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" Oscura la noche fría, acabada la batalla, conservo la vida." —Sosei.
«» Eran demasiados. Posiblemente dos docenas o más de soldados, con relucientes escudos y armaduras en cuyas lisas superficies se distinguían insignias de una serpiente, aparecieron galopando hacia ellos desde todas las direcciones, inclusive desde la oscuridad del interior del mismo bosque.
Jensen y los otros soldados arrancaron sus espadas de sus vainas y las levantaron. El aire se volvió pesado y la incertidumbre inundó el alma de cada presente. De cualquier forma, su número sobrepasaba los suyos con creces y enfrentarlos, buscar alguna especie de victoria no era una opción para nada viable. Solo podrían retrasarlos lo suficiente como para que la princesa pudiera escapar de las garras de nada más y nada menos que Alysion.
En cuanto Margery iba a hacer lo mismo, solo para estar lista con su propia espada, el grito de Sybilla la detuvo.
—¡Debe irse de aquí, alteza! —La castaña saltó de su ejemplar, armada y con una expresión determinada en sus ojos oscuros.
La verdosa mirada alarmada observó con rapidez sus alrededores e hizo lo que la fémina le ordenó. Agitó las riendas de Heron y trató de ir en dirección hacia un espacio que parecía haber quedado libre, pero al acercarse, otra red se alzó ante ella. El caballo se agitó y por poco la lanza fuera de su lomo, no obstante, la pelirroja logró mantenerse en su puesto con esfuerzo, sus manos apretando las correas y sus piernas ejerciendo presión para no caer de la silla. Trató de esquivar el obstáculo como pudo y se dio cuenta que no le quedaba de otra más que girar hacia el bosque, pero los árboles eran anchos, con peligrosas ramas secas sobresaliendo en todas partes. Nunca cederían a su paso y lo primero que harían sería rasguñarla y tumbarla del caballo.
Retrocedió con Heron a la vez que sus pensamientos se entrecruzaron unos con otros, su concentración comenzó a flaquear y el oxígeno escaseó en sus pulmones ante la imposibilidad de poder controlar sus respiraciones. Trató de centrarse en lo que necesitaba hacer, pero su cabeza estaba inundada con los sonidos del metal chocando, relinches de los demás caballos y hombres gritando de dolor o rabia. La confusión y el miedo en esos momentos era inmensa y la desesperación empezó a formar parte de la jugada.
