—Sí —contestó, aunque una vez más no pudo reconocer su propia voz en ese día.

Pierstom, a pesar de no estar convencido ni un poco, asintió con firmeza y ahí, ante los ojos de Margery y de los demás, se convirtió en un rey.

—Avísenle a los demás guardias que cierren las puertas —comenzó a ordenar —. La reina se quedará con el príncipe Emilianno y habrán como mínimo cinco soldados custodiándolos.

—Sí señor —contestaron los fieles servidores.

—Margery, irás devuelta a tus aposentos, con el mismo número de guardias —continuó Tom, mirándola por un segundo, antes de dirigirse a sus combatientes —. Capitán Raff, quiero cada habitación y esquina de este castillo revisada. Cualquier detalle sospechoso, por más insignificante que parezca, me lo informarán.

—Sí, su alteza.

—Comandante Denys, usted y sus hombres me acompañarán.

En ese momento, con el visto bueno de todos los miembros de la familia real, un gran revoleo se comenzó a formar en los pasillos para acatar las órdenes dadas, sin embargo Margery se limitó a volver a agachar su cabeza hacia el intruso. No lo hacía de manera consciente, aunque sabía que debía dejar de mirar lo que su maldición había causado, le era inevitable de alguna manera.

Solo rozó sus dedos; nada más.

Cuando escuchó a uno de los guardias llamarla para escoltarla devuelta a su habitación, se dio cuenta que quedaba poca gente en el lugar. Sus padres ni siquiera se acercaron a ella, ya fuera para reprenderla o algo, por más doloroso o sencillo que fuera lo que le hubieran dicho, pero no sucedió. La princesa se quedó prácticamente sola, en medio de un círculo de susurros y comentarios que no fueron solicitados, y aun así se obligó a recomponerse como tantas veces había tenido que hacerlo.

No estaba bajo la protección de su recámara o la biblioteca, y aunque los reyes ya se hubieran retirado, todavía quedaban unas cuantas personas alrededor: nobles, sirvientes, unas pocas damas de compañía. Se tuvo que recordar a sí misma que no podía mostrar pánico ni debilidad, tampoco emociones que desnudaran su ser. Incluso cuando creía que volvería a caer a ese abismo de terror, lo único que hizo al final fue inhalar aire lo más parejo y controlado que pudo, echar sus hombros para atrás e iniciar su camino para retirarse del pasillo.

Y justo como Pierstom lo había mandado: cinco guardias la acompañaron a cierta distancia hasta su destino. Revisaron primero que todo estuviera en orden, antes de volver a los pasillos y permitirle la protegida entrada a su princesa.

En cuanto Margery ingresó a sus aposentos, las puertas dobles fueron cerradas detrás de ella.

Acababa de llegar a uno de sus refugios y todavía no se sentía capaz de dejarse desmoronar. Todo su cuerpo se sentía demasiado tieso. Casi podía jurar que una varilla de hierro traspasaba su espalda verticalmente para mantenerla derecha y en pie, que por más que se dijera en la mente que podía tirar el acto a la basura, no tenía la voluntad de hacerlo. Temía caer y no poder levantarse de ese abismo.

Le parecía estúpida la manera en la que por un tiempo había olvidado lo sencillo que le resultaba arrebatarle la vida a alguien. Sí, era verdad que se aseguraba de mantener su distancia, de usar sus guantes y vestidos lo más recatados posible, pero eso ya no le parecía suficiente en esos momentos. La idea en sí de la maldición, se había retirado a una fosa lejana que no había resurgido hasta ese día, cuando tomo la gran decisión de usarla como arma.

Y así, como una avalancha de culpabilidad conformada en recuerdos, el rostro del hijo del duque, del hijo de una de las cocineras, incluso el del hombre que amenazó con lastimar a su hermano pequeño, se quemaron en su memoria para siempre a fuego lento e intenso.

CURSED LINEAGE «the witcher»Donde viven las historias. Descúbrelo ahora