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Esa noche, el problema con Rita había pasado a segundo plano; porque después de seguir las cortas indicaciones escritas en las notitas, solo hubo una cosa rondando en mi cabeza. Una pregunta: ¿Lo llamo?

Después de darle tantas vueltas, llegué a la conclusión de que eso era lo que él esperaba que hiciera, que lo llamara.

¡Pues que espere echado! Porque yo no le daría el gusto.

No obstante... ¡Agh!... Tenía muy claro que debía darle las gracias y de alguna manera pagarle o devolver los favores. Él no tuvo obligación de ayudarme y sin embargo, lo hizo. Mi mano, mi ropa, las cremas... no quiero que la lista aumente, no quiero sentirme en deuda.

Así que, o las estrellas se alinearon o me llegó algún airecito divino; porque entre todos mis pensamientos, lo recordé. Él ya tenía una forma rara comunicarse, ¿por qué no hacer lo mismo?

De modo que, tomé aire y grité desde mi departamento, animada, porque sabía que algo diferente a un «Buenas noches», daba pie a una conversación y aunque no lo aceptaba, muy en el fondo, quería que pasara. Vociferé un «Gracias», esperaba que contestara para seguir con un «No te preocupes, te compraré nuevas cremas», pero nunca llegué a hacerlo; porque no obtuve una respuesta.

Volví a gritar, más fuerte, la misma palabra, otra intención y el resultado fue el mismo.

Eso me pareció raro. Ese chico contestaría. Él no perdería la oportunidad de alardear, bromear o lo que sea que hacía.

Curiosesco, curiosesco.

Saqué la cabeza por la ventana y miré hacia el balcón de su departamento; todo estaba oscuro, las ventanas estaban cerradas y parecía que las cortinas también, no había ruido, ni nada que indicara que alguien estaba adentro.

Pero no le di mucha importancia.

La mañana siguiente, fue igual. Ventanas y cortinas cerradas acompañadas de mucho silencio; pero supuse que aún era temprano. Sin embargo, luego de varios vistazos, me pareció extraño. No había música, no había ruidos de algo cayendo o golpeando, no había nada; su departamento estaba muy silencioso, semejante a cuando estaba desocupado.

Y fue hasta entonces, que quise llamarlo, de hecho llegué a marcar su número, pero jamás a tocar el icono del teléfono verde que iniciaba la llamada.

Pues, ¿qué le diría?... «Oye, sí, soy Clara, tú vecina, la del costado, la que se comportó como una loca ayer. ¡Gracias por las cremas, eh! Y por cierto, ¿dónde estás? Estuve gritando a tu departamento y nadie me contestó.»

Ridículo.

Así que no lo hice y en lugar de eso supuse que lo más probable fue que el chico era de los fiesteros, tuvo una resaca la noche anterior y sólo quería compensarlo con más horas de descanso. Creyendo mi hipótesis, evite pensar en eso, e hice que lo que debía hacer: Seguir mi rutina.

Lunes. Las cremas habían ayudado; las costras eran más gruesas y rugosas, el color violáceo en mis dedos comenzaba a disminuir desde el centro y se iban combinando con un tono amarillento, casi imperceptible.

Como todas las semanas, seguí mi itinerario de ese día, nada interesante: Compras, cocinar, hablar con la doctora Henderson, películas y series que a veces dejaba a la mitad... pero ese día, había hecho algo más, había añadido otra tarea a mi rutina sin darme cuenta; de vez en cuando me encontraba mirando por la ventana hacia el departamento de Chad. Poco tiempo bastó para que mi patética hipótesis fuera reemplazada por otras que eran un tanto paranoicas y estúpidas, como: «¿Y si está en su departamento pero le pasó algo?» «¿Lo secuestraron?» «¿Voto de silencio?» «¿Inconsciente por dos días?»

La Quinta es la VencidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora