

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Pedro pasó una mano sudorosa por su inmaculado pelo castaño, que, debido al estrés de los últimos días, comenzaba a canear. Era absurdo, hasta donde él sabía, a los vampiros no les salían canas. Abrió, titubeante, el cajón donde guardaba el único bote que le quedaba de tinte para el pelo, pero lo cerró de golpe cuando oyó la puerta del baño abrirse. Era Pablo, que sostenía en la mano su móvil.

- Es tu mujer

Pedro no entendía por qué le estaba llamando, habían hablado el día anterior, pero aún así cogió el teléfono a regañadientes.

- Hola Begoña, qué quieres?- contestó fríamente, mientras su mano desabrochaba los botones de la camisa de Pablo.

- ¿Por qué no me habías dicho que ibas a decretar el estado de alarma?- prácticamente le gritó- ¿Y ahora qué hago?

Realmente lo que Pedro quería decirle era "A mi qué me cuentas, vete a casa de tus padres o algo, tengo cosas que hacer", pero se conformó con un: no lo sé, igual deberías quedarte a cuidar a tus padres. Le costaba pensar mientras miraba hacia abajo y veía a su VicePresidente de rodillas desabrochándole el cinturón

- Pero Pedro...- eso fue lo último que se oyó antes de que el Presidente más guapo que ha tenido España colgara la llamada mientras agarraba a Pablo de la coleta.

-Bueno, ahora que hemos solucionado eso, ¿por dónde íbamos?....

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Con lágrimas en los ojos, Begoña volvió a coger el teléfono. Le había parecido oír un gemido mientras Pedro le colgaba. Tenía sus sospechas, pero ahora lo tenía claro, nunca se había fiado de la rata asquerosa y traicionera de Carmen Calvo, sabía que su marido le veía algo. No sabía el qué. La primera dama de España, de golpe se sentía la última dama de Españita.

No sabía a quién llamar, así que lo primero que hizo fue dejar a sus hijas en casa de sus padres. Acto seguido, fue a comprar un montón de vino blanco y pipsas cojonudas. En verdad Pedro no la tocaba desde que se hizo presidente, así que un par de meses tampoco podían ser para tanto.

Sola en su casa, mirando su tercera copa vacía de vino se preguntaba a quién quería engañar, daba igual lo que bebiera, cada centímetro de su cuerpo seguía odiando a la zorra destrozafamilias hijadeputa de mierda, pinchauvas, lamebotas, maldita ella y malditos todos sus ancestros, de Carmen Calvo.....

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Irene Montero recibió la llamada de Pablo diciéndole que no volvería a casa para la cuarentena, dio un volantazo, casi golpeando a un agente de policía al más puro estilo Esperanza Aguirre y se dirigió a casa de otra persona que también pasaría sola la cuarentena: Inés Arrimadas

No la había llamado, pero no hacía demasiado, el 8M, habían compartido una noche repentina de pasión cuando se quedaron discutiendo por haber echado a Ciudadanos de la manifestación. La catalana la había llamado una vez terminó, e Irene le dijo que si le iba a gritar, primero le invitara a una copa. La discusión se tornó increíblemente horny pasados unos momentos y terminó con la Ministra empotrando a Arrimadas contra la pared más cercana.

Condujo a toda velocidad hasta que llegar al apartamento de la ciudadaner y subió corriendo las escaleras.... Qué raro...... la puerta estaba abierta...... La empujó con un tacón, dispuesta a asaltarla en el sofá, pero lo primero que vieron sus horrorizados ojos fue una congregación de exlegionarios rodeando el cadáver de Albert Rivera, que estaba expuesto en el suelo, completamente desnudo sobre un pentagrama pintado con lo que a primera vista parecía talco (aunque uno de los legionarios lo estaba oliendo demasiado cerca). Colgando encima de Albert, vestido entero de licra y lascivamente encadenado, estaba una amordazado Girauta, rugiendo como un gorrino y esparciendo sangre con sus espasmos por toda la habitación.

Peblo: una historia en la universidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora