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Chad

La poca luz que entra por la ventana me permite ver lo solitario que está aquí adentro, la atmósfera es cálida y en ella se mezcla ese aroma dulzón que apenas se puede percibir.

Mi atención se dirige al suelo. Estiro la pierna y empiezo a agitarla, haciendo que mi pie se arrastre sobre la superficie lisa del piso; en una búsqueda sosa de lo que sea que haya hecho caer al entrar. Al poco tiempo —tres agites de pierna, sin esmero— desisto de la pesquisa.

En su lugar, empiezo a caminar; mis pisadas son lentas y cuidadosas, atento a cualquier obstáculo y ruido. Tal vez no llego ni a la mitad del trayecto cuando algo suena. El sonido es sordo. Aun intento descifrarlo cuando se oye otro más. Este sí que lo interpreto.

Está bien.

Aunque intenta ser sigilosa, el picaporte chirriante acaba de delatarla. Me quedo quieto, cruzo los brazos sobre mi pecho y adopto una pose relajada, preparándome para lo que viene.

Parece que pierde la paciencia. Pues, de pronto, la puerta es abierta de golpe, y al mismo tiempo un grito que me recuerda a los espartanos, llena el lugar, al igual que la luz. Encojo mis hombros como si eso pudiera disminuir el impacto del sonido en mis oídos y aprieto los ojos con molestia por el repentino cambio de iluminación.

—¡¿Qué demonios?! —escucho a la muchachada gritar, sin embargo, todavía me encuentro algo aturdido para responder —¡¿Estás loco?! ¡¿Qué haces aquí?!

—Shhh —pido aun con los ojos cerrados y un gesto irritado.

—¿Qué haces aquí? —insiste con recelo.

Parpadeo unas cuantas veces intentando acostumbrarme a claridad del lugar. Y tan pronto lo logro, mi vista queda fija en la chica de cabello corto que está frente a mi. Tiene el gesto escandalizado y una postura amenazante, que de no ser por la cosa que sostiene entre las manos, temería.

—Veía venir el grito, pero la cuchara...

Dejo la frase en el aire, mientras suelto una carcajada incrédula.

Clara mira de reojo el objeto que alza a su lado izquierdo. Entonces, su postura fiera flaquea, cierra los ojos por un segundo, como quien se reprende internamente, y libera una exhalación sonora. Al volver su atención hacia mi, aparenta su mejor cara de bravucona y habla:

—Es una espátula y hace mucho daño.

Alzo la ceja y pongo todo mi esfuerzo para que las carcajadas no salgan.

—¿En serio? —cuestiono burlón

—Si —afirma, y me apunta con el aparato —¿Qué haces aquí?

—¿En tu habitación o en tu apartamento?

—No te hagas el tonto conmigo —sisea mientras se acerca a mi para presionar el trebejo contra mi pecho.

Bajo la mirada solo para confirmar que la hoja de la espátula acaba de doblarse. Es de silicona. Sonrío perezoso mientras desenredo el brazo derecho y empujo con el índice el utensilio.

—Lo siento, seguro es porque tu letal arma me está poniendo muy nervioso —ironizo.

Resopla y se dispone a hablar, pero la interrumpo.

—Tenemos una cena juntos, ¿recuerdas?

Eso parece que la desestabiliza.

—Y dijiste que siempre dejas tu ventana abierta —agrego.

Frunce el ceño, volviendo a su estado defensivo y pregunta con molestia:

—¿Y eso qué?

—¿No era la invitación?

La Quinta es la VencidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora