Mánchame de libertad || Albalia

12. Intuición

-¿Qué más quieres? Pide por esa boca.

Alzo mi mentón y me acerco hacia la mesa, desafiante. –Quiero que me cuentes por qué sabes quién soy y sin ocultarme información, que de tonta no tengo un pelo.

Martí asiente esbozando una sonrisa de diversión y acercándose también hacia mí para encararme. Sé que pretende intimidarme. También sé de antemano que no lo va a conseguir.

-Voy a ser breve porque no me gusta usar palabras vacías para adornar los discursos. Te conozco porque tú fuiste la elegida.

-¿La elegida de qué?

-¿Acaso crees que es casualidad que te recogiesen justamente a ti del Sur? ¿A una niñata rebelde que come de las sobras que caen del Norte? El gobernante tiene miles de pseudobots sin sentimientos y mejor preparados que podrían haberle servido para cuidar y rebajar los humos de su niña consentida. –explica. Se encoge de hombros y abre sus brazos para mostrar la obviedad del asunto. Yo intento comprenderlo poco a poco, pero sigue sin cuadrarme nada. Él parece notarlo y se acerca a mí, señalando con su dedo la parte derecha de mi cuello.

-¿Qué cojones tocas? –echo hacia atrás mi cabeza para esquivarlo, pero él me mira para pedirme que confíe en él.

-Tu mancha de nacimiento, Lacunza. Tú tienes la mancha que este gobierno siempre ha buscado.

Vuelve a su sitio y espera mi reacción con paciencia. Lo intento, pero no puedo llegar a la conclusión que él me pide. Me toco el cuello, en la zona que sé que me acompaña una mancha marrón del tamaño de una nuez desde que nací. Pero, ¿qué importancia tiene ahora mismo?

-Veo que no tienes ni idea de lo que te hablo. Eso es bueno, aunque no lo creas. Saber mucho no siempre está bien. –se cruza de piernas y habla con soberbia. –Tú tienes algo que a ellos les interesa muchísimo. Si permaneces callada y sumisa, habrán conseguido su cometido.

-Yo no tengo nada que les interese. No tengo nada, literalmente. Vine aquí con lo puesto.

Martí niega con la cabeza. –Lacunza, espabila. Lo que quieren es tu silencio y tu genética.

-¿Mi silencio? ¿Mi genética? ¿De qué mierda estás hablando? –los engranajes de mi cabeza ruedan para encontrar la clave de todo lo que el muchacho me está dejando caer sutilmente, pero no logro comprender qué tengo que decir yo para que ellos quieran mantenerme callada.

-Sí, tu silencio, que te estés quietecita y obediente hasta que llegue la hora en la que quieran tu sangre. Mira, chica. No sé por qué, pero eres peligrosa y al mismo tiempo útil para ellos. Eres importante para esta revolución porque sospecho que tú tienes la clave. –estira su espalda y me mira fijamente, poniéndose bastante más serio que antes. Mis cejas, tensadas desde que lo vi por primera vez, comienzan a dolerme por la presión y las relajo un poco. –Ahora que pareces hablar en mi misma lengua, te daré las directrices a seguir. Iré al grano, por ahora tienes que hacer lo que te pidan. No es tan complicado, ¿no?

Se cruzó de brazos, volviendo a echarse hacia atrás y sonrió de nuevo con la misma gracia que tiene un bufón enfermo. Me saca de mis casillas que hable tanto, pero a la vez tan poco. Parece que la labia es su punto fuerte. Ahora me toca descubrir cuál es el débil. Es mi gran hobbie el hallar el talón de Aquiles de todo el mundo, el don que muchas veces me ha concedido la supervivencia.

-Eso que me pides no tiene sentido.

-Lo tiene si te paras a pensarlo. Pongamos que tú vas a ser la pieza central de nuestro puzle. Esa última pieza que siempre falta y que es indispensable para completar el rompecabezas. Esa que termina apareciendo cuando ya la das por perdida. Fíjate que curioso, a nosotros nos ha dado esa pieza nuestro propio enemigo. –se exalta, pareciendo un loco de pronto. Me resulta inquietante la forma en la que gesticula, esos movimientos tan excéntricos y perfeccionistas los he visto yo ya en alguna parte. –Si eres la chica perfecta, si te acercas a Alba y a su entorno y te ganas su confianza, entonces el resto ya será pan comido, Lacunza. Ellos estarán conviviendo con el enemigo sin saberlo, podrás atacar desde dentro.