41. Baloncesto y Pitágoras [1/2]

888 92 67
                                    

"I need a light to take me home
I need a star to follow
I don't know"

"I need a light to take me homeI need a star to followI don't know"

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

El final del semestre se podía oler en el aire. Literalmente.

Todos los alumnos de la preparatoria parecían estar entrando en la última fase de un simulacro para prevenir los huracanes. Y eso, en idioma preparatoria, significaba exámenes finales. Mejor conocidos como la muerte.

A decir verdad, después de todo lo que había pasado en mi vida esos últimos meses, yo me encontraba más bien fuera del desastre, como en la etapa de recuento de daños. Aunque la peor parte ya había pasado, mis sentidos seguían queriendo crear una barrera a mi alrededor para no volver a sumergirme en el mismo estado depresivo en el que había estado antes. Y estaba seguro de que esa barrera podría terminar de construirse ahí sí una bola de demolición llamada Viktor Nikiforov no la tirara abajo cada vez que intentaba dejarlo fuera de los límites.

Nuestra relación-no-oficial había entrado en una etapa un tanto bizarra. A pesar de que seguíamos siendo los mismos, había algo en el ambiente cada vez que parecía no ser uno de mis días buenos, y la manera en la que Viktor me miraba parecía derretirse cada vez que esto pasaba. Era entonces cuando los días grises se convertían en silenciosos abrazos, miradas de reojo y muchos, muchísimos besos.

Nuestra relación-no-oficial había entrado en una etapa bizarra. Seguíamos siendo los mismos, reíamos de las mismas cosas y hacíamos las mismas bromas, pero ahora Viktor parecía tener una especie de sexto sentido con el que sabía cuándo era uno de esos días malos. Era entonces cuando su toque se hacía más suave, su voz más tenue y la atmósfera se tornaba en rosa.

En esos días observaba dos cosas nuevas relacionadas con Viktor; La primera, que a su alrededor todo se sentía más lento, como adormilado; y la segunda, que cada día que involuntariamente yo no era el mismo, me sentía más necesitado de sus muestras de afecto ridículas. Me culpaba algunas veces, pero también podría apostar cualquier cosa a que ese era el efecto Nikiforov en todas las personas del mundo. Me sentía patético al no poder pedirle más de sus abrazos empalagosos e intentar que él solo lo dedujera. Para mi suerte, él siempre terminaba haciéndolo. Bastaba con sostenerle la mirada unos segundos para que sus ojos se suavizaran y sus brazos se abrieran para mi.

—Es increíble que este martirio se acabe en un par de semanas, ¿no lo crees? —dijo Pichit animadamente a mi lado, mientras caminábamos por el pasillo principal de la escuela. No me había enterado a qué conclusión había llegado sobre el debate que habíamos comenzado de que si la música country era el peor género americano o lo era el rock sureño. Todo por estar, de nuevo, pensando demasiado en Viktor.

Tratando de disimular bien mi distracción, apreté más los libros que cargaba contra mi pecho.

—Yo creo que vamos a extrañar todo esto al menos un poco en las vacaciones... Antes de ser seniors, ya sabes.

Yuuri, ¿Me pasas la tarea?; Viktuuri/Omegaverse. [1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora