1. Huir y vivir

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Correr. Huir. Correr. Luchar. Sobrevivir.

Vivir.

-¡Vuelve aquí, desgraciada!

Mi día a día se basa en huir. Huyo absolutamente de todo el mundo, de cualquier cosa. No puedo estar a salvo en ningún sitio. Pero es comprensible, lo hago para seguir viviendo. O más bien, para sobrevivir. La vida aquí no se puede llamar de ese modo. Aquí la vida no vale nada. Donde yo vivo nadie tiene derecho a reclamar por su propia vida. No. Eso nunca sirve de nada. A nadie le va a importar que alguien muera, es algo normal.

Sigo corriendo todo lo que mis delgadas y huesudas piernas dan de sí. Intento dar zancadas cada vez más grandes, pero el aire entra a mis pulmones a duras penas. Hacer deporte se hace aún más complicado cuando llevas casi dos días sin comer absolutamente nada.

Y lo peor es que las voces del tendero de la tienda que acababa de robar se hacen cada vez más fuertes, más cercanas a mí. Casi noto como me pisa los talones en mi carrera.

Yo odio robar. No lo hago por gusto, a diferencia de otras personas. Si se les puede llamar de esa forma, por supuesto. La gente aquí está totalmente corrompida por la miseria. Todos hemos nacido en un ambiente plagado de delincuencia y desolación, de hambre y pobreza. Aquí nadie tiene un duro, nadie invierte en mejorar nuestro mundo de mierda porque ya está todo perdido.

El estado aquí no existe. Aquí no hay nadie que gobierne nada. En Ivrea Sur solo gobierna la ley del más fuerte. Si yo robo algo de comida, el gerente de la tienda me perseguirá con todas sus fuerzas para recuperar lo que es suyo y, a cambio, matarme con una navaja infectada o dándome una brutal paliza. Porque así se hacen aquí las cosas. Y en este momento, mi supervivencia prima ante mi cansancio.

Logro introducirme en un callejón estrecho y oscuro y me pego lo máximo posible a la pared de piedra de la que dispone. Tengo la suerte de estar sumamente delgada. Al fin y al cabo, sé sacar el máximo partido a mis habilidades y, por tanto, siempre consigo lo que quiero. Quizás esa ha sido la única forma en la que he podido sobrevivir durante casi veinte años sin haber muerto en el camino.

Porque aquí puedes morir de cualquier cosa. En Ivrea Sur, los asesinatos que se pueden ver cada día a plena luz son la primera causa de muerte en las personas y las enfermedades son la segunda. La tercera, el hambre mortífero y letal que consume la vida humana lenta y agónicamente. Claro que, probablemente, evitando la tercera causa de muerte se llegue a la primera inevitablemente. Aunque yo siempre lo he dicho: prefiero morir asesinada rápidamente a que me mate mi propio estómago a causa de la inanición.

Tampoco hay médicos en este sitio y los pocos que saben algo del tema suelen cobrar demasiado por atender a los enfermos, por lo que la gente muere de un estornudo, casi literalmente.

Decido que lo mejor que puedo hacer es sentarme en el áspero suelo de tierra y comer la macedonia de frutas recién robada tranquilamente. He tenido mucha suerte encontrando este manjar y lo pienso disfrutar como me merezco. Probablemente ya no vuelva a comer hasta mañana y el sol acaba de salir.

Me estremezco al escuchar un estruendo ensordecedor y miro hacia el reloj metálico y digitalizado de la calle de enfrente, que puede verse desde aquí. Son las cinco de la tarde, por lo que sé que es el enorme robot que vigila las calles de esta distopía en la que vivimos. Lo único que conozco acerca de ese bicho monstruoso que alcanza la altura de tres pisos, es que es enviado por Ivrea Norte para evitar una revuelta en la zona sur que pueda acabar con esta sociedad tal y como la conocemos. Una chorrada, obviamente, pues aquí no tenemos los medios necesarios para formar una revolución, tan solo disponemos de alguna que otra navaja y, los más pudientes, pistolas y armas de antaño que usan para hacer una masacre, de vez en cuando.

Mánchame de libertad || Albaliaजहाँ कहानियाँ रहती हैं। अभी खोजें