10. Templanza

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El sonido estridente del portón que se cierra a mi espaldas me sobresalta, pues me he quedado tan absorta en la inmensidad del gimnasio que ahora mismo están viendo mis ojos que ni siquiera me he percatado de que el robot que me ha acompañado se ha marchado, dejándome totalmente sola.

Ni un alma. Literalmente, ni un solo alma.

La enorme nave es blanca impoluta, realmente incluso da lástima manchar el mínimo centímetro cúbico de la sala. Pero, sin duda, lo que más me asombra es toda la tecnología punta de la que disponen. Varios aparatos que deduzco que deben ser usados para la defensa personal y la batalla están colocados sobre la pared, sujetos por unas barras de luz de un azul tenue bastante relajante.

Avanzo un poco por la sala y mi boca se va abriendo cada vez más por el asombro que siento al estar en un lugar tan fascinante. Ni siquiera parece un lugar para combatir, más bien parece un sitio de esos relajantes al que yo siempre he fantaseado con visitar. En Ivrea Sur no hay de eso tampoco, pero según me han contado los más viejos y sabios de mi tierra, los lugares y las personas que dan masajes y relajación son bastante famosos por aquí arriba. Y, sinceramente, moriría por darme un homenaje alguna vez, ya que tanto tiempo pasaré en esta tierra tan tecnológica.

Ya que me han retenido y piensan tenerme prácticamente esclavizada para la familia más rica del mundo tal y como se conoce ahora mismo, espero que, como mínimo, me concedan algún caprichito.

-Tú debes ser Natalia.

El impacto de una voz grave y ronca a mis espaldas hace que me tiemblen las rodillas del sobresalto por un segundo e, inconscientemente, me giro ipso facto hacia el culpable de mi canguelo con una postura más defensiva de lo normal.

Tal es mi defensa que a punto estoy de agarrar la mano del que mi cuerpo ha detectado como agresor y derribarlo de un solo giro de muñeca. Por suerte, no acabo de hacerlo antes de que mis ojos den con el sonriente fortachón que me observa con el ceño levemente fruncido.

-Perdón por asustarte. –junta las palmas de sus manos en una señal de disculpa. –Mi nombre es Joan y soy una de las máximas autoridades en el ejército de Ivrea. Ya me han avisado de que vendrías.

-Yo me llamo Natal... ¡Joder! Eilan, me llamo Eilan. –respondo, dándome una palmada mental en la frente. Creo que tardaré más de lo que pensaba en adaptarme a mi nuevo nombre. Pero es que es superior a mis fuerzas no poder usar el nombre que me puso Noemí, ese por el que siempre se me ha conocido. Es como si estuviesen robándome parte de mi identidad.

-Encantado. Ten. –sin previo aviso y sin darme margen de pensamiento, el tal Joan me lanza al aire lo que parece ser un sable sin hoja.

Lo agarro por el mango negro de acero con toda la destreza de la que dispone mi sistema nervioso y lo dejo erguido. Pesa mucho menos de lo que imaginaba, pero me parece normal dado que no es como los que siempre he acostumbrado a ver. Este tan solo tiene mango y un pequeño agujero donde se deduce que debería ir la hoja o, en su defecto, algo cortante; afilado y letal.

-Vaya, buenos reflejos, Eilan. –me felicita el soldado, acercándose hacia mí con una postura y unos pasos bastante oficiales y elaborados. –Tienes más destreza de la que imaginaba, tienes pinta de ser buena en esto.

-Me he criado en la calle así que sí, me considero bastante buena en la defensa y en los reflejos. –hincho mi pecho, pues siento bastante orgullo de ser quien soy pese a las condiciones bajo las que he vivido siempre. Al fin y al cabo, gracias a esa lucha diaria hoy día puedo presumir de ser una persona sin miedos ni complejos, sin temor a nada, pues sé de sobra que siempre conseguiré solucionar cualquier problema que se me ponga por delante, por más difícil que se vuelva el asunto.

Mánchame de libertad || AlbaliaHikayelerin yaşadığı yer. Şimdi keşfedin