Capítulo noventa y siete

Start from the beginning
                                    

Me bebí el whisky de un trago y, a pesar de que mi garganta ardió por el elevado porcentaje de alcohol, pedí que me sirviera otro, mirándole fijamente a los ojos.

—Ella no es nadie para mí. No puede controlar mis emociones como si fuera su marioneta y estoy harto de que venga a por mí cuando le convenga. Yo no soy el segundo plato de nadie, menos de una cualquiera.

—La quieres, Narciso, por eso permites que juegue con tus sentimientos.

—¡No! No quiero volver a pensar en ella, Narcisse. Nadie que intente herir mi orgullo, que huya de mí y que me desprecie como si fuera un idiota merece que sienta absolutamente nada por ella. No se lo merece —grité, seguro de lo que estaba diciendo.

—Siempre lo exageras todo, hermano.

—¡Tú no sabes lo que ha hecho! Me ha rechazado una y otra vez, pero siempre vuelve a mí, como si me quisiera en su vida, como si me necesitara, para volver a hacer lo mismo que al principio. Juega conmigo porque sabe que estoy enamorado de ella desde hace tiempo y que, con eso, puede controlarme. Y eso me hace odiarme a mí mucho más de lo que hago con ella. ¿Cómo voy a terminar si dejo que continúe eligiendo a otros por encima de mí? ¿Qué va a pasar cuando decida volver a buscarme como si fuera su repuesto? Yo no soy el único que toma las malas decisiones aquí, Narcisse.

Mi hermano se encogió de hombros, como si aquello no fuera con él.

—Creo que el único culpable de que te encuentres así ahora mismo eres tú.

Le empujé a la altura del pecho, haciéndolo caer sobre el sofá con violencia.

—¡Ni se te ocurra empezar a darme sermones, Narcisse!

—¿Es que no te das cuenta de que tú mismo te condenas una y otra vez? Primero con Raquelle, luego con Agathe y, ¿quién sabe quién será la siguiente? Eres autodestructivo, Narciso, y no sabes amar a quien te corresponde porque eso simplemente se escapa de tu comprensión.

—Es fácil hablar cuando nunca nadie te ha querido a ti.

—Cállate, Narciso, no vayas por allí —me advirtió.

—Toda tu vida centrándote en regentar la empresa, en ser el perfecto heredero, en sonreír a la cámara y ser tan políticamente correcto que nunca te has permitido sentir y ¡mírate ahora! No eres nadie. Ni siquiera eres mi hermano a ojos de nadie. No te prestan atención, no te quieren, no eres relevante y tampoco eres Narcisse Laboureche.

Vi en sus ojos el dolor que mis palabras le estaban causando y, aún así, yo no me detuve. Si él podía juzgarme, yo también iba a hacerlo con él.

Me empujó para apartarme de su camino cuando consiguió tragarse mis palabras y agarró su abrigo favorito y el paraguas que había en la entrada antes de marcharse de nuestro apartamento de un portazo, no sin antes regalarme una mirada repleta de odio y decepción.

No volvió a casa aquella noche y tampoco lo hizo el fin de semana, pese a que le esperé pacientemente frente a la puerta, bebiendo nuestras reservas de alcohol para obtener el valor que necesitaba para enfrentarme a él de nuevo tras lo que le había dicho, pero él jamás apareció.

El lunes, al volver de Laboureche, a donde él no había ido, no quedaba ninguna de sus pertenencias más allá de aquella nota escrita a mano en el hueco que había dejado la botella de whisky que me había bebido días atrás, como si supiera perfectamente lo que iría a buscar al darme cuenta de que mi hermano se había marchado de mi lado.

"Si lo único que te importa de mí es que vaya a poder arrebatarte el poder, creo que no debo considerarte nunca más como mi hermano. He renunciado a todo, a la empresa, a nuestro padre y a mi apellido para que no tengas que sentirte inferior a mí nunca más. Todo lo mío es tuyo, como siempre quisiste. No me busques, porque no voy a permitir que me encuentres, Narciso Laboureche.

Querido jefe NarcisoWhere stories live. Discover now