12. Intuición

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-¿De qué te conozco?

El muchacho rubio y de ojos claros no ha dejado de sonreír desde que lo he visto y las sensaciones que me transmite no son positivas. Yo conozco esa sonrisa de matices macabros e intenciones ocultas de antes. Yo he visto ese rostro en algún sitio, pero no puedo identificar dónde.

Ahora mismo estoy experimentando esa amarga sensación de tener una información necesaria en la punta de la lengua, pero que le falte el empujoncito para salir definitivamente.

El chico suelta una pequeña risotada que pretende ser amable y alarga su brazo extrañamente pálido para intentar alcanzar el mío, a lo que yo reacciono dándole un manotazo a modo de reflejo. Martí se ríe, esta vez más fuerte que antes.

-No te equivoques, Lacunza. El enemigo no soy yo. El enemigo es aquel con el que convives cada día, ¿no estás de acuerdo conmigo?

Tenso la mandíbula, haciéndome daño en los dientes. Joder, quisiera confiar en él de verdad. Sus palabras y su supuesto fin caminan en la misma dirección que el mío. Pero algo me inquieta, algo en mí me grita que no debo ser tan ingenua.

Apenas llevo unos días en el Norte y ya estoy perdiendo parte de mi forma de ser. Temo volverme una ingenua que pica ante cualquier engaño. Temo serme infiel a mí misma y a todo lo que Noemí me ha enseñado durante tantos años.

-Te he hecho una pregunta, de qué coño te conozco yo a ti. –repito, afilando las palabras a medida que salen de mi boca.

-Acompáñame y te lo explicaré. No me apetece que estos bocachanclas vayan contando nuestras conversaciones privadas. –hace un gesto a Álvaro y su banda, que siguen allí pendientes de lo que estamos hablando. Les chista para que le obedezcan y ellos se mezclan con el resto de allí presentes sin ni siquiera oponer resistencia.

Este chico les infunde un respeto que no logro comprender. ¿Eso es lo que ellos llaman libertad? Mi concepto de libertad es no tener ningún líder ni nadie que te diga lo que debes hacer en cualquier momento. Parece que el suyo no es el mismo que el mío.

Vaya.

-Sígueme. –ladea su cabeza con superioridad y yo me quedo estática en el sitio.

-¿Y por qué debería hacerte caso a ti?

-Haces demasiadas preguntas, no tenemos tiempo para las dudas. –rueda los ojos, soltando las palabras con pesadez y haciendo como que se secaba el sudor de la frente. –No seas tan curiosa. ¿O acaso prefieres seguir lamiéndole los pies a la hijita del gobernante?

Parpadeo un par de veces y bajo mi mirada defensiva por unos segundos. Tomo aire y decido acompañarle finalmente. A pesar de todo, sigo alerta por si ese individuo de extraños andares y piel demasiado poco morena para ser alguien del pueblo trabajador decide tomarme el pelo sin venir a cuento.

Entramos a una especie de despacho adornado de forma cutre. Nada que ver con la alta tecnología que manejan en el lugar donde ahora vivo las veinticuatro horas del día. Me invita a sentarme en una silla robótica que se gira mecánicamente hacia mí para acogerme. Paso la lengua por mis labios, observándolo todo. Él se sienta en el otro lado de la mesa electrónica que tiene varias pantallas brillantes y deduzco que táctiles también.

-Voy a responder a tu pregunta. –comienza a decir él, recostándose en el respaldo de su cómodo sillón y suspirando sonoramente. –Tú no me puedes conocer a mí, pero yo a ti sí.

Se quedó callado y yo esperé a que siguiese hablando. Al ver que no lo hacía y que me miraba como buscando que prosiguiese yo, alcé una ceja interrogante. -¿Y eso es todo lo que me vas a contar?

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⏰ Ultimo aggiornamento: Jun 12, 2020 ⏰

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